lunes, 19 de noviembre de 2012

Libro "Z" – Capítulo 11


SER AQUÍ
Los mundos, las culturas, parecieran diferentes en los detalles, en los modos de tratar, de tratarse entre las personas; ya sean estos de tipo comercial, social, cultural. La integración disminuye las diferencias, los detalles de las diferencias.
Si bien en forma individual los talentos brotan en distintas partes, en distintas culturas, no así el medio. El medio requiere cambios lentos, son como paquidermos; mueven, se mueven lentamente en relación a los cambios.
Los hombres pueden moverse en ascensores, en aviones, en autos, aún en bicicletas; pero las culturas se mueven paso a paso, lentamente, en relación a los cambios internos, a los cambios personales.
El mundo, la humanidad se está comportando como un organismo; como por ejemplo el cuerpo del hombre. Los pueblos del primer mundo, son como la cabeza, las demás partes son los órganos que permiten, que componen a este gran organismo. Las ideas pueden cambiar rápidamente, no así los músculos que requieren de tiempo, de esfuerzo, para poder lograr cambios, en cualquiera de las direcciones o sentidos.
Y aún el cerebro, en donde re realizan los cambios genéticos más importantes, más decisivos, más ejecutivos. Los cambios en sí son diferentes de un hombre a otro, de una sociedad a otra, las benditas conexiones entre neuronas: las sinapsis, se llevan a cabo en dos dimensiones. Por lo menos las dos direcciones que podemos observar sin entrar en detalle.
Estas son las personales, las conexiones que llevamos por el aprendizaje, por la deducción, por la reflexión, por la meditación, etc., ellas son conexiones temporales que con el uso se vuelven casi permanentes, aunque en sí son pocas en este campo “Ram”, en este campo de lo consciente, de lo presente.
No así en los cambios generacionales, pareciera que ellos o mejor estas conexiones son de otro nivel, de otro material, por no decir de otra naturaleza. Son de tipo más sólido, más real, más antiguas, más materiales podríamos decir, como si ellas fueran tan reales como un músculo, o un miembro de nuestro cuerpo, o una arteria.
Por estas últimas conexiones pasa nuestro pasado. Ese aprendizaje potente que a través del uso, a través del tiempo, de las mutaciones constantes a las que estamos sometidos, las fortifican, las solidifican, como las necesarias.
Como las probadas, las comprobadas, como esos pasos que dan los búfalos, los paquidermos, por lo que son difíciles de voltear, de derribar, inclusiva de mover de lugar; principalmente por su peso, por su peso adquirido.
Una rama de los monos se desvió, por algunas razones que tal vez nunca lleguemos a saber, a ver, ni siquiera a imaginar. Un desvío, una manera, una forma de mirar el horizonte, y ver allí parte de la inmensidad, parte de esa boca abierta que es lo infinito, que es el cielo. Que la luz cubre y la oscuridad abre, muestra.
La oscuridad es madre, es en sí la Mama Pacha, aquella que nos sustenta, que nos alimenta. Pero aquella que a la vez nos expulsa, como lo hace toda madre, ella es consciente de su finitud; de que siempre debe haber un paso delante de ese vacío que somos, de ese precipicio del cual estamos formados.
Atrás la oscuridad, de ella nos alimentamos; adelante solo el sueño, solo la imaginación como bastón de ciego; pero un bastón que se usa, se emplea, para tocar lo andado, y verificarlo.
Adelante solo la imaginación, solo el sueño, el sueño despierto y sueño cuando estamos dormidos. Ese sueño que es cielo cuando cerramos, cuando se cierran los ojos de luz, cuando el astro padre se va; cuando la poca luz, como la que nos brinda la Luna, solo es el medio que nos apacigua, que nos hace soñar sueños intermedios, sueños escalonados.
La madre, la Mama Pacha, el cielo, el firmamento, el universo, los universos, el Dios.
Sin embargo este animal solitario, se sigue nutriendo de la madre y, ve y solo ve un rastro delante de sí, delante de él. Como decía Holan un rastro, nuestro rastro, algo que no sabemos qué es, quién es. Algunos dicen inquietud, espíritu, algo que es un rastro que se adelante, como sí fuera una pisada en el desierto o en la nieve.
Pareciera que ello no es nada fantástico, ni místico; es y son aquellas conexiones, aquella sinapsis que están, que fueron instaladas hace mucho, mucho antes del animal ser animal y el ARN ser ADN. Una experiencia cimentada que no podemos ver ni entender, ni menos darnos cuenta de ella.
Una experiencia viva. La palabra como metáfora muerta, la metáfora como cápsula de lo aprendido, de lo vivido, sin poder entender, solo información, conocimiento vivo, pero de otra forma. Un conocimiento no consciente ni inconsciente; un conocimiento como el que se almacena en un músculo, en una arteria, en una uña, en un gen, en una célula.
Una sinapsis antigua, vieja, ya solidificada, ya hecha carne; porque en sí la carne no es mas que energía con memoria, energía condensada, solidificada con forma, pero solidificada no sólo por fenómenos temporales sino por puro machacar, por práctica de verificaciones consecutivas, por repeticiones temporales que tienden a ser repeticiones eternas, como si la repetición de un acto y de un fenómeno fuera una forma de hacer perennemente presente algo que es etéreo, algo que es espíritu para convertirse en materia.
Dentro de las sinapsis debemos considerar la evolución desde la energía a la materia también, así podremos ver toda una evolución, toda una forma de ser, toda una naturaleza de nuestro espíritu, de nuestra cultura, de nuestra forma de ser, de comprender, de actuar, de forma consciente, de forma inconsciente; pero además, aquí esta lo interesante, de forma natural, pero ya no de la forma en si de la naturaleza, tal como la conocemos, sino de una naturaleza especial, la naturaleza de nuestro espíritu.
De ella todavía ni siquiera sabemos de su existencia, ni siquiera la presentimos, no nos damos cuenta de ella, salvo algún poema como el de Holan, nos indican que algo que no es ni dios, ni fantasmas, es algo más nuestro que nuestro propio cuerpo, que nuestra propia sangre, que está con nosotros desde hace mucho tiempo atrás, más aun somos más ello que lo que podemos ver en un espejo y lo que podemos imaginar y pensar que somos.
Una huella que marcha delante de nosotros, ese paso al abismo que está, que existe adelante de nosotros; y, que sin embargo nos atrevemos a avanzar, a dar ese paso, simplemente porque creemos en algo nuestro, en nuestro espíritu, aquello fermentado por nuestra propia experiencia, por nuestra propia vida, destilada, eso sí por la repetición en y a lo largo del tiempo.
Tiempo entonces como morada desde donde nos erigimos, desde donde somos, cuerpo como cortezas de árbol, rodeando de pura repetición brotada del acto de estar, del acto de estar aquí presente a lo que solemos decir estar vivo, estar aquí, el famoso ser ahí, debemos decirlo ser aquí.
Karigüe

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Gracias. Karigüe

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