lunes, 19 de abril de 2010

Libro “El Lenguaje” – Capítulo 4

EL YO

El diálogo, la forma que uno comunica al otro; cosas, sentimientos, pensamientos, sueños, odios, esperanzas, recuerdos, etc.; tantas cosas y de tantas formas, intensidades, que cuando uno conversa, parecería que es un desahogo, una descarga; y, a la vez uno recibe, recibe y almacena. En nuestros días, todas las llamadas telefónicas del mundo pueden o son gravadas, el problema es procesarlas.
Nuestra memoria tal vez es así, almacena, guarda todo; pero nuestra mente es pequeña, sólo procesa algo de todo eso, algo que nos interesa.
Decía Nietzsche: “El matrimonio es una larga conversación” Es cierto, estando el diálogo abierto, teniendo la posibilidad de poderse comunicar ¡qué cosa no se puede llegar a entender! Ahora sí uno lo acepta o no, ya es cuestión de la moral, la ética, el interés.
Que bonito es llevar a cabo conversaciones que a uno le gusta, que ha uno le interesa, ó simplemente escuchar al otro, cosas, pensamientos, ideas, observaciones, sueños, fantasías.
Es como si uno a través de la palabra escuchada fuera construyendo cosas, paisajes, ciudades, cielos, infiernos; todo lo que nuestra imaginación pueda crear y lo hace al escuchar, es como si se despertaran bandadas de palomas, pájaros, y se eleven al cielo y formen figuras, formas vivas. Es eso lo importante, la palabra crea cosas vivas dentro de nosotros ó las despierta.
Es como el agua que riega un desierto, desde donde crecen los cultivos, los jardines, los bosques.
¿Que es lo que lleva entonces la palabra? Lleva un tipo de energía, un contenido, un liquido virtual. Algún tipo de energía, tal vez la energía que no conocemos, la bendita y tan mentada energía oscura. Ello nos hace recordar a Heráclito, el por qué le decían el oscuro. Y es cierto lo que está más allá de nuestro entendimiento es lo oscuro, desde donde brotamos y lo que mamamos. Poéticamente seria: la esencia que se hace presente.
Las imágenes, las fantasías no nacen por que sí, hay algo que las crear ó en último caso las despierta, deben de ser que están allí almacenadas, desde los tiempos originales. Como dijimos anteriormente la memoria almacena todo, lo que realmente recordamos debe ser como la punta de ese iceberg que somos.
Pero volviendo a la palabra, a ese conjunto de sonidos que recibimos, que escuchamos y que llegan a nuestro cerebro produciendo todo un acontecimiento, toda una serie de tormentas, conexiones, luces, descargas, etc.
Cuántas cosas que deben suceder, cuando esa carga recibida o motivada por los sonidos, llega hasta lo profundo; tal vez porque nuestro interés le abre puertas, compuertas, para que llegue a un cierto sector y allí si se produce el eco, la bandada de palomas se comienza a despegar, comienza a salir, volar, y llega al cielo de nuestra alma, de nuestra mente; y, son figuras, son formas, energía, vida, en movimiento.
El tema aquí se vuelve interesante ¿Quién ve? La respuesta, es cierto, es el hombre; pero ¿qué parte, qué órgano? Porque ya sabemos que no son nuestros ojos; podríamos decir nuestra mente, nuestro yo interior.
No será que tenemos un ojo, del cual nuestros ojos físicos son como cristales diminutos, que están de este lado, del lado del mundo exterior y que el otro, mejor dicho otro semejante, es el que ve esas imágenes que producen el sonido o los sonidos.
Y otro, mejor dicho otra parte, es el que hace recordar, el que recuerda; y así podríamos seguir hasta llegar a imaginar o pensar, que hay una parte de él, que entiende, que comprende.
Podríamos llamar a ese conjunto de pequeños cristales, la mente, el alma, pero seria acortar camino innecesariamente, así que sigamos.
El ser, podría ser una buena palabra; pero el ser como esa unidad que somos, la conocida y la desconocida, la oscura, pero dentro de nosotros. No preguntemos en qué parte, porque ahí si que nos empantanamos.
