domingo, 18 de mayo de 2008

Reflexiones Celebres - Friedrich Nietzsche

Fragmentos de su libro:

"La filosofía en la época trágica de los Griegos""


Hay adversarios de la Filosofía; y es bueno escucharlos, sobre todo cuando provienen de los cerebros alemanes enfermos contra la metafísica y predican el cambio, la purificación por la física, como Goethe, o la salvación por la música, como Richard Wagner. Los médicos del pueblo reprueba la filosofía; por ende, el que quiera justificarla debe explicar por qué los pueblos sanos necesitan de la filosofía y la han cultivado. En caso de lograrlo, quizás los mismos enfermos puedan comprender por que les hace daño precisamente a ellos. Podríamos mencionar bueno ejemplos de una salud, que puede lograse sin la filosofía o emplearla moderadamente, casi por recreo, uno de ellos es el pueblo romano, que vivió en sus mejores tiempos sin filosofía. ¿Pero donde encontrar el ejemplo de un pueblo enfermo al que la filosofía le devolviera la salud? La filosofía ejerce una acción de socorro, de auxilio, de protección, precisamente con los sanos, a los enfermos no hace más que agravarlos. Cuando un pueblo ha exhibido su descomposición por haberse relajado los vínculos que unían a sus individuos, la filosofía nunca a logrado remediar el mal. Cuando un pueblo se ha mantenido aislado, trazando en su derredor un muro de suficiencia y contención, la filosofía ha contribuido a aislarle aún más, acrecentando los males de este aislamiento. Únicamente deja de ser nociva allí donde está justificada; y solo la salud de un pueblo, aunque no de todo pueblo, hace posible esta justificación.
Intentemos averiguar ahora, valiéndonos de aquella suprema autoridad, cuándo puede decirse que un pueblo está sano. El Griego, pueblo verdaderamente sano, “justifico” de una vez para siempre la filosofía por el hecho de haber filosofado, y por cierto mucho más que el resto de los pueblos. Ni siquiera dejaron de filosofar a su debido tiempo, pues aún en su vejez, prosiguieron amando ardientemente la filosofía, aunque ya no entendieran por esta más que las piadosas sutilezas y refinamientos bizantinos de la dogmática cristiana. Asimismo al no dejar de filosofar a tiempo, redujeron los servicios que hubieran podido prestar a la posteridad bárbara, ya que ésta, dada la ignorancia y la violencia de su juventud, se dejaría prender en aquella red tejida tan sutilmente.
En cambio los griegos supieron comenzar a tiempo y trasmitir como ningún otro pueblo, la enseñanza de cuándo se debe empezar a filosofar. No ciertamente en la miseria, contra lo que algunos piensan de qué la filosofía nace con la adversidad, sino en plena prosperidad, en una virilidad madura, en el seno de una generación valiente y victoriosa. El hecho de que los griegos hayan filosofado en esa época nos instruye tanto sobre lo que la filosofía es y debe ser como sobre los mismos griegos. Si los griegos hubieran sido aquellos hombres prácticos, sobrios y astutos que el filisteo ilustrado de nuestros tiempos imagina, o hubieran vivido, respirado y sentido en una ociosidad glotona, como admiten muchas fantasías indoctas, la fuente de la filosofía no hubiera tenido allí su origen. A los sumo, hubiera sido un arroyuelo, pronto cegado y desecado, pero nunca aquel caudal imponente de soberbio oleaje, que llamamos filosofía griega.
Es cierto que se ha intentado mostrar con empeño cuánto deben los griegos a los piases orientales. Constituiría un espectáculo curioso trazar un cuadro de los supuestos maestros orientales y de los principales discípulos griegos: Zoroastro junto a Heráclito, los indos con los eleáticos, los egipcios son Empédocles, o Anaxágoras entre los judíos y Pitágoras entre los chinos. En realidad, poco de esto se ha hecho; pero la idea no dejaría de complacernos si no se sacase de ella la consecuencia de que, por tal razón, la filosofía en Grecia fue algo importado y sin raíces en su propio suelo, y aún más; que, como algo extraño, mas bien la arruino que la favoreció. Nada más insensato que negar a los griegos un cultura autóctona; al contrario, absorbieron toda la cultura que los demás pueblos les proporcionaron, y que por eso llegaron tan lejos, porque supieron ir más allá del resto que el resto de los pueblos. Digno de admirase fue el arte que poseyeron de aprender con provecho; y así como ellos “debemos” nosotros aprender de nuestro vecinos a vivir, no a recoger cocimiento eruditos y a utilizar provechosamente lo aprendido a fin de elevarnos sobre nuestro vecinos. Los problemas acerca comienzos de la filosofía no tiene importancia, porque al principio todo es amorfo, tosco, vacío y deforme, y en todas las cosas no se aprecian más que los grados superiores de desarrollo. Quien en el dintel de la filosofía griega se inclina a ver elementos persas y egipcios, considerándolos más originales y en todo caso más antiguos, se muestra tan desaconsejado como los que ante la magnifica y soberbia mitología griega, no se sienten tranquilos hasta haber referido sus orígenes a trivialidades físicas como el sol, el relámpago, el viento y la niebla, y ven en la ciega adoración de la bóveda celeste de los otros indogermanos una forma religiosa más pura que el politeísmo griego.
Remontándonos a los orígenes, sólo llegamos a la barbarie, y quien se ocupa en el estudio de los griegos no debe olvidar que el indomable espíritu científico en todos los tiempos ha barbarizado tanto como el odio a la ciencia, Y que los griegos, por la atención a la vida, por un ideal de vida, dominaron su insaciable avidez de ciencia, viviendo inmediatamente lo que aprendían.

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