lunes, 9 de septiembre de 2013

Libro "Z" – Capítulo 34


DESCRIBIR
Las actitudes ayudan. Ante todo ¿qué es una actitud? Esta palabra viene de acto, de actuar, podríamos decir que es una particularidad de la persona que realiza actos, y actuar ante todo es obrar. Actuar también es representar, poner en escena la intención, lo que se quiere hacer, realizar.
Cuando decimos: yo tengo una actitud, para realizar ciertas tareas; solemos decir así cuando tenemos una tendencia, una cierta predisposición y habilidad para realizar esas tareas.
Actitud tendría entonces dos significados, no muy diferente. Una es la predisposición, el talento; la otra, la capacidad de llevar a cabo actos, de llevar a la realidad lo que se ha pensado, lo que se ha decidido realizar.
Todo es cosa de comenzar; si tenemos una intención de realizar algo, es porque nos conviene, es decir es no solo lo adecuado, sino que nos va a brindar algún placer o beneficio; inclusive si solo es por dinero, ya que el dinero es en sí un beneficio.
El hecho de llevar cabo una serie de actos en aras de conseguir un beneficio, hace de nosotros una costumbre. Mejor dicho cuando repetimos, un acto ó serie de actos, en nosotros se crea una costumbre, nuestro cuerpo mudo grava, guarda en su memoria; y aquí está lo interesante, cuando se repite varias veces la misma cosa, el mismo acto, nuestro cuerpo incorpora, toma de sí los medios, como para no solo repetir sino mejorar.
¿Cómo se lleva a cabo ésta mejora? Por la información, por la información gravada y la incorporación de nuevas cosas; porque en si las cosa no están aisladas, sino que algunas veces están acompañadas de otras; es decir que solo el acto de actuar, de obrar, hace que nuestro cuerpo mudo cada vez sea más rico, no sólo por la repetición sino por las cosas que se incorporan lateralmente, como acopladas a lo que repetimos.
Nos encontramos entonces que nuestro cuerpo está siendo alimentado, enriquecido, por esa actitud, por la actitud de obrar, de hacer.
Por eso nos dice Machado: “Camino se hace al andar”. Asumiendo como un hecho real, el que la naturaleza sea una costumbre, nos encontramos ante una realidad, construida, hecha, labrada, por esa actitud del espíritu del hombre por el obrar.
Tuvimos y aún la tenemos, pero ahora tan incorporadas que parece automáticas, mejor dicho son automática: la necesidad de comer y de tomar; el hambre y la sed, como el respirar y el pensar. Y desde no hace mucho la necesidad de obrar: la insatisfacción.
Llegamos a un punto y ya estamos pensando en el otro. Estuvimos en reposo por mucho tiempo, luego nos comenzamos a desplazar por el vientre marino, luego nos arrastramos, caminamos y ahora volamos, aunque artificialmente; aunque algunos de nuestros hermanos de travesía, vuelan, como son los pájaros.
Si bien los hombres podemos volar por medios mecánicos; eso nos está llevando a construir cada vez más sofisticadas herramientas como para alcanzar las cosas que nuestro espíritu aspira.
Realmente nuestro espíritu, no desea, no necesita, él aspira. Esto ¿qué quiere decir? Que él esta adelante de nosotros. El hombre no es que está alimentando a su espíritu, lo esta cuidando. Aquí si nos estamos equivocando fiero.
Si bien somos los que sienten; ¡siento que soy! ¡estoy aquí vivo!. Esto lo estamos repitiendo hasta el cansancio, como quien no está seguro, y lo que quiere es convencerse de que es así.
Es cierto, siento que soy así, que pienso así, que siento así. De una determinada forma. El yo como algo separado, separado de aquello que está ahí: el ser, el ser del hombre, el ser del mundo, el ser del universo.
Una serie concatenada de representaciones hechas por el lenguaje. Primero fue el roce, la imagen, el sonido; luego la reacción. El cerebro del animal por mucho tiempo fue receptivo, fue preñado por el otro medio, el medio ambiente, en donde compartía las cosas que sucedían, con el universo de cosas que lo rodeaban.
Luego un despertar, un cierto ponerse de pie y comenzar a imponerse, por medio de la lucha, del combate; primero ciego en tinieblas, luego la visión, el pensamiento, la observación, para llegar a formar no sólo un cuerpo sino una idea, una cierta suposición lenta y cautelosa. Una intención lograda por la dedicación hasta alcanzar, lo que hoy conocemos como voluntad.
Un yo con voluntad es el poder. El poder que ha permitido al mono que piensa apoderarse de éste planeta e intentar conquistar aquello que el cuerpo mudo le demanda: la paz, la felicidad, el equilibrio interior.
La humanidad es un cierto equilibro inestable, un equilibrio que hay que conseguirlo en cada momento de la existencia, no sólo en el universo, sino en una morada que hemos construido a fuerza de obrar, a fuerza de aplicar nuestra actitud por hacer cosas. Esta morada no es otra que el mundo.
El mundo es una morada abierta, invisible en algunos aspectos; pero palpable no solo por los sentidos del cuerpo, sino del alma y además del espíritu.
Podríamos decir que uno de los últimos sentidos del espíritu es el pensar, el crear ideas, conceptos, leyes, normas, como para que se establezca un orden, un orden activo.
Creamos palabras como armonía, paz, plenitud, etc., como para nombrar un estado nuevo, una morada nueva, un mundo dentro de otro mundo.
Un mundo para el espíritu. Hemos creado, de una manera instintiva el mundo, como una obra construida por la actitud del espíritu por la seguridad, por la unión, ya que el espíritu es inestable afuera de la unidad.
El cuerpo es producto de un animo que se anida en cada elemento que lo compone, sea una célula, un gen, un órgano, un sistema; poco después creamos el pensamiento, lo creamos por necesidad. Por la necesidad de estar vivos, de asegurarnos la existencia en esta tierra, en donde queremos y adema nos gusta estar; pero más allá de ella está, para nosotros el vacío, la nada, la oscuridad, cosas que tememos.
Pero he allí, que aunque imperfecto el hombre está aquí, el mundo también. El mundo como guarida del alma.
Pero se produce algo que todavía ni siquiera percibimos. Este incipiente yo, ésta nueva criatura llamada hombre, que dice tener un ser, una forma de ser, no sólo construye una morada nueva, sino un mundo capaz de brindarle poder y paz, sabiduría e inquietud.
A través de la observación, ha encontrado algo nuevo, ha encontrado que él es parte del universo, una parte viva con derecho a existir, a estar aquí, a ser un ser ahí. Inca su yo sobre la tierra y dice aquí construiré mi reino, desde aquí reinare.
Construye un mundo para el espíritu, para su espíritu, le da una morada. Ve por primera vez que el espíritu siempre estuvo adelante de él, es el rastro que encontraba a cada paso, un rastro sobre la nieve, sobre la arena del desierto. Un ánimo que lo anima.
Con el arte el hombre da casa al espíritu, mejor si decimos le da casa (no la de caza), lo ve como se entremete entre las cosas del mundo, es el que es. Pero el hombre lo observa, lo ve obrar, y lo registra para el y para los demás a través de un cuadro, de una melodía, de un poema.
Esta allí vivo y coleando el espíritu del mundo, del universo, de la vida, y de nosotros también.
Esta el obrador, el constructor, el arquitecto, el diseñador. Leonardo Da Vinci, lo captura en el retrato de la Mona Lisa.
Karigüe

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Gracias. Karigüe

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