domingo, 24 de febrero de 2008

Reflexión - ¿Qué significa habitar?

Por Raúl Ballbé

Con motivo del homenaje a Romain Rolland escribió Freud una contribución que tituló: "Un trastorno de la memoria en la Acrópolis. Carta abierta a Romain Rolland en ocasión de su septuagésimo aniversario". En este trabajo que data de 1936 nos cuenta Freud una experiencia de su vida, cuando tenía cuarenta y ocho años. Un amigo que visita con su hermano menor en Trieste, les sugiere modificar el itinerario para conocer Atenas y esta perspectiva suscita una extraña desazón en el viajero. De su experiencia en la ciudad griega escribe Freud: "Cuando finalmente la tarde de nuestra llegada me encontré de pie ante la Acrópolis, abarcando el paisaje con la mirada, me vino de pronto el siguiente pensamiento, harto extraño: ¡De modo que todo esto realmente existe, tal como lo hemos aprendido en el colegio! Para describir la situación con mayor exactitud, la persona que expresaba esa observación se apartaba mucho más agudamente de lo que generalmente se advierte, de otra persona que percibía dicha observación y ambas se sentían sorprendidas aunque no por el mismo motivo. La primera se conducía como si bajo el impacto de una observación incuestionable, se viera obligada a creer en algo cuya realidad le hubiera parecido hasta entonces dudosa. Exagerando un tanto la nota podría decir que se comportaba como alguien que paseando a lo largo de Loch Ness, en Escocia, se encontrara de pronto con el cuerpo del famoso monstruo arrojado en la playa y se viera obligado a reconocer: "¡ De modo que realmente existe esa serpiente marina en la que nunca quisimos creer!". La segunda persona, en cambio, se sentía justificadamente sorprendida porque nunca se le había ocurrido que la existencia real de Atenas, de la Acrópolis y del paisaje circundante, pudiera ser jamás objeto de duda. Esperaba oir más bien expresiones de encanto o de admiración".

Freud ante la Acrópolis padece una sensación de extrañamiento que empaña la alegría de estar en tan ansiado lugar, como si todo fuese demasiado hermoso para ser cierto. Nos podríamos preguntar si alguna vez no nos ha ocurrido algo parecido al no poder experimentar el goce que esperábamos y sentir, con cierta irritación, solo indiferencia. Reconocemos los valores, pero nos sentimos incapaces de vivenciarlos. Freud vincula su experiencia en la Acrópolis con los conflictos neuróticos de los que fracasan ante el éxito, es decir, de quienes por un sentimiento de culpa inconsciente evitan lograr lo que desean y no se sienten dignos de la felicidad porque creen no merecerla. El destino, que no depara la satisfacción esperada sino que se presiente amenazador y que le niega el goce al viajero en la sublime ciudad antigua, cumple con la acción punitiva de la conciencia moral, a su vez heredera del conflicto edípico. Así interpreta Freud su desazón de Trieste ante la perspectiva del viaje a Atenas y su vivencia de extrañamiento ante la Acrópolis. El largo viaje y la ansiada meta, Atenas, encubrían el episodio infantil con sus vivencias de culpa y de piedad hacia el padre. El habitar del viajero está amenazado por una transitoria endeblez de los límites que le confieren seguridad y por eso experimenta extrañeza, pierde el sentido de lo familiar. Freud nos da una imagen del hombre como homo natura y su modo de ser aparece como carácter del acontecer interior signado por el sufrir y el soportar, vivir sine spes et metus como querían los estoicos. Y nos señala el hecho de que las experiencias de la primera infancia condicionan al hombre. Esta decisiva determinación del hombre por el inconsciente, la obligada confrontación plasmadora con las fuertes potencias del mundo exterior y el arraigo originario y unitario del hombre en la natura naturans por esos entes míticos, los instintos, fuerzas de la vida que interminablemente engendra y fenece, nos acercan a la imagen del hombre trágico, no redimido de la antigüedad griega. No parece mera coincidencia que, no lejos de Atenas, cuando el hombre antiguo creía en los mitos, Edipo consumara el parricidio, acontecimiento que apadrina un hecho psicológico en la teoría psicoanalítica y que su autor nos reitera en este ensayo. Esta es una interpretación de una vivencia que implica enajenarse del humano habitar en el mundo.