Soy es cierto; soy así, otro paso más. Tengo dentro de mí un mundo rico de recuerdos vividos, de pensamientos almacenados; rico es su historia almacenada ¿en dónde? En mi cuerpo mudo, pueda ser que no solamente en el cerebro ya que cada gen cumple su función.
Se ha descubierto ahora, por medio del estudio del Genoma, que hay genes que están casi como desaparecidos, como acorazados hundidos, pero que de vez en cuando se despiertan y es como si dispararan un misil. Tan rico es nuestro cuerpo mudo.
Además hay genes que están ahí, atentos, si la célula no cumple su función asignada, la induce al suicidio; y cuando no lo logra, dicen que se produce el cáncer, por ejemplo.
Entonces mi yo entero, debe estar allí, en los cien mil millones de células, y una cantidad casi innumerable de genes, que cumplen una función, que recuerdan y que están atentos a los cambios, a las modificaciones.
No es nada comparado, a lo que es un cuerpo Mudo, la cantidad de habitantes de la santa tierra, unos 7 mil millones. Imaginemos que un gen es una persona, y lo que siente, sueña, piensa, almacena, aspira ese mejoramiento continuo que es como una zanahoria colgada y amarrada delante de nuestro hocico, y que nos hace avanzar. Es inimaginable entonces lo que es nuestro cuerpo mudo.
Da la casualidad que nuestras ciencias espaciales, astronómicas, nos están informando que la cantidad de células del cuerpo es muy similar a la cantidad de galaxias, y sabemos que en cada galaxia hay 50 mil millones de estrellas como el sol, y si miramos nuestro ADN esa cadena espiralada que se combina, que se muta con el ARN, bueno hasta ahí llega nuestro entendimiento, por ahora.
Volvamos a lo que produce las palabras dentro de nuestro cerebro. En cada milímetro cúbico del cerebro, hay un millón de neuronas, esas células inteligentes, para darles un adjetivo calificativo; y, cada neurona tiene o está relacionada con las otras a través de las sinapsis, de las sinapsis que por ahora nos informan que son como mil. Son pequeños tubitos dentro de los cuales se producen como fogonazos, fotones, eso corpúsculos que tiene la luz, sí la luz que nos ilumina, la física.
Dentro de esos tubitos se producen el milagro, un milagro que es el universo; porque él también, es decir la materia de aquella que está formada por átomos, electrones, el quartz, y ahora se está hablando de los fotones.
Es decir lo mismo diminuto afuera y adentro de nosotros; y, qué lo grandioso, nosotros en el medio como piel que vibra, como hamaca paraguaya, para hacer una metáfora de placer, de goce; pero en realidad vibramos, porque además, la luz que está compuesta de estos corpúsculos llamados fotones, tiene y se mueve en hondas, es decir como el ritmo que tiene ese movimiento espiralado del ADN, de nuestro cuerpo, que tiene los genes, las células, los órganos, los sistemas, nuestro cuerpo mudo.
Para poder arribar a buen puerto y no dejarnos en alta mar, podemos decir que el yo entero es el milagro, el producto de esos seres diminutos que nos habitan, que nos forman, que nos conforman en cada momento, en cada instante de nuestra existencia; y que ellos forman como una nube, que luego desaparece, entendámonos así, como un resultado virtual que piensa: barro pensativo.
Una catedral en el bosque de cosas es el hombre; pero cuyos ladrillos, piedras, de las cuales está hecha, es esa materia brotada de la tierra, del universo. Resultado con forma somos.
Y lo interesante que dentro se ha erigido algo, bueno ese algo es el yo entero cuyos ojos exteriores, son con los que estamos tratando de escribir y ordenando al cerebro que mande a las manos para que ellas digan lo que estoy pensado, ahora.
Ese yo, es el dios de ese templo, de mi templo.

Karigüe

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Gracias. Karigüe

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