sábado, 25 de octubre de 2008

NIETZSCHE y el budismo.

(Colaboración de Juan Castilla.)

El interés de Nietzsche por la filosofía oriental y, en especial, por el budismo, tiene su origen, como es sabido, en la herencia dejada por su "maestro" Schoppenhauer, por su amigo Paul Deussen (traductor al alemán de Los Sutras del Vedanta), y por la lectura de varias obras especializadas, entre las cuales figura Buda, su vida y su obra, su comunidad, de H. Oldemberg. En casi todas las obras de Nietzsche hay referencias a los Vedas y al budismo, con una hondura y un poder de síntesis sorprendente. Podemos citar a modo de ejemplo los parágrafos 20 a 23 del Anticristo, donde expone "su" postura frente al budismo. Nietzsche reconoce un síntoma de decadencia y de nihilismo, tanto en el cristianismo como en el budismo, aunque seguidamente comienza haciendo una enumeración de las virtudes de éste: el budismo se ha originado después de un gran movimiento filosófico, por lo que llegó cuando el concepto de "Dios" había sido eliminado. Nietzsche piensa que el budismo es una religión "tardía, para el acabamiento y el cansancio de las civilizaciones", y lo define al budismo como "...una religión para hombres tardíos, para razas que se han vuelto bondadosas, mansas, superespirituales, que con demasiada facilidad sienten dolor..." (1).
Nietzsche veía un síntoma de salud en la idiosincracia propia del budismo, un presupuesto de condiciones fisiológicas que lo acercaría a su propio modo de vida: la vida al aire libre contra la depresión, la moderación y la selección en las comidas, la no utilización del alcohol (que para los budistas es un narcótico, dado que no les permite obtener una recta meditación, dejándolos a medio camino de la meditación), el clima suave donde ha nacido, la liberalidad de las costumbres, la ausencia completa de militarismo (recordemos que el budismo nace como reacción contra el anquilosamiento y el rigor de las ceremonias y los extenuantes rituales hindúes), el hecho de haber nacido en los estamentos aristocráticos y doctos de la India (el mismo Buda era un príncipe). Podríamos trazar un paralelo con las causas que el mismo Nietzsche da en su autobiografía, en sus primeros tres capítulos: Por qué soy tan sabio, Por qué soy tan inteligente y Por qué escribo tan buenos libros, acerca de la "salud". Será en este mismo texto donde encontramos una explicación en la cual Nietzsche reconoce al budismo el abandonar y desechar el resentimiento y la venganza, ambos ya síntomas de buena salud: "El resentimiento constituye lo prohibido en sí para el enfermo -su mal, por desgracia, también su tendencia más natural-. Esto lo comprendió aquel gran fisiólogo que fue Buda. Su 'religión', a la que sería mejor calificar de higiene- ... hacía depender su eficacia de la victoria sobre el resentimiento: liberar el alma de él -primer paso para curarse. 'No se pone fin a la enemistad con la enemistad sino con la amistad'. Esto se encuentra al comienzo de la enseñanza de Buda -así no habla la moral, así habla la fisiología" (2).
En este punto podemos advertir el profundo conocimiento que Nietzsche tenía del budismo, ya que ha resumido en una sola sentencia toda la doctrina moral que enseñó Buda: "no se pone fin a la enemistad con la enemistad sino con la amistad". Aquí descansa el fundamento moral del budismo, que proviene de la sentencia del Dhammapada: "No obréis el mal, obrad el bien; mantened pura vuestra mente: he ahí la enseñanza de Buda" (3).
Cuando Nietzsche toma a Buda como un "fisiólogo", lo hace partiendo del axioma del budismo "la existencia es dolor". Esto le permite distinguir entre el "yo pienso", meramente teórico, y el "yo sufro" budista, que Nietzsche ve más veraz, más objetivo, más "decente" con uno mismo.
La grandeza que Nietzsche le reconoce a Buda, es que su doctrina está exenta de coaaciones, de exigencias de lucha contra quienes piensan de otro modo, devolviendo a la persona sus intereses más espirituales: "En la doctrina de Buda el egoísmo se convierte en un deber: el 'una sola cosa es necesaria', el 'cómo te liberas tú del sufrimiento' regulan y limitan la dieta espiritual entera..." (4). Pareciera oírse al mismo Buda, cuando dice: "Solamente el mismo hombre puede ser señor de sí mismo; ¿qué otra persona de afuera podría ser su maestro? ... Uno mismo se hace el daño y es uno mismo quien lo sufre... lo puro y lo impuro proceden de uno mismo: ningún hombre puede purificar a otro" (5).
Buda nos enseña que uno mismo es quien tiene que cuidar de sí y trabajar para su propia salvación. Si yo no me salvo, no puedo esperar que me salven los demás; el individuo es el único responsable de sus acciones. Buda nunca invocó a otro salvador, ni siquiera él mismo se presentó como tal. Este principio sirvió para desarrollar el autocontrol y el sentido de la responsabilidad dentro del budismo. Paralelamente, oigamos lo que nos dice Nietzsche: "En el ideal del budismo se percibe la aspiración a librarse de toda coacción moral, que coincide con la esencia de toda perfección, bajo el supuesto de que las mismas buenas acciones sólo son necesarias provisionalmente, como meros medios, para llegar a renunciar a toda acción" (6).
El budismo ha puesto un énfasis decisivo en el esfuerzo individual, lo que implica una reafirmación de la individualidad como única fuente de nuestras acciones, de nuestra responsabilidad y de nuestra perfección.
Buda no quiso ser tomado como "salvador" ni como "santo". En su último sermón, llamado "La Despedida", pronuncia estas palabras: "Sed vuestras propias lámparas. Descansad sobre vosotros mismos, y sobre ningún auxilio exterior. Mantenéos firmes en la verdad de vuestra lámpara. Buscad la libertad únicamente en la verdad, y no pidáis auxilio a nadie más que a vosotros" (7). Estas palabras nos recuerdan aquellas de Zaratustra, cuando nos dice: "Ahora yo me voy solo, discípulos míos! También vosotros os vais ahora solos! Así lo quiero yo ... Se le recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo ... No os habíais buscado aún a vosotros: entonces me encontrastéis. Ahora os ordeno que me perdáis a mí y que os encontréis a vosotros..." (8).
