lunes, 29 de julio de 2013

Libro "Z" – Capítulo 29


ARMONÍA
Pareciera que las cosas están, están allí, como esperándonos; pero no es así las cosas son, aunque no estemos los que las nombran.
Pero hay algunas de los cuales somos lo creadores, los labradores, lo pulidores, los transformadores y muchas veces los destructores, los eliminadores.
Las cosas producidas por la técnica, la ciencia, como un florero, un auto, una casa, una pista de patinaje, una pista de sky, y tantas otras; todas ellas, las creadas por el hombre, por lo general tienen una utilidad, para él, le sirven y este ser las usa en su provecho.
Son fabricadas por generaciones tras generaciones, se van puliendo, perfeccionando, ya sea en la forma o en material de la cual están hechas, y así será hasta el fin de los tiempos. La mayoría de las cosas creadas además de ser brotadas de forma lenta y pausada; son creadas, también por la casualidad. Ese caos que es y que está presente siempre, como motor para que las cosas no solo se creen, sino para que cambien.
Pero el hombre tiene cosas que son creadas totalmente por su trabajo, dedicación, persistencia y hasta se podría decir amor; que no dependen del caos, sino que ellas son caos transformado en armonía.
La palabra armonía es un de las mas bellas creaciones del hombre, más aún creo que esta palabra lo guía, lo lleva, de y por la narices a crear a fundar un mundo. Una morada de paz y plenitud.
Una obra de arte, ya sea un cuadro, un poema, una melodía, una escultura, etc., son y le pertenecen nada más que al hombre; como obras, no como objetos.
En ellas el hombre se resume, se condensa, hace destilar su espiritualidad. Eso que es, que siente que está siendo; pero solo a través de la inspiración las puede extraer, sacar, desnudar, separar: lo que es vida, lo que es naturaleza y lo que es él: Un ser espiritual.
Un ser que está descubriendo, que esta desnudando, lo que es; pero no en él, porque no se puede mirar, observar directamente, necesita de un espejo; bueno ese espejo son las cosas creadas totalmente por el, las cosas u obras de arte, las partes que componen el mundo espiritual.
El espíritu siempre está antes y después del hombre. Está como lo que tiene que recordar, pero a la vez está cómo lo que tiene que hacer, realizar, labrar, extraer.
El hambre y la sed le pertenecen al cuerpo físico, al alma la reflexión, la caridad, el amor; al espíritu la obra, la obra inacabada que es el mundo. El espíritu como dinámica del mundo.
No es en si la insatisfacción lo que al espíritu lo mueve; el espíritu tampoco es una boca abierta como el mundo.
El espíritu en esencia somos. Es lo más nítido y a la vez lo más profundo, es el antes y el después. Nosotros solo su expresión, más aún su representación.
No es el ser, el pensar. El pensar es solo un instrumento, un tentáculo, un brazo extendido, un sentido. Algo que se siente y por lo tanto se realiza; por lo tanto no podemos ponerlo a definirnos, a describirnos con él. Aunque en si no tenemos otra cosa, otro instrumento para saber por ahora de nosotros, algo de lo que somos. No por ello debemos atribuirle y confundirlo como ser o simplemente como espíritu.
El espíritu es algo que se arroba por entre los hombres, ya sea como comunidad o como ser ahí, ser en sí. Tenemos la obligación, como que somos parte solamente, decir y pensar no solo en el ser ahí, ahí adentro sino en el ser allí, el ser que se despliega en el mundo; ya no sólo dentro de nosotros, sino afuera también.
Es verdad que yo siento, yo soy, yo siento mi mismisidad, mi ipsidad; pero a la vez no puedo negar que el espíritu, aún el espíritu de la vida o del mundo, también habita en las cosas, en todas las cosas; aunque brilla, aunque los podemos ver con más claridad en las cosas del espíritu, en las cosas espirituales, en las cosas creadas sólo por el hombre excluyendo ya sea a la vida o al mundo.
Lo personal, lo de cada uno, es lo que es realmente de nosotros, seres avaros. Producto de esa avaricia, condenable por la ética, somos; porque algo le robamos al río de la vida, y con ello regamos nuestro jardín, nuestro campo, nuestro mundo nuevo.
Sí lo que queremos ver con claridad somos ladrones de vida, robamos aquello que pasa por nosotros para construir poco a poco un castillo, una morada, para habitarla, para detenernos aunque sea por instantes. Para luego volar; para luego elevarnos y volar ya sea en el sentido del río de la vida, del tiempo, o en el sentido y dirección que nos indique eso que ha crecido, y que es nuestro, ese nuevo viento, esa brisa fresca que por ahora solo nos deleitamos, solo hemos llegado a deleitarnos.
El vuelo del cóndor. Esa aparente inmovilidad, ese dejarse llevar por los vientos, por las corrientes de viento; como lo hacen los veleros; pero estas corrientes son más sutiles, más altas.
El aire, la atmósfera es un mar, un mar de aire. Nos retuvimos, nos detendremos en la orilla de los ríos sólo para invernar. Somos para que el espíritu sea otro, para que el espíritu se trasforme de gusano en mariposa y pueda levantar vuelo, pueda elevarse de sí, romper las cadenas de Prometeo, los clavos del Cristo.
Entonces si en el aire, como cuando uno está escribiendo un poema; como siendo Descarte, pensó que podía romper las cadenas de los diablitos, de esa dudas que lo corrompían al hombre y sentir que era él, lo más nítido hasta entonces; luego la vida en el hombre se abrió al mundo, y el mundo entró en el, un mundo ya maduro como fruto. Desde entonces somos una simbiosis hombre - mundo.
Una simbiosis que está levantando vuelo, que está rompiendo cadenas, volando, elevándose de sí; si por sí consideramos al hombre que piensa y al mundo que se crea. Ambos no dejan de crecer, no dejan de formar al niño, a la criatura nueva, al cuerpo de la criatura nueva, al Saratustra, de Nietzsche, al Hiperión de Hölderlin, etc.
Pero a la vez a esa criatura le está creciendo, se está formando dentro de ella un alma nueva. Y dentro de esta alma, de esta piel sensible, dúctil, transparente y a la vez impenetrable, está brotando aquello que anuncian, como trompetas la música de Bach, aquello que está gravado, impreso, en los cuadros de Vangho, y escondida, escondido está aquello que brota ya no dentro de los cántaros que se dicen a sí mismo representado, sino que salta entre estos cántaros. Estos cántaros como neuronas, lo nuevo como sinapsis.
No hay con que describirlo porque las palabras se han enquistado, si bien estos cántaros son metáforas muertas; siendo eso, esto nuevo, palabras muertas. Palabras que nos dejan, que dejan de sí la antorcha de la vida nueva, de lo que estamos siendo.
Solo tu o yo tenemos que tomar esa antorcha y seguir corriendo, seguir avanzando sobre aquello que nos atrae, el siempre nuevo, el espíritu del después; pero corriendo, avanzando no por insatisfacción sino por placer.
El placer que brinda la armonía.
Karigüe

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Gracias. Karigüe

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