lunes, 17 de octubre de 2011

Libro "Común Unión" – Capítulo 9

FUNCIÓN

Los sueños, aquellos soñados despiertos y dormidos, aquello agradablemente imaginado de niño y de no tan niño después, se desvanecen como olas que chocan contra las rocas, contra los otros, contra el mundo. Estos últimos tienen su ritmo, normalmente distinto del soñado; formas distintas también son las que después nos entrega el tiempo, distintas a las imaginadas.
Un hombre normal, simple, religioso, lo acepta. Un poeta hace de ello un poema, un libro, o simplemente lo ensarta como un chorizo que pone en una parrilla, y luego dice: este es mi dolor. Ya que lo que quiere es otro mundo distinto al real; sueña a otro mundo en donde las cosas, la gente sea diferente; entra en esa utopía que a él lo hace feliz, cuando lo imagina, cuando sueña.
Es verdad la vida necesita del poeta para que el abra nuevos caminos, nuevas formas, nuevas alternativas. Lo hiere tan profundamente que de él brota sangre pura, sangre nunca antes vista por hombre alguno, nunca antes escuchada, sangre nueva conservada en palabras, en versos. Esto es poesía.
Diótima en Holderlin; Beatrice en Dante; Domini en Stefan George, y tantos otros casos en donde el ser amado deja un vacío profundo en el corazón del artista. Allí si en ese “Acantilado de Mármol” se destila gota a gota el dolor del poeta. Allí crece, se puebla, de fantasmas, de recuerdos, únicos, irrepetibles, dichos, escritos, por el hombre herido por una flecha de cupido.
La vida entonces a través del poeta es amor; es el amor que no es fruto sino flor. Una flor que solo alimenta al alma, al corazón, a los sueños; como si ella fuera una dormidera.
Es la belleza tal vez lo que busca el hombre común en la obra de un poeta. La belleza es sólo la máscara del poeta, lo que queda, lo que realmente se encuentra en la obra de un poeta es su sangre; su dolor hecho sangre; pero una sangre disecada, que salta al lector, se introduce en su alma; en la sangre del lector comienza a circular, como si ella, la nueva, fuera injertada, trasplantada. Sí brota, se convierte en alimento, alimento para el alma; para el alma del lector.
La vida toma al poeta como si él fuera un campo en donde la semilla se convierte en almácigo. Un lugar en donde lo más antiguo se convierte en lo nuevo, pero solo como experimento; solo, para que en el caso que brotase, se la pueda trasplantar a la tierra, a la tierra real. A la tierra en donde crecen los árboles verdaderos, los árboles que darán fruto, que darán leña y sombra también.
Es un poeta el elegido; pero un elegido en donde la vida prueba almácigos nuevos, algunos de ellos mortales, algunos de ellos son como narcóticos que los hacen dormir por toda una vida.
O los hacen destruir lo poco que pudieron levantar en su temprana edad, en aras de esa palabra. Es licor, es éter, lo que lo transporta, lo que lo lleva a ese mundo imaginado, soñado; a ese experimento que la vida hace con él. Sólo después y en algunos casos nunca; de lo escrito, de lo narrado, queda algo, queda algo escrito, gravado en el alma de los pueblos. El alma de los pueblos está hecha de eso, que los poetas lo sirven sobre la mesa del hombre común.
Si bien sabemos que la adrenalina forma, crea al cuerpo; así también la palabra, la palabra poética crea el alma, el alma del hombre, el alma de un pueblo, el alma de la humanidad. No es la palabra repetida la que crea el alma, sino la palabra envase. La palabra cuya forma es la belleza, pero cuyo contenido es sangre, es pura sangre, sangre antigua destilada en el alma del poeta.
Entonces es a través de la palabra de Heraclito, Anaxagoras, Sofocles, etc., etc., que nos llega todo la obra del hombre; aquella que se va tejiendo, se va curtiendo día a día. Piedra a piedra hemos levantado a este nuestro mundo, nuestra cultura, nuestro cielo cubierto de tecnología, de sueños, de ideas, de hipótesis, de anhelos, de deseos, de temores. De todo ello estamos hechos, de todo ello está hecho el mundo.
Enlazados, unidos, por la palabra poética, por esas palabras que traspasan los muros del tiempo, los muros de barro y cemento, de vidrio y acero; para unir como si fuera en un collar, las almas, los espíritus de todos los hombres, de todos aquellos que llevan como estandarte a la vida. A la vida que aún ante los más crueles hechos, sucesos, rebosa de alegría siempre, siempre que la aprendamos a ver.
Tal vez la vida es como las mujeres. A ellas les gusta la sutileza, lo sutil, aquello que sólo se insinúa, se sugiere. Si bien en la savia o en la sangre, se la puede ver hecha movimiento, en nuestra alma está constituida por una forma delicada y sutil. Los franceses saben mucho de ello: Verlain, Baudelaire, Mallarmé, Valery.
