miércoles, 30 de enero de 2008

Poemas Celebres - Holan

Aunque…

Aunque siempre te escapas, amor mío,
eres mi presente perpetuo, ¡oh, sí!
Igual que el salto de agua:
aunque le abandona sin cesar siempre la misma agua,
él permanece siempre en el mismo sitio


No es

No es indiferente el lugar donde estamos.
Algunas estrellas se acercan entre sí peligrosamente.
También aquí abajo hay separaciones violentas de amantes
sólo para que el tiempo se acelere
con el latido de su corazón.

Las gentes sencillas son las únicas que no buscan la
felicidad….


¡Tú Bien lo sabes Dios!

Tú bien los sabes, Dios,
que la alegría y el pesar son comunicativos.
Pues ni aquel al que la gente, los fantasmas, lo animales y las cosas
han abandonado completamente,
y por ellos habla consigo mismo,
lo hace a causa de sí mismo…


Canción del sereno

Burns tenía razón… Pero yo estoy convencido
de que es imposible imaginarse a una mujer
por la lectura de los libros,
mucho menos a partir de la realidad.
Ella es. Y gracias a ella solamente
los hombres son también, con demasiada frecuencia,
como asesinos que a veces se reparten con gesto regio

la corona de diamantes del misterio de ella…

Poemas Celebres - D.H. Lawrence

Somos trasmisores

Mientras vivimos somos trasmisores de la vida.
Y cuando dejamos de trasmitirla,
la vida deja de fluir por nosotros.

Esto es parte del misterio del sexo,
es un flujo hacía adelante.
La gente asexuada no trasmite nada.

Y si cuando trabajamos,
podemos inyectar vida a lo que hacemos,
vida, más vida nos invade, nos inunda y compensa,
nos alista,
y vibramos con vida a través del curso de los días.

Aunque sólo fuera una mujer haciendo torta de manzana,
o un hombre creando una silla,
si la vida entra en la torta, buena es la torta
buena es la silla:
contenta la mujer, con fresca vida manando en su Interior,
contento el hombre.

Da y te será dado,
es todavía la verdad acerca de la vida.
Pero dar vida no es fácil.
No significa entregarla al primer miserable,
o dejar que los muertos en la vida te devoren.
Significa propiciar el fuego de la vida donde no lo habíaaún cuando solo fuera en la blancura de un pañuelo lavado.

Poemas Celebres - Nietzsche

Habla el solitario

¿Tener yo pensamientos?
¡Bueno! ya sé que por señor me quieren.
¿Pero hacerse uno mismo pensamientos?
¡Cuan gustoso olvidara yo tal arte!

A aquel que se fabrica pensamientos
Sus mismos pensamientos lo dominan;

Y yo no quiero servir ahora ni nunca.



Sé lámina de oro

Sé lámina de oro...

De ese modo verás como se graban
en letras de oro en tí todas las cosas.


¿Será...?

¿Será nuestra caza de la verdad
una caza de la felicidad?

martes, 29 de enero de 2008

Frases Celebres - La musica

1.- Las disonancias son tanto más fuertes cuanto más cerca están de la armonía. (J.S. Bach)

2.- En la música es acaso donde el alma se acerca más al gran fin por el que lucha cuando se siente inspirada por el sentimiento poético: la creación de la belleza sobrenatural. (Edgar Allan Poe)

3.- La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo. (Platón)

4.- La música es la taquigrafía de la emoción. (León Tolstoi)

5.- La música es la armonía del cielo y de la tierra. (Yuel Ji)

6.- Es imposible traducir la poesía. ¿acaso se puede traducir la música?. (Voltaire)

7.- La música es el verdadero lenguaje universal. (P. Casals)

8.-Todos los días debiéramos preocuparnos por escuchar buena música, leer hermosos poemas, extasiarnos en lindas pinturas, y hablar palabras razonables. (Goethe)

9.- La música comienza donde acaba el lenguaje. (E.T.A. Hoffmann)



Las Frases Célebres de la Música o Citas Célebres de la Música fueron especialmente seleccionadas por Karigüe para sus lectores. (Frases de Música y Citas de Música)

lunes, 28 de enero de 2008

Poemas Celebres - Nietzsche

Mi Hogar

Tengo mi hogar y patria en las alturas;

Por esto de subir no siento anhelo,
ni mis ojos levanto nunca al cielo.

