lunes, 8 de abril de 2013

Libro "Z" – Capítulo 21


SUEÑO
Se vuelve sobre lo mismo, es como si tuviéramos un velero y quisiésemos navegar por un mar, cruzarlo, llegar a la otra orilla. Alguien se preguntara ¿Por qué? ¿Para qué?
Realmente es algo que está dentro de nosotros, es tal vez aquello que llamamos espíritu, o tal vez algo, porque no tenemos nada sobre que asirnos.
La ignorancia sobre las cosas es cada vez más profunda. Ya no nos sirven los dogmas, queremos saber, conocer, entender lo que somos y lo que nos rodea, por lo menos.
Bueno, es inquietud aquello que nos convierte en seres insatisfechos. Ello es lo que ha permitido formar, crear al mundo, inclusive los vicios son deseos de querer sentir más placer, de no saber vivir con lo que tenemos, con lo que nos ha tocado, entonces nos evadimos; sentir, aunque sea por momentos que somos plenos, que somos felices.
Se suele decir: “El hombre sencillo, simple, no busca la felicidad”. Es verdad tal vez porque es un hombre medido, es un ser hecho a medida, del medio, de las circunstancias.
Es como si los hombres inquietos, aquellos investigadores, pensadores, aventureros, empresarios, etc., fueran como la punta de lanza, como del gusano que se está convirtiendo en mariposa.
La vida, a través de su evolución, necesita cambios, somos solo transmisores de ella; la que quiere estar presente a través del cambio. Cambio y movimiento es lo mismo.
Una piedra también cambia, cambia por la manipulación; los cambios le vienen de afuera. En el vegetal, en los animales, los cambios son una relación directa con el motivo, con la motivación y la respuesta, la reacción de algo que está ya dentro de ellos, y que quiere mantenerse, conservarse, etc.
En el hombre además de estos cambios, además de la evolución, hay algo que lo lleva, lo mantiene en alerta, como sé él fuera el responsable inclusive de la piedra, de la roca, de la naturaleza.
Es como si fuera el hijo más apto, aquel que debe llevar a la manada, debe conservarla, mantenerla alerta, es decir asegurar su existencia, su permanencia.
Se ve, se puede ver una gama, aparentemente completa, que cubre todos los flancos, todos los frentes, desde la piedad, la caridad, hasta la aventura, el riesgo como motivo, como placer, como asegüranza.
Se llega entonces al muro del silencio, atrás quedo el camino, la obra, la construcción y hasta el lenguaje. Queda solo el silencio, la oscuridad, la nada; pero de éste lado está el yo, el yo marcado por lo ya vivido, por lo ya experimentado.
Y entre los dos el juego, la vida, la comunidad, el mundo. Toda una creación, formación, por miles de años, por miles y millones de seres que ha logrado su ámbito, su ambiente, su morada. Un fuego encendido, alrededor del cual está lo otro.
Un poema es un grano de arena que se arranca, que se desgrana de ese muro. Es alimento, es ladrillo, piedra, para formar, para construir, aquello aparentemente seguro, que es la pareja, la familia, la comunidad, el mundo.
Mundo como coraza, como concha, como casa, hogar, que construimos con nuestros propios movimientos, con nuestros propios actos, como lo hace el caracol, como lo hace la madre, la mujer, la niña; y que el hombre desde afuera cuida, separa, trae, contrae las puertas y ventanas por donde lo otro no avance. Es el centinela, el centurión, los muros del castillo de roca, tierra, agua, paja y arena, con las que hasta ahora hemos podido de vez en cuando, mantener alejado, lo otro que quiere devorar constantemente a esto nuevo, a este capullo, a este gusano, desde donde se desprende la mariposa.
El hombre desde siempre le ha tocado cuidar el vuelo. Desde la ruptura del hermafroditismo, hasta nuestros días, es el fecundador, el destructor y constructor de los muros de la cueva, mientras la mujer, aquel ser dejado, abandonado dentro de la cueva, teje; como lo hace la araña; teje, arma aquello que une, aquello con lo cual los hombres, los machos se unen, forma el ruedo, la idea, alrededor del fuego.
Hasta hemos llegado a pensar, la soledad nos ha llevado a eso. La soledad de los bosques, los desiertos, las montañas; desde allí hemos imaginado, soñado, construido el habla copiando el grito del animal, recordándolo, imitando el rumor de los arroyos, el silbido, el canto, del viento sobre el pajonal, sobre los bosques, sobre los campos que cultivamos.