Tanto como la melancolía, como la sutileza, la delicadeza, son tratados de tal manera que consideran al alma como si fuera el mar, solo el mar, no más allá del mar, de sus orillas. Cultivadores de una belleza particular, como son sus mujeres, la forma de comer, sus comidas, sus vestidos, sus casas, sus parques, todo en ellos hablan de una forma delicada y muy femenina por cierto.
Salvo Rimboud, todos han nadado en un mar de belleza, particularmente Mallarme, en donde se puede ver a la belleza como las sirenas que se sumergen al paso de su poesía; no he visto manera más sutil de tratar a la poesía, inclusive esa forma de abrir el poema escrito, ya que el verso común parece ahogaba a ese mar, a esa belleza, que vivía en él.
En Rimboud vivía el infierno puro; la belleza, pero hirviendo (ir viendo) a tal temperatura que sus versos funden a cualquier alma que la lee, pero no solo la funde si no la saca corriendo con solo algunos versos, algunas sensaciones bajo el brazo.
Su sinónimo, en la cultura Germánica fue Tralk, Goerge Tralk; todavía creo que no ha pasado tiempo suficiente como para poder entender, comprender, a este gran poeta. Da la sensación que tanto Tralk como Rimboud estuvieron en lugares similares del alma humana.
En la cultura Germana no hay mucha belleza, salvo Gohete, Stefan George, no se encuentra mucha belleza, lo que sí se encuentra es profundidad. Son mineros no muy delicados. El renacimiento de la cultura Helénica se realizó en la cultura Alemana. Ambas brotaron de un apriete de cinturón, de lo natural. En el caso de la cultura germana fue el apriete de lo humano natural que se había desparramado en la edad media. Fue el Luteranismo, con su rigosidad, que embretó al ser humano, que lo encaminó a la búsqueda de lo profundo aún en lo religioso: fue la dedicación al trabajo (tan común en los helénicos) una virtud que permitió la contemplación rígida y concentrada en las cosas del alma humana también.
Tal vez una buena semilla venida de afuera brotó muy bien en el campo alemán, esa fue la de Spinoza, después Kant; en el internado de Tubinga deben haberse producido los diálogos más hermosos de ese siglo, entre Schelling, Hegel y Holderlin. Todo ello llevó a crear, a producir, a formar un conjunto de poetas que muy bien podríamos llamarlos “Buscadores del ser”
Tantos otros como John Paul. En el siglo XIX solo se ve poblado por pensadores no poetas, como es el caso de Nietszche, que se levanta como un monolito, sobre este conjunto de ideas que sembraron en el alma humano los poetas románticos.
A principios del siglo XX se vuelve repetir una nueva ola de poetas que ya no sólo van en busca del Ser, sino que van un poco más adentro buscan ahora su ser, el ser de cada uno de ellos, como Tralk, Rielke, Stefan George, Gofried Been, Paul Celan, etc, y termina en Holan, para que Heidegger haga su obra más importante: Ser y Tiempo.
En verdad no se ve mucha belleza, lo que se ve es una búsqueda de la verdad, de ver un poco más de lo que estamos hechos, de lo que está hecha nuestra alma. ¿Quién es ese a lo que decimos ser?
No hay duda una cultura muy rústica, falta de delicadeza, pero en donde sobran ideas. El pensar se convierte en una herramienta capaz inclusive de encontrar cosas que el corazón tiene y la razón trata de imaginarse. No hay duda es un pueblo masculino, un pueblo dedicado a la trabajo rudo y constante, en donde encuentran su placer, su propia belleza.
Por último podemos nombrar a la cultura Inglesa, Milton, Shakesperare, Blake, una cultura híbrida, en donde se trata de ser delicado pero no se deja de ser interesado en la utilidad de todo cuanto lo rodea (son dandis). Fue como un latido cuando Newton, Hock, Hunes, Hopes, intentaron dar más fuerza a lo experimentado que a lo pensado; pero solo fue un latido que se apagó rápidamente.
Son almas dedicadas a hacer dinero aún de su cultura, no quiere decir que lo demás dejen de hacerlo, sino que ellos lo tienen más marcado, más se nota en todo cuanto dicen, en todo cuanto hacen, no por ellos dejan de producir ideas nuevas u obras que nos llenan de regocijo como el Ulises de Joice.
Me refiero solo a que no tienen ideas profundas y las pocas que tiene las han copiado de los otros, como lo han hecho en los otros campos.
Diría que es una cultura neutra, ni masculina, ni femenina; es como el dinero neutro. A cada uno nos ha tocado una función.
De la hispana, nuestra cultura, dejémosla con Cervantes y nombremos Juan Rulfo; a todo lo demás lo olvidaremos pronto; todavía no hemos intentado pensar, salvo cuando oramos.

Karigüe

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Gracias. Karigüe

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