lunes, 18 de enero de 2010

Libro “El Alma” – Capítulo 3

LA BELLEZA

Es la noche, el silencio de la noche, la soledad en que estamos. Algunas veces soñamos, otras recordamos, pensamos; y, es como si el pasado fuera una fuente desde donde nos erigimos, una fuente que nos alimenta desde las profundidades que somos.
Llegamos más adentro, más allá, desde donde comenzamos a pensar, a hablar, a movernos; más aun tal vez a aquellos instantes en que la materia incandescente fue fecundada; tal vez al instante aquel de la gran explosión. Más aun estar, estar sostenidos por esa materia oscura, por esa energía oscura que brota desde el quartz o desde el fotón; más allá tal vez, allí en donde lo infinito es solo una excusa.
No debería sorprendernos tamaño atrevimiento, ya que sabemos de una forma u otra que la materia también tiene memoria; los animales la tiene; la energía con seguridad también. Es como si un gran recuerdo no dejara nada olvidado, sino que todo se sumara a él; y él estaría almacenado, seria una de las raíces del alma, del alma de hombre.
Si la vida en un tiempo apostó al tamaño, a los dinosaurios, cambió con el tiempo apostó a la flexibilidad, a la astucia, a la inteligencia, al animal que piensa: el hombre. Vemos que la parte física del hombre no es lo notable, más aun es un animal no especializado; pero piensa, obra con sus manos, inventa, es un animal que va hacia lo abierto, es atrevido, sagas; tiene un alma, la más desarrollada dentro de la naturaleza.
Un alma que es cada vez más inmensa, porque no sólo él la alimenta desde afuera con las cosas que logra saber del mundo exterior, del universo; sino que ella misma también y a la vez, se expande para dentro de sí, un mundo interior.
Sí, el alma es cada vez más profunda, penetra más allá del tiempo, escucha el silencio que los oídos ignoran, inventa fantasías que no existen en la tierra.
Así el hombre, abierta su alma al mundo, se dio cuenta, encontró al universo ante él, frente a él. Los dioses, las imágenes del dios fue siendo para el aún, pero ahora como el telón de fondo.
Así emprende la búsqueda de un origen, de un punto, de un elemento, desde donde ser. Tales: el agua; Heráclito: el fuego; Anaximenes: la tierra; Empédocles: el aire. Cómo comenzamos a desandar, cómo comenzamos a encontrar en esos nuevos caminos de nuestra rica interioridad. “Solo se que no se nada”: Socrates. Platón, Aristóteles, sentaron las bases de nuestro mundo moderno.
Todo eso como una ciudad. El mundo comenzó a expandirse a fuerza de todas estas almas excelsas; como cuando se fue formando la naturaleza, los genes, las células. Las plantas, los animales, el cuerpo de todos estos nuevos seres estaban siendo formados por genes y células. El mundo por almas.
Ahora el hombre del siglo de Platino, mira a su alrededor contempla un mundo cada vez más bello, más potente, más viril, más hermoso; y, sus almas cada vez más profundas, ciudades de intimidades, castillos ostentosos, sencillos, delicados, simplemente bellos también.
Es como si la belleza fuera una tercera tarea del alma. Si consideramos que la primera fue el hombre, la segunda el mundo, y ahora la vemos atareada creando, formando, la belleza; aunque aún las dos primeras no estuvieran terminadas, acabadas.
Es así el espíritu de alma, aquel ánimo que ha brotado desde ella, desde ese recinto sagrado que habita en el hombre y por el cual él es hombre.
Este espíritu es como un vaho, como una brisa que brota de éste inmenso, profundo y a la vez tormentoso mar: el alma. Esa brisa por momentos nos llega desde lejos y es como una caricia en nuestro rostro, otras es tormenta que abate al mismo mar sobre la tierra, lo lleva siendo nubes, vientres cargados a desovar sobre los desiertos, sobre las ciudades, sobre los campos cultivados.
¡Ay espíritu mío! Eres ahora aire que respiro, aire suspendido en el cielo de este mundo que no podemos dejar de respirar, porque estamos también constituidos por él.
El espíritu es como la mano del alma, con la que ella crea, obra, saca como desde la nada su nuevo alimento: la belleza. Alma profunda desde donde todo es, es en nosotros.
Y el hombre en su afán, en su deseo de verla, de contemplarla, se distancia de ella, necesita el foco, la distancia adecuada para verla; y bien aunque cueste reconocerlo, esa, eso mismo es el dolor.
El dolor profundo que siente el hombre en las profundidades de su ser, de su corazón, ya que de una o otra forma está sintiendo, presintiendo, la belleza. Esa belleza parecería que es recuerdo, parte del gran recuerdo almacenado en nuestra alma, ese gran recuerdo es su corazón y él más que el yo o la mente, reconoce como suyo, siente que algún momento lo vivió, ya que lo que hace el joven e inquieto espíritu es solo desempolvar, describir, desvelar, lo que siempre está, lo que siempre ha estado.
He ahí, que desde esos tiempos el hombre está sintiendo que fue echado de algún lugar en el que fue pleno, feliz; en donde eternidad e infinito solo son palabras para expresas, para reclamar aquello que nos pertenece, ese paraíso, el paraíso. Y aunque resulte trillado, es la belleza un rastro, una huella, de él.
Es la distancia el alma de la belleza, porque podríamos entrar sin reconocer, sólo porque presentimos, y ser uno con la belleza; pero el hombre de la era de Platino, se detiene, se para, frente a las cosas, frente al mundo, frente al universo y al gran recuerdo; y quiere ver, verificar, entonces sí se distancia, se va al desierto en su búsqueda, se retira a su soledad, esa que sólo da la noche y allí, y desde allí la contempla, ve, ve ya la belleza creada por el alma: su obra.

Karigüe

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Gracias. Karigüe

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