lunes, 10 de diciembre de 2012

Libro "Z" – Capítulo 14


LO QUE VUELVE A NOMBRAR
“Hay golpes en la vida tan fuertes, no lo sé, como si la resaca de la vida se depositara en el fondo del alma… “ Vallejos.
No tenemos empatía, no nos damos cuenta hasta que el vaso está rebalsado; cuando el agua o las lágrimas fueron vertidas afuera del vaso, afuera del corazón.
Como saber el límite, como detenerse un poco antes, como saber determinar la medida, la relación adecuada frente al otro, frente a una determinada situación.
Sin embargo tenemos que seguir, seguir viviendo, conviviendo con el otro, con los demás. Estamos no sólo atados por hilos de seda invisibles, sino a la vez irrompibles; ya que no se trata de dejar, de irse, de abandonar, porque afuera de eso hay muy poco, o nada tal vez; y, nosotros aunque resulte teóricamente posible de dejarlo, no lo podemos hacer.
No se trata de justificar, no se trata de huir de la realidad, se trata de enfrentarla.
Nunca es tarde para aprender, para modificar comportamientos, actitudes, formas de ver, de comprender a la realidad; en aquel campo de fuerzas que es el mundo, que es la humanidad.
Nos guste o no darnos cuenta, pero las cosas que son las sabemos, nos damos cuenta de ellas, aunque con dificultad; debe haber una alteración considerable, dentro de nuestra mente para no ver, para no saber cual es el camino a seguir, a tomar.
Pero ha la vez hay un manto, una niebla que brotan o nosotros mismos hacemos brotar de las cosas, para no verlas.
En el temperamento también está incluida, incrustada, como si fuera una aguja en un pan, en un pedazo de carne. Eso que es, como si fuera aquello que lo hemos llamado maldad, el demonio, aquello que nos hunde debajo del nivel de agua, nos sumerge como si fuera ello, esa actitud una forma de protegernos, de hacer que el sol de la vida no nos consuma, no nos dañe.
En este crisol de cosas que es el mundo, en donde se funden los seres y las cosas, haciendo un compuesto capaz de soportar las presiones y las temperaturas que tenemos que soportar en estas nuevas eras, en estos nuevos tiempos, en donde los cambios son para ser claros, independientes casi del tiempo.
No se entiende ahora en esta etapa de nuestra evolución a las cosas y a los seres como elementos separados, no es que algún día lo estuvieran, sino que al ser los cambios lentos se podía ver por un lado a los seres y por otro a las cosas.
Hoy en día, en nuestro tiempo, en el crisol de la vida, nos fundimos seres, hombres, cosas, animales, vegetales, fenómenos, fuerzas y demás hiervas.
Es como fabricar acero, con hierro y carbón, y algunos agregados más. Hoy nuestro mundo no se entiende sin los medios de comunicación, sin la computadora, sin el microscopio, sin el telescopio, sin los libros, sin los hombres de ciencia, sin los filósofos.
Todo ello hoy forma un enjambre, una red, en donde se empolla nuestro futuro. Aunque resulte extraño, somos más futuro que pasado, más aún que presente.
Un poema de Karigue decía: “Un poema es el acto por el cual el hombre nombra, pone nombre al presente, allí en donde el instante se sumerge de sí, en su propia profundidad”.
El hombre comenzó a nombrar, comenzó a poner nombre a las cosas, inclusive a los seres; los comenzó a llamar por su nombre, nombrándolos, reconociéndolos después. Antes de esto, no hace mucho, el hombre enviaba una señal por vez a través de un cable de cobre, hoy en día envía un bus, es decir un conjunto de señales, de información. Ahora envía un paquete de señales.
Así está sucediendo; o mejor dicho desde hace mucho el hombre a través de poeta ya no solo nombra sino que describe realidades, describe instantes, presentes, situaciones. Una situación es un conjunto de actos, comenzando por uno.
Decía luego Karigue: “La mañana fresca, clara, transparente / nos acompaña, nos cubre con su manto de silencio / haciéndonos soñar”.