Desde arriba yo miro las honduras.

Yo soy uno que debe bendecir,

y todo el que bendice mira al suelo.

sábado, 26 de enero de 2008

Libro “El silencio” – Capítulo 2

ESPÍRITU
Si nos dedicáramos con piadosa atención, dedicación, a un determinado tema, los resultados nos sorprenderían.
Por lo general ello no es posible, ya que a medida que crecemos, evolucionamos, los temas aumentan, los asuntos nos retienen, nos dispersan.
Pero cuando el hombre se abre paso en la vida, como un río, es capaz de regar desiertos. Poco a poco estamos dejando de ser pequeños arroyos, algunos de nosotros se están convirtiendo en grandes ríos, de enorme caudal, como es el río Amazonas.
Ríos nos hemos vuelto, portentosos caudales de conocimiento, de información; la velocidad es uno de nuestros elementos. Podemos comunicarnos con China, hablar con Japón, estar es Europa en diez horas de vuelo.
Cada vez más cerca, cada vez más unidos, como si esa común unión ya sería una realidad, como si el lenguaje fuera la sangre y nosotros solo los órganos de esta nuestra humanidad, de este nuestro cuerpo grande, metáfora del que cada uno porta.
Los hombres modernos no nos detenemos, somos ya un poco más potentes que los desiertos, que nuestras ignorancias. Portamos, llevamos cantidades enormes de agua, de conocimientos, de información, de ideas, ya sea en nuestra mochila llamada inconsciente o en nuestra conciencia.
Las desidias que no son sino desiertos que nos retienen por un tiempo, ávidas de nuestra sangre, de nuestra energía. Están aquellos desiertos, aquellos vacíos, aquellos sumideros que nos llevan, que nos hacen desaparecer demasiado temprano.
Pero cuando nuestro caudal es enorme, cuando la energía acumulada en nuestra alma es tan grande que por más que los desiertos, las desidias, nos absorban algo, no por esto detienen nuestro camino. El único camino, el camino hacia el mar.
¿Qué queda de este círculo, de esta órbita: de ser nube, de ser río, de ser mar? Tal vez solo el golpeteo de las gotas de lluvia sobre el empedrado, de las calles de las ciudades, tal vez sólo eso.
Sin embargo ese sólo sonido, ese sólo golpeteo despierta la música en nosotros. Si dudas de ellos ponte a escuchar cuando la lluvia cae, siente su brisa, siente como después las plantas enverdecen, crecen los árboles, las flores, los frutos, la vida y porque no tú también..
Tu brotaste, tú estas brotando, aunque solo quieras escuchar el sonido o sentir la brisa fresca.
Tú eres, tu voz es, el repiqueteo del agua de esas portentosas olas, de esas tormentas, ciclones, tornados; que el agua, que el agua de la lluvia hace, produce en tu rostro, en tu vientre, en tu ser.
El agua primero se transformó en savia, luego en sangre, luego en voz, en idea, en pensamientos. Escucha al mar, al río, a la lluvia y te escucharas.
Escuchaste cuando caía el agua en una quebrada, en un valle, desde lo alto. Es el salto, es el grito, la desmesura; sin embargo escucha cuando el agua de un riachuelo pasa, atraviesa un pedregal; ese murmullo, como no queriendo despertar, como no queriendo perturbar al valle, a lo que habita la quebrada, como respetando el silencio, el silencio sagrado que conserva la piedra, la roca, la arena, el desierto, e inclusive el cielo.
Solo el error, solo el salto. El salto desmesurado de la catarata es lo que es rugido, como la de la fiera, como si algo, como si el agua quisiera hablar; pero solo emite rugidos y brama como perro con rabia, emitiendo espuma.
Las olas también son así; golpean sobre las rocas, o tratan de despertar a la dormida playa, a la quieta, a aquella formada, creada, por diminutas rocas, piedras; pero solo logran dormirse entre sus brazos, adormitarse, y porque no retroceder también.
Es la distancia, es la distancia del tiempo, de la antigüedad del tiempo, la que hace la diferencia, la que da el vientre, la morada, para que lo nuevo ruja, para que lo nuevo sea.
¡Es tan antigua la tierra! El agua también lo será, pero no dentro del vientre de la tierra. Ella hace solo muy poco tiempo que ha llegado, ha arribado.
Más aún, ha quedado atrapada por esa garra invisible que tiene la tierra, pero solo invisible para nosotros, aunque nadie duda de su portentosa fuerza. De la gravedad estamos hablando, de la fuerza de la gravedad.
El agua joven gruñe primero, como un animal libre, y salvaje por ser demasiado libre. La morada del agua es todo el espacio del universo y tal vez de todos los universos también. Ella como sangre transita, fluye, llevado cosas, llevando tal vez aquello que conocemos como vida, a aquello que somos también.
¡Pero hay bendita agua! ¿Cómo llegaste? Fue el destino o fue la vida, una vida más completa la que te inyectó en el vientre de la Madre Tierra y la fecundaste. Fecundaste a este óvulo incandescente.
Somos tus hijos aunque quieras abandonarnos. Dejas este error, para continuar tu huida, tu órbita ciega.
Pero es en el mar en donde rompes el silencio sagrado, aquel silencio en el cual habitaba la Pacha Mama
Siento tu grito en el mar, tus alaridos en el cielo. Tu ira se escucha a lo lejos, arrastras cuanto a tu paso se impone. Llevas hombres, casas, cuando como una garra, extiendes tus brazos frágiles y repentinos.
Y hasta en luz y fuego se convierte tu angustia, tu prisión; no puedes frente a ella y solo te conviertes en esas lenguas de fuego, con las que quemas los bosques, las ciudades. ¿No es la guerra también uno de tus brazos invisibles, extendidos, con el que nos consumes? Del tornado ¿No aprendimos a contener, y luego madurar, soltar a la ira, siendo odio?.
Así, luego de ver, de contemplar, por algunos instantes tu lucha, tu portentosa lucha, he logrado escuchar tus alaridos, tus gritos y solo he podido repetir. El animal de ti aprendió el ruido y yo de él heredé el alarido, para que después de mucho tiempo le diera forma, lo puliera, lo convirtiera en palabras, en la palabra.
Mucho después aproveché esta forma de llegar al otro y puse dentro de ella los nombres, los números, las sílabas, las consonantes, las frases, las oraciones y tantas otras cosas que ya ahora he olvidado. Solo repito, solo digo, que eso que hablo es mío.Aún siendo así, aún pensando así, todavía la sangre, lo poco de ti que quedó atrapado en mi, bulle, brama, siendo espíritu.
Karigüe

miércoles, 23 de enero de 2008

Reflexiones Celebres - Raúl Ballbé

Raúl Ballbé de su libro “ Vida, Tiempo y Libertad”

