lunes, 18 de julio de 2011

Libro “El Corazón" – Capítulo 6

UN NUEVO ORGANO

La realidad cambia, día a día, aunque no nos demos cuenta. El sol nos consume; los días, las estaciones pasan, como nubes; como si la tierra o el cosmos fueran una luciérnaga que viaja, que vuela, en la inmensidad de la oscuridad, emitiendo, dando, entregando, su luz, sus reflejos.
Desde niño los he contemplado, encontraba que en las flores, particularmente en la rosas, la vida pasaba, pasaba en forma de savia que brotaba de la tierra, dando distintos colores de acuerdo al tipo de rosa, de acuerdo al tipo de hombre.
Hacía injertos y lograba rosas blancas con ribetes amarillos, rojos. Era la manera como poner un gajo, es decir un pedazo de no mas de dos o tres centímetros de largo; pero ese gajo tenía que tener una yema, una parte desde donde iba a brotar una rama; así sacábamos un parte con yema de una rama de la rosa que seria injertada, luego colocábamos la nueva, la amarrábamos con pabilo, y algunas veces lo hermetizábamos al injerto con cera.
De esa yema, de esa parte injertada, es desde donde luego brota los dos colores; así en un mismo rosal podíamos tener a varios tipos de rosas, de colores de rosas.
¿No es así también el mundo? ¿Las criaturas no se forman, no se generan así, por esas combinaciones de genes, de razas?
Así también el corazón de todo hombre se nutre, cambia; porque el corazón, nuestro corazón es cultivable. Se suele escuchar: “constitución no es destino” Es cierto, podemos cambiar, podemos modificar cosas, formas de ver, de comprender, hasta de amar; de ver a las cosas.
Es como si viniera, recibiéramos una forma de ser, una forma de comprender, de amar; y, con el tiempo, con lo que nos pasa, con lo que nosotros modifiquemos, esas formas, esos colores pueden cambiar, pueden ser otros.
Nos encontramos así con una realidad en la cual tenemos que vivir, esa misma realidad cambia, se muta; y nosotros nos guste o no tenemos que mutarnos, tenemos la posibilidad de cambiar.
Somos y no lo dejamos de ser, casi nunca, nuestros propios pilotes de éste trasatlántico que somos; pero es que en realidad el que se muta es nuestro corazón, desde el emerge, sale, brota, aquello que es como savia, como adrenalina, tal vez no vea por si mismo, tal vez necesita de nuestras miradas y de nuestra capacidad de entender, de comprender que hemos logrado tener los humanos; pero todo llega a el, como ríos, y el es un mar, como el mar que se bate por la atracción de otros seres, de vientos, de acciones que el sol realiza o produce en el.
Nos encontramos aquí con un corazón que se abate, como nosotros nos abatimos en la vida, en nuestra existencia.
No es fijo, no es eterno, pero sí hay que verlo como el último escalón, eslabón, que hemos podido lograr, conseguir y desde donde ahora sí, a través de él, logramos percibir lo divino, lo sagrado, aquello que necesitamos ahora, aquel éter que necesita nuestro espíritu para respirar, más aún para sobrevivir.
Es como cuando el agua se retiró y tuvimos, nosotros los animales, que hacernos, construirnos unos pulmones para respirar aquello que encontramos cuando el agua se retiro: el aire.
Ahora nuestro espíritu ha salido, ha sido dejado en una nueva intemperie que se llama mundo, y el necesita un corazón capaz de poder respirar lo que este mundo nos entrega, lo que tal vez el pudo solamente lograr.

Karigüe

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Gracias. Karigüe

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