Pero ¿qué habrá experimentado Calicles en ese mismo lugar, hace ya muchos siglos, al escuchar de boca de Sócrates estas palabras: "Los sabios, Calicles, afirman que el cielo y la tierra, los dioses y los hombres, están ligados, juntos, por la amistad, el respeto del orden, la moderación y la justicia, y por esta razón llaman universo (cosmos) el orden de las cosas, no desorden ni desarreglo"? Estas palabras del Gorgias (507-508) aluden a los pitagóricos, ya que Pitágoras parece que fue el primero en aplicar la palabra cosmos (orden) al universo en la cuádruple relación de participación (Platón emplea en el diálogo la palabra koinonian) de los dioses, los mortales, el cielo y la tierra. En este cuádruple juego habita originariamente el hombre porque el mundo en que mora consiste, precisamente, en la imprescindible relación participativa de los cuatro: los dioses como fundamento de la Divinidad; el cielo surcado por las estrellas, el aparecer y desaparecer del sol y la luna con la luz y la oscuridad funda el tiempo en su transcurrir y en sus manifestaciones de clemencia o inhospitalidad; la tierra con sus frutos y el trabajo del cultivo de sus cosechas y el cuidado de sus animales; y los mortales son los hombres. Se llaman los mortales porque tienen la virtud de morir. Morir significa: la muerte como capacidad de morir, porque la existencia humana en la lucha y juego de la cuádruple relación de cielo y tierra, dioses y mortales es ser para la muerte, como dice Heidegger. La vivencia de extrañamiento de un hombre de este siglo ante la Acrópolis ¿acaso no podría surgir por el olvido del fundamento del habitar, falta que procede de la ausencia de los dioses, considerados descomedidamente por el hombre como meras fantasías primitivas e infantiles; de un cielo, que ya solo es un objeto de la investigación científico natural; de la tierra reducida a un objeto de explotación económica y regida por la planificación tecnológica; y finalmente del hombre mismo quien, perdida su relación con los dioses, la tierra y el cielo, habita en un orden abstracto que oculta el caos?

Es muy significativo que Platón se refiera en ese pasaje del Gorgias a pensadores presocráticos como lo hace Heidegger en nuestro siglo al reflexionar sobre el mundo como cuadruplicidad ("Welt als Geviert"). En 1945 termina la "guerra civil europea" que comienza en 1917 - como muy bien lo fundamenta Nolte - y Platón escribe en esa época crítica que culmina con la derrota de Atenas después de las sangrientas guerras del Peloponeso. Desde el punto de vista morfológico - y no cronológico, claro está - podemos relacionar el fin de la guerra europea con el fin de la guerra del Peloponeso: son épocas de crisis, es decir, épocas en las cuales el hombre se pregunta por los valores fundamentales. Ya no se siente en un mundo familiar sino extraño: ¿qué es entonces lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto? Platon recurre a lo intemporal, a lo que no está sujeto al relativismo del tiempo, al concepto, al mundo de las ideas. Y en lo político a una extraña utopía en la que parece desconocer la idiosincrasia de sus propios compatriotas que expone en La República. Pero al mismo tiempo vuelve a los tiempos antiguos para encontrar una unidad perdida. Por eso es, en cierta manera injusto con él Nietzsche, a partir del Origen de la Tragedia, al verlo exclusivamente como un racionalista decadente. Los tiempos que marcaba la historia eran duros ¿Acaso habría de asumir una actitud, ante la misma crisis, como la de su condiscípulo Antístenes (1), el fundador de la escuela cínica, un hippie de la antigüedad? Heidegger, en la crisis de nuestro siglo, se replantea la cuestión ontológica del habitar. La pregunta que nos planteamos es: ¿cual ha llegado a ser el modo del habitar para que cuanto el hombre construye se haya erigido en preocupante amenaza, nudo de problemas, malestar y extrañeza? Para expresarlo en castellano, las palabras habitar (ocupar un lugar, Berceo S. 13), sede, sitio, asentarse, morar nos esclarecen sus orígenes lingüísticos en el verbo ser, esto es, en la temporalización y espacialización de la existencia. Además, habitar deriva del verbo haber, del latín habere. Quien habita ocupa un lugar, vive en él. El existente tiene (haber como tener) un lugar en el sentido de que éste surge donde él está. Donde tú estás nace un lugar, dice Rilke. Y donde tú estás, en el lenguaje del amor, es donde yo estoy. Esta preocupación implica, también, verme en buen hábito - como manera de ser, aspecto, actitud, vestido, disposición física o moral.