Zaratustra es llamado "el distinto", al igual que Buda es "el despierto". Ambos comparten los mismos ideales, las mismas metas: despertar a los hombres de su angustioso sueño y arrojarlos hacia la humana perfección, que no se encuentra sino dentro de ellos mismos: "el budismo no es una religión en que meramente se aspire a la perfección: lo perfecto es el caso normal" (9).
Hasta aquí las coincidencias de pensamiento son casi totales, salvo por una discrepancia que será insalvable: lo que no le perdona Nietzsche al budismo es su concepción de la compasión.
La compasión y la sabiduría son inmanentes al budismo. La compasión fluye de la sabiduría, y la sabiduría de la compasión. En realidad, las dos cosas no son más que una para los budistas, aunque desde un punto de vista dualista debamos hablar de ellas como dos. La compasión es el sentimiento más elevado para un budista, pero con ello se quiere significar no sólo el "sentir con", meramente pasivo, sino que encierra también un carácter activo, ya que se trata de facilitar el acceso a la iluminación de todas las personas (incluso a los animales). Esto se refleja claramente en la figura paradigmática del bodhisattva. El bodhisattva es aquella persona que ha llegado a la iluminación, quien estando a las puertas del nirvana, pronto al cese de todo dolor, enuncia a este fin egoísta y "regresa" para indicar el camino a todos los demás seres vivientes. Ha preferido su tarea a su propia salvación, no aspira a la felicidad, aspira a su obra. De forma similar, Zaratustra señala el camino al superhombre, sin importarle su sufrimiento. Pero a él le está reservado sortear la prueba más difícil: la compasión por el hombre superior. Este es el último "pecado" que le ha sido reservado para el final, su última prueba, la prueba. Y el encargado de tentarlo seráa su viejo "maestro", Schoppenhauer, quien en la figura del "adivino del gran cansancio", le anuncia que "todo está vacío, todo es idéntico, todo fue! ... todos los pozos se nos han secado, también el mar se ha retirado. Todos los suelos quieren abrirse, mas la profundidad no quiere tragarnos! ... En verdad, estamos demasiado cansados incluso para morir..." (10).
Será precisamente éste el punto de quiebre entre el Zaratustra y Buda: la compasión los une y a la vez los separa. Para Buda, es la parte fundamental de su doctrina; para Zaratustra, un abismo que exige un gran salto, el peor de los pecados contra el hombre mismo.
Nietzsche ve la compasión como negadora de la vida, sería un instinto depreviso y contagioso, contrario a la elevación de los sentimientos vitales: la praxis del nihilismo.
Esta compasión es la que persuade a los budistas a entregarse al nirvana, a un aniquilamiento, a un no-lugar, para no caer definitivamente en la rueda eterna del samsara. En primer lugar, Nietzsche no le encuentra sentido a este "perderse en la pura nihilidad: ofrecido por el nirvana; en segundo lugar, tampoco a la reencarnación, cuyo fin sería "limpiar" las malas acciones acumuladas en vidas anteriores. Para él, este planteo es similar al "más allá" cristiano, negador del "más acá" del mundo. este instinto niohilista del budismo marca un síntoma de "decadencia": "la compasión persuade a entregarse a la nada! ... no se dice 'nada': se dice, en su lugar, 'más allá' o 'Dios', o 'la vida verdadera', o nirvana, redención, bienaventuranza..." (11).
Tanto Zaratustra como Buda respiran los aires fuertes de montaña, ya que cada uno ha subido la suya. Ambos se rebelan contra el orden establecido, se sublevan contra los antiguos dogmatismos. Cada uno es en su propio ámbito, un creador. Zaratustra nos dice: "quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal, en verdad, ése tiene que ser un aniquilador y quebrantar valores..." (12).
¿Sería posible, desde aquí, pensar en una encrucijada, al superhombre, creador de nuevos valores, en relación con el iluminado budista?
La iluminación consiste "solamente" en llegar a comprender que todo es transitorio, que todo está es un eterno devenir, que las cosas son como se nos presentan, sin ninguna sustancia o sujeto metafísico detrás de ella. De esta forma cortaríamos el vínculo que nos mantiene atado a ellas, y así nos asumiríamos nosotros mismos como "eterno devenir". Este es el camino que nos lleva directamente al cese del dolor, y a trascender el mundo de los opuestos, construido con distinciones intelectuales y contaminaciones emocionales. Comprender esto, "hacerlo carne" en nosotros, ya es estar muy cerca de la iluminación. En otras palabras, es haber podido trascenderse como hombre, abandonando los límites de lo meramente humano, es un "ir más allá:, un ultra del hombre, es llegar a ser ultrahombre.
Este "poder trascenderse a uno mismo", esta liberación, es la misma que siente aquel pastor al morder la serpiente que lo asfixiaba, y que al hacerlo, no fue el mismo, "ya no pastor, ya no hombre, -un transfigurado, iluminado, que reía!" (13), que reía, quizás, con la misma sonrisa inocente y vital de los budistas.
Vivimos tiempos de cambios, y todo cambio implica elección. Nos toca elegir y elegirnos, en medio de una velocidad que todo lo devora. Habrán llegado esos tiempos "... en que el hombre dejara de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de su arco no sabrá ya vibrar" (14).
Pienso que esta es una buena época para pensar, una buena época para los equilibristas, para los que gustan caminar por los bordes, para los amantes del vértigo, para los que no temen caer.
Vivimos entre extremos y se hace necesario cruzar a la otra orilla, a paso firme, sin mirar hacia abajo. Se trata de balancearnos sobre nosotros mismos, de ir más allá de nuestros límites, de experimentar una sensación de caída contínua, de caída a lo más hondo de nosotros mismos.
Caminamos sobre la cuerda tensa de un arco, el arco de la vida, que ansía dispararnos a lo eterno que hay en nosotros.


