lunes, 25 de febrero de 2013

Libro "Z" – Capítulo 19


IMAGEN
Si bien por momentos se da vuelta la tortilla, es decir las cosas cambian en un sentido inesperado, en un sentido aparentemente no conveniente; uno siempre tiene que estar presente, tiene que dar la cara, aunque por momentos se tiene que retirar, se tiene que esperar las consecuencias.
Uno puede imaginar las distintas etapas, pero a medida que la proyección se diluye, se pierde, en el tiempo; la precisión es por lo general menor, hasta llegar a ser nula.
Si bien se puede presentir, se puede imaginar, proyectar, presumir, no por ello las cosas pasan de acuerdo a nuestra presunción o pronóstico; pero tampoco, por ello, debemos de dejar de proyectar, presumir, es decir tener un cierto plan, ya que un plan es mejor que ningún plan.
Por otro lado, ¡Cómo dejar, lo que más gusta! Cuando por distintas razones uno pierde el hilo, el entusiasmo, la necesidad encubierta de saber, de conocer, de construir la idea que late dentro de uno.
¡Esa figura! ¡Esa esfinge!. Como si construyera una forma de ver a la vida, al universo, al mundo. Una simple opinión, pero una opinión al fin.
Cada uno de nosotros, de una manera u otra, tenemos una idea de mundo, de la vida, de dios; aunque sea dogmática, aunque sea eso a lo que hemos llamado fe. No podemos vivir sino tenemos, una idea, una estructura, un cierto orden inventado, aunque este tenga que ver con el mal, o con preceptos éticos, morales o esotéricos.
Pero una idea nueva, una concepción nueva es difícil que se de, ya que uno se debe colocar delante del muro del silencio, y desde allí horadar la piedra, la roca viva, que está, que nos habita y que además late dentro del cuerpo mudo de cada uno de nosotros.
Si bien se puede observar, se puede hilar lo ya alcanzado, lo ya conseguido, lo logrado, lo inventado, lo creado, lo soñado, por todos los que nos presidieron: pero todo ello no es suficiente, tenemos que adentrarnos dentro de esa oscura serenidad, y escuchar, extraer lo que el cazador fortuito, el cazador atento logra atrapar, en esa santa atención, en esos momentos en donde se deposita, se posa como donación aquello que quiere decirse, aquello que se dice a través de nosotros; depositadas, contenidas, en esos cántaros que son las palabras.
Solo decir después, solo describir aquella figura que el relámpago forma, que el relámpago ilumina. Decir eso que solo se da en instantes, en momentos en los que confluye la atención, el conocimiento y aquello que está, que está siempre como donación.
Una idea, es todo, una forma, una concepción, que está adelante, dentro de ese ojo atento, que es el espíritu, que es nuestro espíritu. Si bien lo ha recibido y, más aún lo ha tallado no le pertenece. Está allí como esfinge, como esfinge viva; pero del otro lado del espejo. No es posible asirla con las manos o con otras ideas preconcebidas. Ella está ahí latiente, latiendo con cada impulso de nuestro corazón.
Más aún tenemos con ella el mismo corazón, y no se refiere a sentimientos, conocimientos, logros, sino a algo en común, como si fuera un cordón umbilical, una sinapsis.
Si yo digo presente, si yo digo yo, yo estoy aquí, ahora, soy el que piensa, el que siente, el que sueña; es porque eso mismo se hace presente, está ahí, aquí, ahora. Como si el yo fuera un embajador en un país extranjero, mejor aún un canciller representante ante todos los países extranjeros. Ante todo lo otro.
Es como si algo que fue uno, esta separado. Como alguien que partió, que se separó; y es el espíritu, es la insatisfacción del espíritu quien reclama, quien lucha en cada instante, en cada momento por esa unión.
Los lazos de todos los días, los lazos nuevos separan y a la vez unen. Lazos que se mutan. La separación es natural, la vemos, la sentimos, la reconocemos porque ya antes nos pasó; pero la unión, aquello que une, no, porque ello es sutil, ello se pierde en lo virtual, en lo que no vemos, en lo que no podemos ver.
Ver aquello que está adelante de nosotros, aquello que ya somos, que camina no como sombra proyectada por un sol que nos ilumina, sino, como rastro, como huella de todo cuanto hemos logrado ya, pero que no vemos.
Por eso la observación debe ser nuestro elemento, nuestra herramienta, con la cual abramos, desocultemos eso que el espíritu, en soledad ha construido, los miles y millones de seres que nos habitan, que habitan dentro de nosotros, como células, genes, órgano, seres vivos como nosotros, pero más antiguos.
Entonces la creación, la creación artística, no es más que un decir, un describir, un condensar, lo que ya está afuera y adentro de nosotros y, que el artista da forma, embala, sobre imágenes, sobre sonidos; como el poeta lo hace con las palabras.
Algo que somos ya, algo que todavía no somos ya está hecho, pero permanece todavía en la serena oscuridad que nos habita. Somos el resultado, la obra de esos seres anónimos, que nos habitan. Ellos son nuestros dioses creadores, y pensar que los tenemos adentro y no en los cielos.
En los cielos lo único que está es la imagen, pero del otro lado del espejo.
Karigüe

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Gracias. Karigüe

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