domingo, 13 de enero de 2008

Libro “El silencio” – Capítulo 1

ROSTRO.

“El hombre, sólo un rostro prematuro”


Las horas pasan, es como si estuvieran sumergidas en el río del tiempo. Suceden las cosas, se escucha a lo lejos la música de una radio, habla el locutor, dice cosas qué pasan, que ya pasaron, pronostica el tiempo, anuncia lo que hay en los mercados, en la calle.

Sin embargo, yo escribiendo, palabra a palabra, se va desgranándose una montaña llamada silencio.

Todo era silencio, todo volverá a ser silencio. Como si él contuviera todas las palabras, las notas musicales, el ruido, el golpeteo de la lluvia, el canto de los pájaros.

Fue el grito, el grito de un cuerpo. Un ser estaba adentro, gestándose, temiendo, deseando, soñando, hasta que el animal dejó de arrastrarse, de caminar en cuatro patas, de gruñir. La posición vertical hizo que la faringe y las traqueas convertidas en pulmones se unieran y formaran lo que hoy conocemos como laringe.

Fue el aparato, el órgano digestivo, aquel que le permitió al animal sobrevivir, estar, permanecer, como un astro, como una unidad, que se podía desplazar sobre la tierra. Fueron las traqueas las que luego se convirtieron en pulmones, en esas dos fraguas que aspiran aire y expulsan anhídrido carbónico.

Al ponerse de pie el animal, podía engullir, devorar hojas de los árboles. Duplicó su altura, desde entonces el horizonte fue su límite, antes era la tierra, o a lo sumo el cielo.

Pero el descubrimiento del horizonte fue lo que al animal lo convirtió en un ser vacío. Algo inalcanzable, porque cada vez que avanzaba, el horizonte se convertía en algo más inmenso, más luminoso, más amplio; desde entonces para el animal no existe el límite, porque el límite se cierra así mismo en él.

El silencio, el verdadero silencio se instala en él, abre el vacío, instala el vacío en él. Surge el alma, el alma vasija que se tiene que llenar, como algo que nunca se llenará.

El movimiento de los órganos entre si, el roce, la fricción, la lucha, la armonía, producen el ruido que el sentido auditivo registra. Antes de hablar el animal escuchó; registraba en ese cerebro incipiente, en ese órgano que fue almacenando, que fue interpretando el peligro, el alimento, el agua.

Fue el roce tal vez lo primero, fue la piel entonces el órgano, el primer órgano que nos informó de lo otro. Fue el olfato, fue el oído después, y mucho después fue la palabra.

El grito como canal, como vena, como arteria, llevaba y traía cosas, información de lo otro, del otro. Hasta que el grito y el sentido del oído se unieron; luego sí la palabra, aquello con forma, el grito con forma.

Fue un pulido milenario, el grito y el oído, el sentido del oído. Un mundo nuevo, un mundo extraído, robado del silencio, desde donde brota la belleza de la palabra, del sentido, del sentido de la palabra.

Si bien la vista nos brinda las formas, las formas geométricas, los colores; el sentido de la palabra las condensa, las retiene, las embellece aún más. El sentido, el verdadero sentido del hombre, une luego la palabra con la figura y crea el número.

El número, algo así como un bote, como otra corriente de sangre, de savia, une a los pueblos haciéndolos mundo.

La palabra como un sonido mudo, como el sonido condensado, que se mece en la hoja temblorosa del alma, creando el arco iris, creando ese paladar, ese registro de la armonía del universo, para luego convertirla en música.

Mundo es eso, es la metáfora del cuerpo mudo, es la prolongación de él a lo largo del tiempo. La vida ha encontrado en el cuerpo mudo, la célula que hasta ahora le ha dado seguridad, en él confía y a él le ha dado la custodia de su existencia.

Pero he allí que a esa metamorfosis del cuerpo mudo, que se está convirtiéndose en mundo, le han crecido alas.

Pensamientos, ideas, conceptos, matemáticas, ciencias, mente, conciencia. Un mundo interior se fue instalando en el hombre, un mundo como metáfora inversa del otro mundo, el exterior. Aquel mundo, aquel universo, que fue registrado por el animal que mide: el hombre.

Un universo interpretado, un universo representado, como mundo, se introduce en el alma del hombre y de él brota como contra ola, el espíritu, el espíritu del hombre. Que se está convirtiendo en espíritu del mundo, para luego ser el espíritu del universo.

Un espíritu brotado del silencio, que se eleva del barro, no cae del cielo. Un espíritu que convierte a la realidad de las cosas, interpretadas en sueño, en vuelo más alto; remonta montañas, se anida en las ciencias, en las artes.

El silencio convertido en arte. ¿Podría uno imaginar que el espíritu se está convirtiendo en arte? Por qué no. Pero un espíritu brotado del cuerpo mudo. De esas cien mil millones de células, de esos millones de genes, que están luchando, que están viviendo, más aún, sobreviviendo dentro de este cuerpo desde hace millones de años.

Un mundo ignorado, un universo ignorado, que estamos comenzando a conocer, a ver, a entender.

Ellos no hablan, lo hacen hablar al hombre a través del órgano llamado cerebro, a través de ese cántaro sagrado, tal vez lo único sagrado para estos seres anónimos. La palabra para ellos es el cáliz que cada mañana levantan a los cielos. Cada amanecer ese espíritu convierte a las cosas en vino, en vino consagrado.

Y después nosotros decimos hablar, decimos que pensamos, decimos que somos semejantes a los dioses, a los dioses inventados por nuestra imaginación.

Mientras ellos siguen luchando en silencio. ¿O acaso tú los escuchas? Y no es porque estés lejos, ni que les hayas dado la espalda, sino porque ellos son lo que tú eres.

Tú solo eres la fachada, el rostro temprano. Un rostro tal vez prematuro.

Karigüe

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