La crisis espiritual de nuestro tiempo tiene la peculiaridad de no estar relacionada, individualmente, con hombres dedicados a la labor científica (he conocido a muchos de ellos que jamás han compartido una ideología cientificista) sino con la gente que, sin saber nada de ciencia, cree firmemente en ella. Sin embargo, el saber que dirige la acción ya no es el saber de la vida sino el saber de la ciencia, profundamente diferente porque se funda en la conciencia de objeto, separada de lo que conoce, y la acción, vuelta objetiva, ha dejando de ser una acción para transformarse en puro accionar pues procede, según se cree, de acuerdo con las leyes de la ciencia, que no son de las vida. De esta manera, lo que ha reemplazado a la acción ya no tiene relación alguna con lo humano y esto no significa una crisis de la ética o de la cultura sino simplemente su supresión. Escribe Rilke:: “aún para nuestros abuelos las cosas era una casa, un torreón familiar, sí: su propio vestido, su abrigo, les era infinitamente más familiares. Cada cosa era como una vasija en la cual ellos encontraban algo humano y a la que añadían algo humano”.
La inseguridad que trae aparejado el desarraigo afectivo en un mundo cada vez más abstracto busca compensarse en una seguridad absoluta que logre eliminar hasta los accidentes. Esta sobreestimación de la seguridad de los resultados científicos se ha convertido en una característica general de los tiempos modernos, desde Galileo hasta nuestros días. La creencia de que la ciencia tiene la respuesta para todo, hasta lo que se debe hacer, es tan general que ha asumido la función social que antes era patrimonio de la religión, que es, en el fondo, la de brindar seguridad absoluta, lo cual convierte en problemática la cuestión acerca de la compatibilidad de la religión con la ciencia, ya que la potestad en materia de seguridad no se comparte.

martes, 22 de enero de 2008

La otra almohada (Cuento)

Por Rubén Fernández Rienzi


Habían pasado más de cinco años, parecían muchísimos.
No se había atrevido, alguna vez lo pensó. Pero había sido su lugar, merecía respeto o simplemente le tenia temor.
Una noche estiró una mano, otra durmió casi con media pierna en la otra mitad. Alguna mañana se sentó del otro lado para ponerse las medias, pero incómodo, rápido, se levantó y fue a su lugar a ponerse los zapatos.
A veces apoyaba un libro o una parte del diario pero siempre en falta, como pidiendo permiso, en realidad disculpas, por invadir lo que no le pertenecía.
Esa noche, no estaba bien, no comió ni tomo nada, la radio quedó en silencio. El libro estuvo en la misma página más de una hora. Apagó la luz y pretendió dormir, pensó, en realidad repaso su vida, hasta llegar al entierro.
De ahí no paso, estaba raro, algo extraño pasaba.
Se decidió y fue al otro lado, se acomodo y cerro los ojos sobre la otra almohada, durmió, soñó que soñaba, pero no era su sueño, nada resultaba conocido, nunca había jugado con muñecas, ni llorado al ver un sapo. Abrió los ojos y se dio vuelta, él no sabia dibujar, ni saltar la soga. Por qué lloraba cuando murió el gato, si él no lloró, ni le importaba, es más le tenía celos.
Vio la mano de Julia, su mano, en el bolsillo del saco de su marido, qué era su saco. El pequeño pañuelo con el otro perfume.
No podía contener las lagrimas, se despertó llorando. Hundió la nariz en la almohada y siguió soñando, nunca se despertó.
Hacía más de cinco años que Julia, tampoco despertó, en ese mismo lugar.
Justo esa noche había descubierto el otro perfume.


Estas líneas fueron enviadas por Rubén Fernández Rienzi a quien agradecemos por su aporte. Si usted escribe y quiere compartir su material, puede enviárnoslo a
info@karigue.com.ar y lo publicaremos en la sección “Amigos”.

domingo, 13 de enero de 2008

Libro “El silencio” – Capítulo 1

ROSTRO.

“El hombre, sólo un rostro prematuro”


Las horas pasan, es como si estuvieran sumergidas en el río del tiempo. Suceden las cosas, se escucha a lo lejos la música de una radio, habla el locutor, dice cosas qué pasan, que ya pasaron, pronostica el tiempo, anuncia lo que hay en los mercados, en la calle.

Sin embargo, yo escribiendo, palabra a palabra, se va desgranándose una montaña llamada silencio.