Describe un momento, nombrándolo ya no solo con una palabra sino con un sentimiento. Quedó gravado ese instante en que la mañana era clara, en el que el silencio, aquel reposo del espíritu hacia, lo hacia soñar, soñar aquí significa elevarse de sí, imaginar aquella felicidad, prolongarla, hacerla que dure en el tiempo.
El poeta escribe el verso, y así el instante se graba, queda como atrapado en su propia profundidad, en su propia intensidad sentida, vivida. Un presente que puede ser futuro y que es futuro desde que es descrito, recordado, nombrado, leído nuevamente.
Ya no podemos ir nombrado a las cosas, ellas ya no son elementos, ahora son compuestos. Hace mucho que creamos el acero, y aunque ahora lo seguimos fabricando pero también hay otras cosas, otros materiales fabricamos con otros procedimientos.
Es entonces, que nuevamente es necesario volver a nombrar, volver a identificar a aquellos compuestos que el hombre usa, emplea, como lo hace o como lo suele hacer una máquina. Lo adecuado para la necesidad, lo conveniente, lo indicado como útil.
No hay duda que así los pueblos se hacen fuertes, convenientes para soportar y aun para conquistar a los otros. Animales puros de raza, de especie, que sobrevivirá a los otros, animales puros es la palabra – frase, adecuada para nombrarlos.
Pero que de aquellas almas delicadas, de aquellas almas sensibles, de aquellos seres que cultivan los jardines, las flores; tejedores del paño de seda extendido, por donde los hombres descalzos, caminan.
Qué de ellos, acaso dejarlos que mueran de sed, dejarlos abandonados a su suerte. Ellos no quieren entrar al campo de batalla, al campo en donde los animales se degüellan, se muerden, se destrozan, por un pedazo de poder, de dinero, de gloria. Animales finos, delicados para las cosas delicadas, que el hombre del futuro cada vez necesitará menos.
Tal vez son como la piel que hay que abandonar, dejar; sin embargo la sed del alma, el hambre del espíritu reclama su participación, porque de ella vive y vivirá.
El espíritu del hombre abre surcos, cultiva, cosecha; pero solo el vino, la vid convertida en vino satisface su sed. Lo mismo el alma, ella necesita de plenitud, la plenitud, aquel o aquellos momentos, instantes de armonía entre las cosas, los seres y, el mundo, aquel pacto de hermandad, aquel reconocimiento mutuo de que son partes de un todo, de que todos son necesarios y a la vez suficientes.
Sin este acto aristocrático que es la cultura no se podría seguir, no se puede continuar, de vez en cuando es bueno y necesario parar y beber el agua, y comer el pan. Ese reloj biológico por el cual todos lo Jacarandá florecen, comienzan a florecer el mismo día, que no siempre es el mismo día en el calendario del hombre, pero ¿por qué ellas comienzan a florecer en mismo día?
Bueno así también hay un reloj biológico dentro del cuerpo del hombre, que nos marca, que nos recuerda, el tiempo de pensar, de reconocer, de volver a escuchar a los poetas, a lo que ellos ya nombraron.
Mirar y de por sí, así los han hecho todos lo hombres que nos antecedieron; mirar, ver, escuchar, a aquellos hombres que siguen y seguirán nombrando, seguirán diciendo aquello que nos está sucediendo, pero no solo el camino, sino acerca del peregrino, porque el peregrino es un camino, que el mismo no puede ver.
El poeta al nombrarlo lo dice, los describe, describe sus recodos, sus veredas anchas, por donde es mejor caminar, su camino de montaña, de cabra, sus ríos, sus valles que se pierden en el bosque para aparecer nuevamente en el mismo lugar de encuentro; como cuando las flores del Jacarandá comienzan a floreces el mismo día.
Así la palabra poética florece, se dice, es dicha por los hombres atentos, que quiere escuchar. Escuchar aquello que es rumor entre las olas del mar, y el viento que habla un idioma en el pajonal; que el pájaro repite y el hombre imita.
Karigüe

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Gracias. Karigüe

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