domingo, 13 de enero de 2008

Libro “El mar” – Capítulo 2

LA OTRA MITAD

“La idea es al hombre, como el hombre a la tierra”

Somos agua. La mayor parte de nuestro cuerpo está constituida por agua. Nuestra sangre es casi totalmente agua. Por lo que, cuando estamos cerca de ella, cerca de un río, de un mar, hay, debe haber, algo que busca continuidad. La unión, la fuga de los elementos.
Se está descubriendo, conociendo, observando la expulsión de una estrella que estaba como estrella melliza (dos estrellas que giran entre si). Una fue atraída por un agujero negro, presente en toda galaxia, y la otra fue expulsada.
No hay, no debe haber duda que siempre hay equilibrio en la naturaleza, en el universo, en el universo de los universos. En donde los opuestos se compensan, están en equilibrio.
Con lo que podemos deducir que inclusive el movimiento en sí de todo cuerpo, de cualquier cuerpo, está compensado por otro movimiento equilibrante.
Cuando camino por la orilla del mar, por la playa, siento esa sensación de equilibrio, de armonía que me brinda el mar. El mar es una memoria activa, encierra en sí toda nuestra historia, nuestro pasado; aún aquel de cuando el óvulo fecundado estaba germinado, cubierto de agua.
La tierra, ese planeta joven para lo que lo rodea, estaba cubierta de agua. Sabemos ya que el agua no es un elemento común en nuestro sistema solar, más aún, se equilibra con el calor del sol, con el frío de las noches en la ausencia de luz y calor.
El universo en si es un fuego que se apaga; quedan focos nada más de aquel incendio, de aquel Big Bang. Uno de ellos es el sol, fue la tierra también. Nuestro planeta ha nacido, ha brotado de algunos restos, escombros que quedaron de otra unión, de otra fusión importante.
Sin embargo algo lo unió. Algo hizo que se formara este planeta. Un centro tal vez, un agujero negro. No lo sabemos, pero debe haber habido un centro catalizador, Pero bueno, el resultado fue que nuestro planeta comenzó como un óvulo ardiente.
Luego la caída, la llegada de esos espermatozoides majestuosos que están circundando por el espacio estelar permanentemente. Debe haber impactado uno o más, tal vez aún separados por el tiempo. Luego, por un lapso, permaneció rodeado de agua.
Que hermoso debe haber sido ese espectáculo. El óvulo ardiente, encendido, cubierto por ese liquido que en pequeñas cantidades es aparentemente insignificante, pero que en grandes se vuelve poderoso.
La lucha de los dos elementos, fuego y agua, debe haber durado mucho tiempo. Debe haber sido estruendosa. Fuego atrapado por la garra de un animal; como cazado, como oprimido. Lucha de titanes, no hay duda.
Pero lo interesante es que no sólo era fuego lo atrapado. Eran rocas asimiladas, materia del universo. Restos de toda una historia difícil de recordar, difícil de entender por nuestras ciencias.
De ese desencadenamiento de elementos, de esas reacciones químicas, físicas, eléctricas, debe haber nacido, debe haber brotado, lo que es vida.
Cuando me miro frente al mar, cuando siento a la sangre fluir por mis venas; los pensamientos y aún los sentimientos, son como sangre evaporada, como nubes de sangre que rondan en mi cerebro produciendo esas tormentas, esos días de calma, esa relación armónica con nuestro clima, con nuestra atmósfera. Por donde camino, por donde transito besando, rozando a este mar antiguo desde donde he brotado.
Deben aún continuar las reacciones, las relaciones entre el agua (lo llegado, lo venido, lo que a la vez trata de irse, de volverse, porque debe tener su orbita a cumplir) y esta tierra sólida, ahora con su pequeña tea aún atrapada, aún ardiendo en las profundidades de su seno.
Pareciera que nosotros y nuestro medio ambiente (como es la playa, el cielo, las montañas, por donde camino) somos el resultado, la consecuencia. Somos como lo brotado de esta incomprensible lucha, batalla casi interminable.
Aún así esta sangre evaporada, estos pensamientos que me hacen viajar, imaginar, presentir, están ahora dentro de mí. Ha brotado vida, esa vida que no hace mucho se desplazaba con movimientos ondulatorios. Hoy está dentro de nosotros, nos habita, nos conmueve, nos lleva por medio de la imaginación, de los recuerdos, de las deducciones, a encontrarnos con una Madre antigua. Tal vez no la primera, pero con seguridad una de ellas, la mar, el mar. Que hoy late frente a mí, y dentro mío en forma de ideas.
Todo esto caminando por la orilla, viendo a algunos niños jugar, correr, reír, llorar. Pasando cerca de enamorados tomados de la mano en silencio, como si soñaran juntos un solo sueño. Una sola vida, pero juntos. Compartiendo cosas de la vida, como aquellas estrellas mellizas, que alguien, siempre se encarga de separarla.
Veo a las gaviotas como circundan el cielo, como surcan el aire. Cómo ha llegado la vida tan alto, como ha llegado el agua, el agua del mar a elevarse de sí, pero no solo como nube, sino como vida también.
En el vuelo de los pájaros el hombre siente que algo de él está allí, los está acompañando. Ellos, los pájaros, han logrado lo que el hombre desde su infancia en este mundo, como mundo, no ha podido lograr.
Al avanzar, son muchos los sendero que recorre la vida, muchas formas que no puede depositar en un solo ser, en una sola especie. Reparte como si fueran tentáculos, sus tentáculos.
Pero hay algo especial en este tipo de ser llamado hombre. Él no puede esperar el normal desarrollo de la naturaleza, no puede esperar que ella le haga crecer alas. Se apura, se precipita, crea esas partes, los elementos que le permiten volar, los crea por medio de sus ciencias, de su inteligencia.
Hoy ya puede volar. Salir inclusive del globo terráqueo, de su vientre, de su matriz. Sin embargo todavía es niño, necesita estar dentro del vientre de su madre por mucho tiempo más.
Puedo ahora mirar, contemplar, sentir no sólo a mi cuerpo, a mi mente y aún a mi corazón, si no que, también, estamos descubriendo, desde no hace mucho, a este nuestro medio, nuestro otro medio ambiente.
Ese aire, esa brisa fresca, con la que el viento nos acaricia. Olas de brisa nos llegan, nos refrescan en este día de calor intenso. En este día en donde el sol brilla sobre y en el horizonte.
Esas nubes que tejen caprichosas figuras, que se forman, que se desvanecen, que avanzan, como corriendo, como siendo arriadas por el viento.
¡Cuánta quietud en el horizonte! Allí en donde ayer, solamente ayer, brotó la Luna. Como si fuera una manzana rosada, se elevó hasta hacerse diminuta, hasta perderse entre las nubes. Y pensar que esta noche, en la madrugada, volverá salir. Volveremos a tener ese placer inmenso que es verla brotar allí, en el horizonte. Desde esa cueva que la retiene, que la guarda cada anochecer, solo para darnos el espectáculo de verla brotar nuevamente, volverla a ver.
A veces me pregunto si algún otro ser sobre este planeta es capaz de adorarla, de quererla tanto como el poeta. Tanto como todo hombre sensible que se preste a disfrutar de este regalo, que es estar aquí, presente, vivo; aún con las cargas que la vida nos pone sobre los hombros. Solo, tal vez, para tener el equilibro suficiente para ver, para verla aquí.


Karigüe

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