Todo era silencio, todo volverá a ser silencio. Como si él contuviera todas las palabras, las notas musicales, el ruido, el golpeteo de la lluvia, el canto de los pájaros.

Fue el grito, el grito de un cuerpo. Un ser estaba adentro, gestándose, temiendo, deseando, soñando, hasta que el animal dejó de arrastrarse, de caminar en cuatro patas, de gruñir. La posición vertical hizo que la faringe y las traqueas convertidas en pulmones se unieran y formaran lo que hoy conocemos como laringe.

Fue el aparato, el órgano digestivo, aquel que le permitió al animal sobrevivir, estar, permanecer, como un astro, como una unidad, que se podía desplazar sobre la tierra. Fueron las traqueas las que luego se convirtieron en pulmones, en esas dos fraguas que aspiran aire y expulsan anhídrido carbónico.

Al ponerse de pie el animal, podía engullir, devorar hojas de los árboles. Duplicó su altura, desde entonces el horizonte fue su límite, antes era la tierra, o a lo sumo el cielo.

Pero el descubrimiento del horizonte fue lo que al animal lo convirtió en un ser vacío. Algo inalcanzable, porque cada vez que avanzaba, el horizonte se convertía en algo más inmenso, más luminoso, más amplio; desde entonces para el animal no existe el límite, porque el límite se cierra así mismo en él.

El silencio, el verdadero silencio se instala en él, abre el vacío, instala el vacío en él. Surge el alma, el alma vasija que se tiene que llenar, como algo que nunca se llenará.

El movimiento de los órganos entre si, el roce, la fricción, la lucha, la armonía, producen el ruido que el sentido auditivo registra. Antes de hablar el animal escuchó; registraba en ese cerebro incipiente, en ese órgano que fue almacenando, que fue interpretando el peligro, el alimento, el agua.

Fue el roce tal vez lo primero, fue la piel entonces el órgano, el primer órgano que nos informó de lo otro. Fue el olfato, fue el oído después, y mucho después fue la palabra.

El grito como canal, como vena, como arteria, llevaba y traía cosas, información de lo otro, del otro. Hasta que el grito y el sentido del oído se unieron; luego sí la palabra, aquello con forma, el grito con forma.

Fue un pulido milenario, el grito y el oído, el sentido del oído. Un mundo nuevo, un mundo extraído, robado del silencio, desde donde brota la belleza de la palabra, del sentido, del sentido de la palabra.

Si bien la vista nos brinda las formas, las formas geométricas, los colores; el sentido de la palabra las condensa, las retiene, las embellece aún más. El sentido, el verdadero sentido del hombre, une luego la palabra con la figura y crea el número.

El número, algo así como un bote, como otra corriente de sangre, de savia, une a los pueblos haciéndolos mundo.

La palabra como un sonido mudo, como el sonido condensado, que se mece en la hoja temblorosa del alma, creando el arco iris, creando ese paladar, ese registro de la armonía del universo, para luego convertirla en música.

Mundo es eso, es la metáfora del cuerpo mudo, es la prolongación de él a lo largo del tiempo. La vida ha encontrado en el cuerpo mudo, la célula que hasta ahora le ha dado seguridad, en él confía y a él le ha dado la custodia de su existencia.

Pero he allí que a esa metamorfosis del cuerpo mudo, que se está convirtiéndose en mundo, le han crecido alas.

Pensamientos, ideas, conceptos, matemáticas, ciencias, mente, conciencia. Un mundo interior se fue instalando en el hombre, un mundo como metáfora inversa del otro mundo, el exterior. Aquel mundo, aquel universo, que fue registrado por el animal que mide: el hombre.

Un universo interpretado, un universo representado, como mundo, se introduce en el alma del hombre y de él brota como contra ola, el espíritu, el espíritu del hombre. Que se está convirtiendo en espíritu del mundo, para luego ser el espíritu del universo.