Lanza tu flecha
no importa dónde vaya.
Tú eres el blanco.

Arturo García Astrada


NOTAS

1. Nietzsche, Friedrich; El Anticristo, ed. Alianza, 1996, Madrid, parag. 22, p.47.
2. Nietzsche, Friedrich; Ecce Homo, ed. Alianza, 1996, madrid, parag. 6, p.30.
3. Mascaró, Juan; El Dammaphada, ed. Diana, 1976, México, v.183, p.103.
4. Nietzsche, Friedrich; El Anticristo, op. cit., parag. 20, p.45.
5. Mascaró, Juan; El Dammaphada, op. cit., v.160 y 165, p.95 y 96.
6. Nietzsche, Friedrich; La Volonté de Puissance, Mercure de France, París, 1923, T1, parag. 137, p. 186 (traducción propia).
7. Carus, Pablo; El evangelio de Buda, Librería Española y Extranjera, Madrid, 1915, v. 13 y 14, p. 225.
8. Nietzsche, Friedrich; Así habló Zaratustra, ed. Alianza, Bs.As., 1995, pp.122-123.
9. Nietzsche, Friedrich; El Anticristo, op. cit., parag. 21, p.46.
10.Nietzsche, Friedrich; Así habló Zaratustra, op. cit., p.197-198.
11.Nietzsche, Friedrich; El Anticristo, op. cit., parag. 7, p.32.
12.Nietzsche, Friedrich; Así habló Zaratustra, op. cit., p.172.
13.Nietzsche, Friedrich; Así habló Zaratustra, op. cit., p.228.
14.Nietzsche, Friedrich; Así habló Zaratustra, op. cit., p.38.

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