El lugar del existente humano es un ahí que para Heidegger significa la apertura del existente en el ente, que entreabre el espacio, que irrumpe en él. Lo define con estas palabras: "El ahí (Da) es el espacio abierto por la irrupción (Einbruch) del hombre. El hombre, entendido como Dasein no es un simple "objeto" presente en el espacio, como una mesa o una piedra, sino el ente que revela, abre el espacio que es, él mismo, espacial, en el sentido que él espacializa". En otro significativo párrafo nos aclara el sentido de irrupción del "ahí": "El hombre - un ente entre otros - hace ciencia. En este hacer acaece nada menos que la irrupción de un ente, llamado hombre, en el todo del ente y, en tal forma, que en esta irrupción y mediante ella queda al descubierto el ente en su qué es y en su cómo es. Esta descubridora irrupción sirve, a su modo, para que por primera vez el ente se recobre a sí mismo".

El hombre se anticipa a ocupar un lugar, es decir, a revelar e iluminar los objetos de su interés, cuidado y preocupación. Así puede disponer de su haberío, que es la "mula" en Aragón, "asno" en Soria y en otras partes cualquier bestia de carga o de labor, colectivo conjunto de animales domésticos, por ser estos los bienes del rústico por excelencia; en Galicia haber es "res vacuna", abere en vasco "ovejas" y avería en Cataluña. Al abrirnos al mundo de la religión, del arte, de la ciencia, de la política, irrumpimos revelando los entes respectivos en su qué y en su cómo son. También habitamos en nuestro trabajo, gustoso o no; en el Templo, con fe o si ella; en nuestro hogar, morando en él, de-morándonos o buscando cualquier pretexto par huir de él; en los puentes, autopistas y aviones para llegar al objeto de nuestro interés u obligación. Porque el hombre habita construye ciudades, caminos y puentes: son lo sitios donde moramos y transitamos, nuestra sede. Y no es azar etimológico señalar que sentarse, asentarse, sede, son las formas originarias y concretísimas de nuestro verbo ser, que luego se ha vuelto tan abstracto y oscuro. El hombre es habitando y porque habita, construye como lo esclarece Heidegger. Pero individual y colectivamente habita de modos muy diversos. Puede habitar en el pensar, en la egoísta voracidad de la lucha por el poder, en la frívola diversión, en la locura. Puede presentarse con mil hábitos y creer ser él mismo. Pero el hombre tiene hábitos porque habita y, solo el pensar, puede elevarse al orden (cosmos) del que todo otro orden emana, por cuyo respeto "el cielo y la tierra, los dioses y los hombres están ligados, juntos". Pues la historia individual y colectiva depende de la elevación del pensar en el orden de las cosas que llaman universo y no desorden ni desarreglo. Su olvido o menosprecio nos acarrea ese profundo sentimiento de extrañeza y de alienación.

Decía G. Marcel que a fines de siglo y a comienzos de éste el mundo aparecía como normalmente constituído: tenía, aparentemente, un ser perfectible por cierto pero estaba en sí mismo "bien hecho". Pero actualmente, en cambio, se siente que "el mundo está roto", como reza el título de uno de sus dramas. Los principios de tal destrucción se hallaban en esa optimista y progresista visión que ocultaba un mundo en que domina la hostilidad, la desconfianza y, por lo tanto, la guerra latente o manifiesta. Recomponer ese mundo y restablecer su unidad perdida, aparece hoy como el imperativo moral y social por excelencia. Pero Marcel delataba la falsa ruta que sigue esa aspiración que se fundamenta en los avances técnicos - sin desconocerles la necesaria importancia - ya que éstos conducen a un concepto falso de unidad. Se pensará que como nunca en la historia el mundo es hoy "uno". La velocidad de las comunicaciones significa la abolición de las distancias: luego de suprimidas se logrará la unidad. Tal razonamiento, en si mismo exacto, no rige para un concepto profundo de unidad, que significa intimidad, identificación espiritual y cosmos.

Es necesario distinguir tres tipos de unidad: a) Unidad por exclusión de características propias, es decir, por empobrecimiento de lo que se unifica. b) Unidad técnica, que conduce a la nivelación de la sociedad, de los modos de vivir, de las costumbres. Semejante homogeneidad social - posibilitada por la técnica puesta al servicio de la política - se llama ideología, inseparable de la propaganda o, mejor dicho, se confunde con ella. Se impone una ideología cuando, por ejemplo, se elige cierta categoría humana como chivo emisario. c) Unidad espiritual donde rige la identidad entre seres personales: uno ama al otro reconociendo sus diferencias e incluso amándolas.