Un espíritu brotado del silencio, que se eleva del barro, no cae del cielo. Un espíritu que convierte a la realidad de las cosas, interpretadas en sueño, en vuelo más alto; remonta montañas, se anida en las ciencias, en las artes.

El silencio convertido en arte. ¿Podría uno imaginar que el espíritu se está convirtiendo en arte? Por qué no. Pero un espíritu brotado del cuerpo mudo. De esas cien mil millones de células, de esos millones de genes, que están luchando, que están viviendo, más aún, sobreviviendo dentro de este cuerpo desde hace millones de años.

Un mundo ignorado, un universo ignorado, que estamos comenzando a conocer, a ver, a entender.

Ellos no hablan, lo hacen hablar al hombre a través del órgano llamado cerebro, a través de ese cántaro sagrado, tal vez lo único sagrado para estos seres anónimos. La palabra para ellos es el cáliz que cada mañana levantan a los cielos. Cada amanecer ese espíritu convierte a las cosas en vino, en vino consagrado.

Y después nosotros decimos hablar, decimos que pensamos, decimos que somos semejantes a los dioses, a los dioses inventados por nuestra imaginación.

Mientras ellos siguen luchando en silencio. ¿O acaso tú los escuchas? Y no es porque estés lejos, ni que les hayas dado la espalda, sino porque ellos son lo que tú eres.

Tú solo eres la fachada, el rostro temprano. Un rostro tal vez prematuro.

Karigüe

Libro “El mar” – Capítulo 2

LA OTRA MITAD

“La idea es al hombre, como el hombre a la tierra”

