jueves, 1 de mayo de 2008

Libro “El silencio” – Capítulo 10

ACCIÓN

La mañana se cubre con la dulzura de la noche; ella la preña, la fecunda, con su misterio, con el silencio que en sí, también, a ella la contiene.
Todo un encadenamiento, todo un misterio se devela en la aurora, claridad nueva, transparente, llena de vida; porque así como tu te despiertas con más ánimo, así también la naturaleza, la vida, cada mañana es otra, es nueva, es fuerte nuevamente, potente, viril.
Lo vital llega por olas, como el aliento; llegan y se van, un latir constante, un aliento. Un aire nuevo, un alimento. Un proyecto, un amor, una esperanza; pero una esperanza de más vida, de que ella siga alimentándonos; no aquella que está más cerca de la ilusión condimentada con algunas gotitas de imaginación.
Podemos imaginar, pensar, soñar, otros mundos; mundos nuevos en donde seamos plenos, felices, armónicos; pero chocamos con el universo, un conjunto de fuerzas desenfrenadas, capaces de salirse de su carrilles, como son las alucinaciones.
Queremos, deseamos la plenitud, la paz, la armonía; pero algo nos sumerge en un baño de angustias, de miedos, de temores, de envidias, de odios, de rencores, que ni aún el hombre más benévolo podrá evitar que habiten dentro de su ser, dentro de su alma, y que en ella hagan su nido, se reproduzca, se multiplique, y muchas veces, la mayoría de las veces, lo destruyan.
Afuera tenemos a la vital naturaleza, la vemos en sus devastadoras tormentas, terremotos, tsunamis, que matan a miles de seres inocentes, niños, ancianos, etc.. Ella no tiene visión de ver, de entender; ella es así, tiene sus cambios, son fuerza que la forman, fuerza que están en relación con universo, con sus movimiento, sus cambios.
Aunque somos naturaleza, aunque estamos formados de ella, sometida a ella, compartimos el deseo, la necesidad de estar aquí.
Como detenidos en una orilla, vemos, contemplamos, sin poder hacer casi nada. Y como no podemos cambiar ese nuestro destino, como es el morir; no por ello debemos justificar, ni buscar razones para ello.
Pero existe el milagro del habla, del pensamiento, de la razón, de las ciencias, etc., y ello no quiere decir que seamos seres de otro mundo, de otro universo. Lo único que hay, que existe, es la falta de desarrollo, de evolución para poder entender los eslabones, los intersticios, los detalles, en donde sabemos que habita el demonio, el diablo, como nos decía Goethe.
Así como existen las portentosas fuerzas, leyes con que se rige la naturaleza, también los hombres hemos creado leyes, por medio de la inteligencia, de nuestra razón. Y con ellas vivimos, con ellas tratamos de surcar este mar tormentoso que nos rodea.
No busquemos la raíz de la voluntad; veámosla, sintámosla, con ella podemos cambiar rumbos, con ella abrimos acequias, túneles, ríos artificiales, creamos las ciudades en donde podemos estar más seguros
Tratamos de habitar allí, en donde cada vez estamos más en resguardo de las caprichos de la naturaleza.
En sí luchamos con la naturaleza, haciéndola útil, no otra cosa es la cultura.
Si tenemos inteligencia es porque tenemos astucia, porque nuestra columna vertebral es capaz de esquivar los golpes certeros, con las cuales no hace mucho la naturaleza nos sacaba de combate.
A veces hasta nuestro cuerpo mudo cuando no comprende, cuando no le llega la información adecuada, se autodestruye; sus propias defensas arremeten contra su salud, contra su seguridad, se auto elimina.
Nos refugiamos cada vez más adentro, nos defendemos; porque la vida en si no quiere débiles ni enfermos, los elimina; basta que vea un error, un defecto, para que ella misma se encargarse de eliminarlo. Hasta hace poco a los débiles, a los incapacitados, nosotros mismos lo lanzábamos al vacío, lo eliminábamos, porque no podíamos mantenerlos, sostenerlos; producían inseguridad para los demás, peligro; el alimento tenía que servir para aquellos que podían avanzar, que podían sostenerla a la vida, a nuestra vida, y por ende, a la naturaleza también.
Pero he allí que hay algo que está brotando dentro de nosotros, lo hemos llamado ser. Hemos imaginado que debe haber una fuente, que no es nada seguro, desde donde todo es, y lo que no es no existe. ¿Por qué? Porque hemos tenido que decidir por un solo camino: la acción, es lo único seguro que hasta ahora tenemos y hemos tenido; no han venido ni los dioses ni el dios para socorrernos.
Por más que los Prometeos y los Jesucristos clamen frente a una cruz o sobre un peñasco, siempre hemos estado solos. Y si algo nos acompaña, es este universo, el universo de los universos; las fuerzas, las tormentas, la calma que por momentos nos hacer ver lo que somos, lo que hemos llegado a ser. Pero no ha habido otra cosa que la acción, la lucha; nadie nos ha dado nada, nos lo hemos conseguido todo, todo lo que hemos podido lograr dentro de ésta nuestra morada, no afuera de ella.
Volvemos a decir, tenemos ojos porque queremos ver, oídos porque queremos escuchar, piel por que queremos tener limites y sentir a lo otro, al otro, a todo lo que no rodea. Y si tenemos mente es porque queremos ver, pensar, observar, conocer, entender, y porque no, disfrutar lo que hemos llegado a conseguir en ese mercado abierto, que es el mundo, que es la vida.
Las leyes humanas son partes de esa morada que estamos construyendo, ellas son su techo, su piso, sus paredes, y que no podemos dejarlas derribar por el paso del tiempo; no podemos dormirnos en nuestro laureles, si eso pasa, la vida, la naturaleza, nos pasa también, pero por arriba como una topadora.
Es la lucha, la acción en ella, y por ella recobramos nuestras fuerzas, cargamos nuestra baterías, cómo lo hacen los autos con su generador en movimiento, funcionando. La batería solo sirve para el arranque, el animo también; en la lucha es que la vida se inclina, la naturaleza en sí se somete a nosotros aunque sea temporalmente, nuestra naturaleza también; nuestros intersticios, deseos, miedos, temores, son parte que están dentro de nuestro cuerpo, pero afuera de lo que somos, de lo que es nuestro espíritu.
El espíritu no avanza, se retira; pero en ese retirarse se adentra y devora a cuanto elemento se le acerque demasiado, más aún, lo macera como su alimento, cada vez más selectivo, más exquisito, más purificado, más nítido si se quisiera hablar de precisión.
En ese retirarse está su potencia. Porque la vida, la naturaleza, lo quieren afuera, en donde ellas son viejas y expertas; pero el espíritu se profundiza como si fuera un nadador, un buceador, y desde allí, como en la clandestinidad, construye su reino; nadie lo ve, tal vez solo algunos los presienten, y en esa invisibilidad lo construyen.
Un reino cuya cara es el arte, el conocimiento y la fe en él mismo y por él mismo.
Karigüe


Con este capítulo se termina la serie de muestra del libro "El Silencio". Si desea adquirir la versión electrónica del mismo puede pedirlo a info@karigue.com.ar



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Gracias. Karigüe

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