¿Cuál ha llegado a ser el modo de habitar del hombre para que cuanto construye tenga un aspecto amenazante y constituya un nudo de problemas y malestar? El que surge del despliegue de un mundo cada vez más abstracto que no se detiene en la despersonalización del hombre sino que también se extiende al mundo natural y, de este modo, completa la evacuación de contenidos, de calidades. Sobre esto escribe Marcel: "Jamás olvidaré la impresión que experimenté al tomar contacto con un país como Venezuela, en que se tiene el sentimiento de que lo que era un paisaje está en trance de convertirse en taller. Se asiste a una especie de destrucción sistemática, que me atrevería a llamar sacrílega. También he sentido tal impresión de sacrilegio, en un grado más alto aún, en Río de Janeiro, al comprobar que se preparaba la nivelación de colinas sin consideración por la realidad original del sitio. Hay en esto un hecho absolutamente significativo: mientras que en el pasado se moldeaba una ciudad, en cierto modo, sobre un estructura o preestructura natural y la colmaba, es verosímil que veamos construirse, cada vez más y sin consideración alguna por cierta preformación natural, enormes aglomeraciones. No se vacilará en violentar la naturaleza para realizar determinado plan abstracto".

La organización creciente de la sociedad ¿se hará en el sentido de una despersonalización cada vez más acentuada para convertirse en lo que Platón llamaba en La República "gran animal", palabras que en nuestra época nos recuerda Simone Weil cuando dice que una nación no tiene alma; es un gran animal? Tal vez Freud experimentó ese sentimiento de extrañeza, en lo más profundo de su ser, ante esos Templos de la Acrópolis que los dioses habían abandonado. Y Marcel, en su viaje, ante la sacrílega destrucción de la naturaleza y del habitar humano por el imperio del espíritu de abstracción.

Pero no debemos olvidar que "si la ejecución de sueños ancestrales - como escribe Robert Musil - es poder volar con los pájaros y navegar con los peces, penetrar como la broca en los cuerpos de montañas gigantes, enviar mensajes a velocidades divinas, divisar lo invisible y percibir lo remoto, oír hablar a los muertos, anegarse en salutíferos sueños milagrosos, ver con ojos vivos el aspecto que tendremos después de muertos, descubrir en noches resplandecientes mil cosas de encima y de abajo de este mundo que antes nadie conocía; si luz, calor, fuerza, placer, comodidad son los sueños primordiales del hombre, en tal caso las investigaciones actuales no solamente son ciencia, sino también una magia, un rito de poderosísima fuerza sentimental e intelectual que induce a Dios a doblar el uno sobre el otro los pliegues de su manto, una religión cuya dogmática está regida y basada en la dura y valiente lógica de la matemática, aguda y penetrante como la hoja de un cuchillo. Por lo demás, es indiscutible que todos esto sueños antiquísimos se realizaron, en opinión de los no matemáticos, de muy distinta manera de como lo habían imaginado al principio. El cuerno del cartero de Münchhausen era más bonito que una bocina electrónica con el sonido en conserva; las botas de siete leguas, más bonitas que un automóvil; el imperio del rey Laurin, más bonito que un túnel ferroviario, las raíces salutíferas de la mandrágora más bonitas que un telegrama ilustrado, comer el corazón de la propia madre y entender el lenguaje de las aves, más bonito que un estudio zoopsicológico sobre la expresión rítmica del gorjeo de los pájaros. Hemos conquistado la realidad y perdido el sueño".

Podemos también decir que los deseos de los humanos, sus sueños, se han realizado y se plantea la cuestión de si esa colosal realización no se transformará en una pesadilla. Al fin y al cabo, los cerebros lanzan ideas en fugaces momentos de inspiración que pueden ser geniales, agudas, ingeniosas, disparatadas o estúpidas. Si otros cerebros no les dan acogida, se pierden en el vacío como los satélites lanzados al espacio y de los que nunca más se tiene noticia. Pero si esas ideas son recibidas por otros cerebros activos, serán engendradas otras nuevas. De este fenómeno depende, tanto en la vida individual como en la colectiva, que haya más hombres interesantes o vulgares.


1. Antístenes (444-365 a. J.C.) fue discípulo de Sócrates, fundador de la escuela cínica y maestro de Diógenes. Consideraba la felicidad en la práctica de la virtud que consistía en la independencia completa respecto de las cosas exteriores: el hombre libre es el que vence sus pasiones y hasta sus necesidades. Una vez Sócrates le dijo que a través de los agujeros de su ropa veía su soberbia.


Estas líneas pertenecen a un trabajo publicado en la REVISTA CHILENA DE NEUROLOGÍA Y PSIQUIATRÍA Volumen XIV, nº2, de 1975, y ha correspondido a las clases dictadas en la cátedra universitaria del Dr. Ballbé y a las Lecciones dictadas en el Centro de Investigaciones Filosóficas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos, donde dirije la Sección de Psiquiatría y Psicología.

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