Somos agua. La mayor parte de nuestro cuerpo está constituida por agua. Nuestra sangre es casi totalmente agua. Por lo que, cuando estamos cerca de ella, cerca de un río, de un mar, hay, debe haber, algo que busca continuidad. La unión, la fuga de los elementos.
Se está descubriendo, conociendo, observando la expulsión de una estrella que estaba como estrella melliza (dos estrellas que giran entre si). Una fue atraída por un agujero negro, presente en toda galaxia, y la otra fue expulsada.
No hay, no debe haber duda que siempre hay equilibrio en la naturaleza, en el universo, en el universo de los universos. En donde los opuestos se compensan, están en equilibrio.
Con lo que podemos deducir que inclusive el movimiento en sí de todo cuerpo, de cualquier cuerpo, está compensado por otro movimiento equilibrante.
Cuando camino por la orilla del mar, por la playa, siento esa sensación de equilibrio, de armonía que me brinda el mar. El mar es una memoria activa, encierra en sí toda nuestra historia, nuestro pasado; aún aquel de cuando el óvulo fecundado estaba germinado, cubierto de agua.
La tierra, ese planeta joven para lo que lo rodea, estaba cubierta de agua. Sabemos ya que el agua no es un elemento común en nuestro sistema solar, más aún, se equilibra con el calor del sol, con el frío de las noches en la ausencia de luz y calor.
El universo en si es un fuego que se apaga; quedan focos nada más de aquel incendio, de aquel Big Bang. Uno de ellos es el sol, fue la tierra también. Nuestro planeta ha nacido, ha brotado de algunos restos, escombros que quedaron de otra unión, de otra fusión importante.
Sin embargo algo lo unió. Algo hizo que se formara este planeta. Un centro tal vez, un agujero negro. No lo sabemos, pero debe haber habido un centro catalizador, Pero bueno, el resultado fue que nuestro planeta comenzó como un óvulo ardiente.
Luego la caída, la llegada de esos espermatozoides majestuosos que están circundando por el espacio estelar permanentemente. Debe haber impactado uno o más, tal vez aún separados por el tiempo. Luego, por un lapso, permaneció rodeado de agua.
Que hermoso debe haber sido ese espectáculo. El óvulo ardiente, encendido, cubierto por ese liquido que en pequeñas cantidades es aparentemente insignificante, pero que en grandes se vuelve poderoso.
La lucha de los dos elementos, fuego y agua, debe haber durado mucho tiempo. Debe haber sido estruendosa. Fuego atrapado por la garra de un animal; como cazado, como oprimido. Lucha de titanes, no hay duda.
Pero lo interesante es que no sólo era fuego lo atrapado. Eran rocas asimiladas, materia del universo. Restos de toda una historia difícil de recordar, difícil de entender por nuestras ciencias.
De ese desencadenamiento de elementos, de esas reacciones químicas, físicas, eléctricas, debe haber nacido, debe haber brotado, lo que es vida.
Cuando me miro frente al mar, cuando siento a la sangre fluir por mis venas; los pensamientos y aún los sentimientos, son como sangre evaporada, como nubes de sangre que rondan en mi cerebro produciendo esas tormentas, esos días de calma, esa relación armónica con nuestro clima, con nuestra atmósfera. Por donde camino, por donde transito besando, rozando a este mar antiguo desde donde he brotado.
Deben aún continuar las reacciones, las relaciones entre el agua (lo llegado, lo venido, lo que a la vez trata de irse, de volverse, porque debe tener su orbita a cumplir) y esta tierra sólida, ahora con su pequeña tea aún atrapada, aún ardiendo en las profundidades de su seno.