Creamos una forma de ordenar, de nombrar, cuando el número sobrepasó a la memoria, a la memoria de las imágenes. El número contiene la imagen ordenada. Ordena antes que nombra.
Es la palabra un grito numerado, un grito domesticado, modulado, que ordena no lo que está afuera sino el ruido, el rumor que nuestra memoria almacenó. Nuestro cerebro creció, como crece un almacenamiento, un estacionamiento en donde se colocaron más autos que los debidos, aumentaba el número aumentábamos la capacidad hasta que en un determinado momento se terminó el espacio, el cerebro del animal avanzado; el cráneo del hombre sirve como muro de contención, allí entonces la tormenta. El liquido expansor quería seguir su normal camino, como cuando se evapora el agua; pero la garra, esa garra amorosa y a la vez salvaje de la tierra, lo contuvo, lo retuvo, formando el rayo.
Pero esta vez no fue un rayo abierto, sino un rayo cerrado dentro de la cabeza del animal, dentro del cerebro, dentro de su cerebro. Nació, broto entonces la idea, el pensamiento, el conocimiento, se iluminó la caverna, la imagen tomó movimiento, vida, se convierto en vida, una vida que interpreta a su propia vida, a su propia existencia.
El yo marcado comenzó a caminar, se paró en sus dos patas, levantó su mirada, miró al horizonte y desde allí comenzó a conocer al cielo, su origen; desde donde llegó, desde donde vino.
La mano descubrió el mido, al otro. La mirada desde entonces no tuvo limite, cada vez penetra más en la oscuridad, cada vez ve más; el rumor almacenado se comenzó a ordenar, cada palabra era como un arroyo, que baja, como una vena que conecta, como una arteria que lleva desde el mar al desierto, las cosas, las ideas.
Se formo entonces el mundo, se formó la humanidad. Un cuerpo más grande. El gen formó la célula, luego al cuerpo y ahora a la humanidad.
Fue la cueva, la choza, la casa, el hogar; ahora el mundo, la humanidad, lo que nos contiene.
Si bien vivimos, hemos comenzado a vivir en este mundo interpretado, representado; vivimos aún dentro de ese rumor que aumenta día a día y que supera a la palabra, al lenguaje.
Nosotros podemos canalizar un río, contenerlo con un dique, regar con él el desierto y de él sacar el fruto cultivado, la cultura inclusive; pero es allí en lo alto, allí en el cielo, arriba de nosotros en donde la nube creada, se desprende cae, se congela por un tiempo luego el sol la derrite, la transforma en su forma primaria; pero es allí arriba desde donde se desprende y cae.
Bueno desde allí, de allí hemos y seguiremos brotando, interpretando, imaginando, corrigiendo lo primariamente imaginado, sirviéndolo en la mesa de los intelectuales y del hombre común, al mismo tiempo.
El pensamiento, la idea, inclusive el lenguaje solo como un medio, como un hilo de la telaraña que nos une, como una arteria por la cual intercambiamos cosas, cosas logradas, con las que llegamos a ser, más aun a hacer.
Solo el rumor de los miles y millones de seres que nos habitan se escucha, como cuando en un campo de batalla la horda enardecida, promovida, agitada por el yo marcado, hace que brote como coro; el grito nuevamente, pero un grito más uniforme.
Porque solo el grito se opone el silencio, no lo nombra ni lo armoniza: la música y la armonía son y se producen siempre en el instante.
La horda de las miles de voces que nos habitan, que tratamos de interpretar, deben y de por cierto lo hacen; deben silenciar eso lo interpretado, lo representado, la choza abierta en el bosque que el hombre deber mantener encendida como señal de que los interpretadores han brotado también del rumor, son el rumor, pero un rumor que cada vez más se convierte en palabra, en idea, como queriendo ordenar lo in – ordenable: la vida, lo que somos.
Y por lo que de vez en cuando nos hace buscar la paz, la armonía, la plenitud, solo para respirar y volvernos nuevamente a sumergir dentro de lo que somos. Nuestra verdadera naturaleza hecha de silencio, de oscuridad y de sueño.
Karigüe

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Gracias. Karigüe

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