domingo, 30 de marzo de 2008

Libro “El silencio” – Capítulo 7

LA PALABRA

El río de las cosas llega, viene, avanza, con sus aguas claras, transparentes, regando, refrescando sus orillas, en donde brotan, crecen, árboles como sentimientos, rosas como pensamientos, cultivos como cultura. Todo como si fuera otro río, un río más transparente, más grande, inmenso, que avanza sobre el desierto, la llanura, las montañas, los cielos; sobre el mundo.
Es la vida, el universo, en sí lo que avanza constantemente; como queriéndose elevar de sí, buscando algo, siempre es algo diferente. Todos fuimos echados de un paraíso de plenitud para ser ahora capa, parte, peldaño, por donde un espíritu que nos habita busca, anhela, a través de nosotros, lo que aún ignoramos.
Punta de lanza somos, avanzando sobre la serena oscuridad y en el silencio. Morada compartida es nuestra verdadera morada.
Todo sonido es un balbuceo, un rugir, un alarido, un grito o simplemente una oración; sólo después que el alma se arrobe a si misma y en su ensimismamiento de morada al espíritu, brotará la melodía.
Una melodía es el canto de la vida sobre el muro de silencio; es el lamento, es el eco de un aliento que nos llega desde muy lejos. Es como sí ese aliento fuera el mar que se eleva de sí y se queda suspendido; solo para que la rotación de la tierra permita que lleguemos a él y seamos tiempo.
Tiempo y silencio, de eso estamos formados.
Algo que permanece, algo que a lo que llegamos sólo porque nos movemos, sólo porque caminamos, porque avanzamos. Este es el secreto del beduino; cuando él camina, la vida, los seres, los hechos que permanecen quietos le llegan. Es como si él viviera en un vaivén, por un lado sigue por su inquieto camino mientras las cosas lo retienen, y en ese retener brota una vida, otra vida que es paz, que es plenitud en su alma; en el alma del gitano y en sí, en la del hombre común también.
Es el silencio lo que está, él es el que contiene y retiene a todos los sonidos. Pero a la vez contiene a los universos que nacen, viven y que mueren. Y contiene a la vida, al mundo, a los hombres, a las ideas.
Pero es ahí cuando en las noches los vientos conversan con las flores, cuando las nubes juegan como fantasmas por el bosque, y cuando sobre la mano extendida, como una hoja del árbol, se deposita lo nuevo y es. Morada abierta es el alma, es el mundo en donde lo recién llegado se cristaliza, se vuelve presencia, cristalina transparente, que el sol convierte en arco iris, en esos colores puros, en esos rayos que iluminan traspasando inclusive lo que todavía no somos.
Es una gota de rocío sobre el pétalo de una rosa roja bañada por el sol de un amanecer andino; allí en donde el sol es más puro, en donde sus rayos llegan y rebotan en el muro de lo vivo; en esa piel verde, flexible, que se mece con las caricias del viento que baja de las altas montañas; de aquellas montañas cubiertas de una capa blanca, de ese manto sangrado con el que el agua cubre la desnudez de la tierra.
Todo un mundo que el silencio hace callar nuevamente, aún a la alondra, aún a los jilgueros o al ruiseñor que canta en la niebla.
Las palabras, el canto, el poema, son como flechas lanzadas al vacío en busca del otro, en busca de un muro para que su eco sea lo que dure. Para que el silencio permanezca.
El silencio es un templo; somos sólo sus sacerdotes, sus feligreses que oran, que rezan, y que en nuestro tiempo se elevan como portentosas letanías que nadie escucha; porque el templo esta cerrado, está sellado para aquel que solo quiere escuchar.
Más allá, allá a lo lejos, se escucha como el murmullo de un riachuelo, pasando por un pedregal, lo que ya está llegando.
Por nuestras ciudades las maquina emiten sonidos que se repiten; son sonidos como soldados que avanzan, que desfilan con paso uniforme y cadencioso; sonidos encadenados.
Desde hace mucho tiempo los sonidos del mundo exterior entraron y aún están entrando en el cuerpo del hombre; allí se almacenan, allí se maceran y vuelven, salen, del cuerpo convertidos en movimiento, en estremecimiento, en baile, en danza.
El cuerpo mudo danza como si hablara, se nueve como si en cada movimiento se expresara; expresara una forma de decir distinta, más sutil, pero cada vez más potente.
El silencio guarda también al movimiento para que de él brote nuevamente, ya con esa plasticidad que hace del hombre un escultor, un escritor, un pintor, y por que no también, hace brotar de él la danza.
O ese perfume del alma llamada la poesía; palabras con música, que pareciera que danzaran sobre el papel.
¿Por qué entonces el silencio no podría contener al tiempo? Si el tiempo sólo es un movimiento al revés. El movimiento es cuando se desplaza algo sobre algo; puede ser que una parte permanezca quieta mientras la otra se mueve, pero puede ser al revés también.
¿No será que el tiempo es el que permanece quieto? ¿No será que lo que mide, que en nuestro caso es el mono que piensa, es el que permanece quieto mientras lo otro avanza? ¿Qué sería lo otro? ¿No sería el silencio, como cuando lo que hace silbar al pajonal no es en sí la paja, sino le viento que pasa por ella?
¿No será así? ¿No será que la vida que pasa por nosotros nos hace decir, nos hace hablar, nos hace romper el silencio, ese silencio que somos?
¿No será que el tiempo es solo la medida, que el mono que mide ha creado sólo para registrar el paso de la vida, de su vida?
Tenemos cuerpo, sentidos, alma, espíritu, que se están haciendo, que se están creando, pero ¿No será que ese cuerpo es sólo lo que el paso de la vida nos deja, como cuando un río nos baña y nos deja los musgos? ¿No será que somos los cachalotes que se forman en el centro de los ríos, para después ser islas, continentes, tierra, mundo?
¿No será que nosotros somos los que permanecemos quietos, lo infinito, y que lo que pasa: la vida, el mundo, el universo, es sólo lo que nos forma, lo que nos da forma, presencia, para ser vistos, reconocidos por el animal que nos asecha, es decir por el tiempo?
No lo sé, solo sé que siento que aquella gota de rocío que se deposita en mi alma, calma mi sed, no sólo la de este, mi cuerpo mudo, sino de éste espíritu que por momentos vuela y por otros permanece adentro, como si él fuera el punto desde donde me erijo o desde donde rompo el silencio que soy, sólo para que tú me escuches.
Karigüe

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Gracias. Karigüe

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