Pareciera que nosotros y nuestro medio ambiente (como es la playa, el cielo, las montañas, por donde camino) somos el resultado, la consecuencia. Somos como lo brotado de esta incomprensible lucha, batalla casi interminable.
Aún así esta sangre evaporada, estos pensamientos que me hacen viajar, imaginar, presentir, están ahora dentro de mí. Ha brotado vida, esa vida que no hace mucho se desplazaba con movimientos ondulatorios. Hoy está dentro de nosotros, nos habita, nos conmueve, nos lleva por medio de la imaginación, de los recuerdos, de las deducciones, a encontrarnos con una Madre antigua. Tal vez no la primera, pero con seguridad una de ellas, la mar, el mar. Que hoy late frente a mí, y dentro mío en forma de ideas.
Todo esto caminando por la orilla, viendo a algunos niños jugar, correr, reír, llorar. Pasando cerca de enamorados tomados de la mano en silencio, como si soñaran juntos un solo sueño. Una sola vida, pero juntos. Compartiendo cosas de la vida, como aquellas estrellas mellizas, que alguien, siempre se encarga de separarla.
Veo a las gaviotas como circundan el cielo, como surcan el aire. Cómo ha llegado la vida tan alto, como ha llegado el agua, el agua del mar a elevarse de sí, pero no solo como nube, sino como vida también.
En el vuelo de los pájaros el hombre siente que algo de él está allí, los está acompañando. Ellos, los pájaros, han logrado lo que el hombre desde su infancia en este mundo, como mundo, no ha podido lograr.
Al avanzar, son muchos los sendero que recorre la vida, muchas formas que no puede depositar en un solo ser, en una sola especie. Reparte como si fueran tentáculos, sus tentáculos.
Pero hay algo especial en este tipo de ser llamado hombre. Él no puede esperar el normal desarrollo de la naturaleza, no puede esperar que ella le haga crecer alas. Se apura, se precipita, crea esas partes, los elementos que le permiten volar, los crea por medio de sus ciencias, de su inteligencia.
Hoy ya puede volar. Salir inclusive del globo terráqueo, de su vientre, de su matriz. Sin embargo todavía es niño, necesita estar dentro del vientre de su madre por mucho tiempo más.
Puedo ahora mirar, contemplar, sentir no sólo a mi cuerpo, a mi mente y aún a mi corazón, si no que, también, estamos descubriendo, desde no hace mucho, a este nuestro medio, nuestro otro medio ambiente.
Ese aire, esa brisa fresca, con la que el viento nos acaricia. Olas de brisa nos llegan, nos refrescan en este día de calor intenso. En este día en donde el sol brilla sobre y en el horizonte.
Esas nubes que tejen caprichosas figuras, que se forman, que se desvanecen, que avanzan, como corriendo, como siendo arriadas por el viento.
¡Cuánta quietud en el horizonte! Allí en donde ayer, solamente ayer, brotó la Luna. Como si fuera una manzana rosada, se elevó hasta hacerse diminuta, hasta perderse entre las nubes. Y pensar que esta noche, en la madrugada, volverá salir. Volveremos a tener ese placer inmenso que es verla brotar allí, en el horizonte. Desde esa cueva que la retiene, que la guarda cada anochecer, solo para darnos el espectáculo de verla brotar nuevamente, volverla a ver.
A veces me pregunto si algún otro ser sobre este planeta es capaz de adorarla, de quererla tanto como el poeta. Tanto como todo hombre sensible que se preste a disfrutar de este regalo, que es estar aquí, presente, vivo; aún con las cargas que la vida nos pone sobre los hombros. Solo, tal vez, para tener el equilibro suficiente para ver, para verla aquí.


