lunes, 1 de octubre de 2012

Libro "Z" – Capítulo 4


AMOR
Terreno pantanoso, terreno lleno de piedras; valles, quebradas, montañas; solo de vez en cuando terrenos fértiles, terrenos cultivables, terrenos en donde la vida es más vida.
¿Por qué entonces, el hombre podría ser diferente? Somos naturaleza y la seguiremos siendo: climas cálidos, fríos, tormentosos, calmos, desde donde brota lo que hay, desde donde se erige el clima, el microclima: el hombre.
¿A qué se debe entonces que los hombres no son tan diferentes, o es solo que una planta, un gen, un animal se expandió después? ¿Se expandió como se expandió el agua; como cubrió el agua toda la tierra y ahora en su retirada, en su irresistible retirada lucha, hoy deja su huella de similitud, de herencia almacenada en lagos, en ríos, en mares, en platas, en animales?
Mares llenos de vida, valles guardados entre las montañas, como contenidos por ellas; planicies, de tan imperceptibles movimientos, cambios, que desde lo lejos parecen eternos, parecen permanentes, y son tan vivos como los hombres, son tan inestables que pareciera que el fruto es solo porque la madre preñada, sigue tratando de no ser abandonada.
Olas de vida, olas de muerte, avanzan una de tras de otra, una en un sentido y la otra en otro; en el centro, en el choque, el istmo, el altar, la ceremonia, la celebración: el hombre.
Si, el hombre es un altar en donde se lleva acabo una ceremonia, de la lucha entre la vida y la muerte, entre la oscuridad y las sombras de esa oscuridad, de ese silencio que solo es telón para que el hombre ore, habla, diga su oración, celebre.
Está delante del hombre la nada, el vacío, todo por hacer, todo por construir, por resolver; las cosas necesitan ser bendecidas (bendecir es ven a decir) por el hombre, quieren además ser nombradas, ser dichas. La dicha es un acto de decir, del decir, del nombrar.
Si algo es nombrado por el hombre, ese algo es traído del mundo de la oscuridad, del mundo del silencio y es implantado en el mundo de las obras, en el mundo del habla, en el mundo en donde las cosas son de otra manera al ser nombradas. Las cosas toman otra vida, entran en la vida, en el mundo del hombre.
El mundo es un claro en el bosque del universo. Este último es un conjunto de fuerzas, de fenómenos, de reacciones inconcebibles, incomprensibles, para el hombre. Ese ser nuevo crea, está creando un nuevo universo: el mundo. Allí las cosas si antes no están dichas no están vivas para el mundo. No existe allí lo que nunca fue nombrado, lo que nunca fue dicho por el hombre, por un solo hombre.
Porque el mundo es un ámbito, un recinto imaginado, pulido, labrado, construido por y exclusivamente por el hombre.
No creo que haya sobre la tierra otro ser que pueda imaginar, y llevar a cabo lo imaginado, hacerlo patente, hacerlo real, si se quiere decir así, que no sea este mono, mono particular que habla.
Si bien el mundo del hombre fue construido con piedras, con ladrillos del universo. Pero el hombre fue quien les dio forma, pero no sólo el hombre desde que habló, sino el hombre como ser, aquel ser brotado de la materia, del agua; siendo así el animal, la planta, el gen sólo etapas, sólo estados de niñez, de evolución.
Aún cuando la naturaleza probaba con moldes, con moldes de piedra, desde ese entonces ya era el hombre algo soñado por alguien, como si a través de la forma, del molde, se fue probando, se fue construyendo, se fue erigiendo el habla, el pensamiento, la idea, el istmo.
El hombre entonces como un medio, una escala, una forma primitiva de algo que se está haciendo presente, de alguien que hace del universo, aquello que se pule, aquello que se emplea para construir, para erigirse.
Una metamorfosis, un cambio, como cuando la mariposa se muta; se transforma de gusano en alguien que emprende el vuelo, en alguien que remonta el aire, los tiempos, para cubrir la faz de la tierra, para cubrir los confines del universo.
Una cierta brisa, un cierto aire remonta el universo, el vacío que contiene al universo, algo así como si fuera una caricia, un cierto contacto de lo infinito, de lo eterno, con aquello que está, con aquellos desprendido solo porque es necesario un movimiento permanente, un movimiento en vaivén, como si fiera un niño que se acuna; como si fueran olas, vientos, huracanes, para luego una vez consumido su fuerza; la fuerza brotada del cambio, vuelva otra vez a ser lo que siempre fue, muerte, sueño, quietud, silencio, oscuridad.
Un eterno silencio, una eterna oscuridad reina en los cielos, aún los dioses son así, no sueñan, no quieren, no aman, no odian, solo están; están y son lo que para nosotros es la nada, el vacío.
Sin embargo sentimos, pensamos, soñamos, imaginamos solo porque nos hemos dado cuenta que somos los dioses extraídos, enviados, expulsados, de algo que vive eternamente. La eternidad está dentro del alma del hombre, como si aquello fuera un agujero negro, como si allí se realizara un cambio. El cambio, inclusive, de la vida y la muerte, el de la forma y de lo informe, como si allí, en solo algunos instantes la eternidad morara, en forma de luz, de idea, de pensamiento, solo para después desvanecerse como se desvanece una nube, un astro, un hombre, un sueño, y un universo también.
Instantes llenos de plenitud, que se sumergen como las sirenas de Mallarme, allí enfrente de la proa de nuestro impetuoso barco, navío; sólo para que despierte en nosotros no solo la inquietud, la palabra, sino el poema.
Aquello que describe de una manera casi inconsciente el reino que vive desde siempre en el corazón del mundo, en el corazón de cada hombre: el amor.
Karigüe

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Gracias. Karigüe

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