Karigüe

lunes, 7 de enero de 2008

Poema - Cañon del Colca

El ojo rojo del pez dorado
mira bajo el agua.


El cóndor de alas amplias
planea en los vientos cálidos
que se elevan desde el río.


Nubes blancas transparentes,
cruzan las montañas.


El sol,
ojo del cielo azul profundo,
ilumina.

Karigüe

viernes, 4 de enero de 2008

Reflexiones Celebres - Czeslaw Milosz

Czeslaw Milosz de su Libro “Abecedario”

NUMERO

Cuando uno piensa cuántos somos y cómo aumenta la población de nuestro planeta, es fácil verse preso de un miedo apocalíptico. Su lado malo consiste en idealizar los siglos pasados con la convicción de que antaño la gente vivía mejor, algo que es, por supuesto, falso.
No obstante, los números grandes entrañan enorme dificultad para nuestra imaginación. Como si estuviéramos contemplando la humanidad de forma que no está permitido al hombre sino, quizá, sólo a los dioses. En una película la imagen de una metrópoli fotografiada desde arriba corresponde a la circulación de miles de puntos claros y pequeños, es decir, a los coches. Uno sabe que en cada uno de estos coches hay personas sentadas del tamaño de microbios. Esta disminución de las vidas humanas simplemente porque son muchas “tiene que ser la diversión de líderes y tiranos”, escribía yo en el año 1939. En otras palabras, pueden pensar en categoría de masas. ¿Un millón de personas más o menos, qué diferencia hay?

Desde una gran distancia y altura las diferencias entre las partículas humanas se borran, pero un observador normal, incluso cuando se coloca en algún sitio elevado no puede dejar de transportarse mentalmente allí, donde está el resto de las personas. Entonces tiene que reconocer que es parte de ellos. Es un golpe para su identidad, para el principio de individuación, el principium individuationis. En realidad sólo la certeza de que nuestra existencia es irrepetible, de que nuestro destino nos corresponde exclusivamente a nosotros, sostiene la fe de la inmortalidad del alma. Los grandes números no sólo son responsables de que cada vez nos apretujemos más, porque en todos los sitios, en las montañas, en los bosques, sobre las aguas, hay gente, sino porque también nos aniquila, nos impone la convicción de que no somos más que hormigas que se esfuerzan en vano y de las que con el tiempo no quedará ni rastro.
Seguro que se trata de una ilusión de nuestra perspectiva porque basta con invertir el anteojo y aumentar en vez de disminuir para darse cuenta que no hay dos individuos iguales. Entonces lo general pierde y lo particular gana. Las huellas dactilares no se repiten, tampoco los rasgos del estilo individual, aunque eso resulta más difícil de comprobar. Pero al movernos entre un gran número, tendemos a olvidarnos de ello.