viernes, 8 de febrero de 2008

Libro “El mar” – Capítulo 3

MUNDO

El solo contemplar las olas, el contemplar ese constante bramar sobre las rocas, sobre las playas abierta, es un inmenso placer.
Los poetas al mar lo comparan con el alma. Como si dentro de nosotros estuviera atrapado algo, algo que se asemeja al mar; algo que no puede salir, no puede dejar esa morada.
El espíritu del mar y la vida, tienen algo en común; el espíritu del hombre también.
Si el agua estuviera detenida, sería un elemento más del universo, pero su misma naturaleza, su posibilidad de cambio de estado, su adaptabilidad, su maleabilidad como para adaptarse a las formas, la hacen ideal para el movimiento, para trasladarse, para llevar cosas a otros elementos que en sí no pueden moverse, no pueden adaptarse.
Todo eso pensando a medida que rozaba su mano. Sentía esa sensación tan agradable que es cuando se tiene a la persona amada al lado de uno. Podía comentarle aquellos extraños pensamientos de la movilidad del agua. Podía hablar con ella, podía compartir los pensamientos, los sentimientos, las percepciones. La presencia de ella era como las alas de lo que pensaba.
De niño, cuando de noche escuchaba el golpeteo de las olas sobre la playa, podía hasta calcular los tiempos. Parecen constantes para aquel que no se pone a escucharlas atentamente. Pensaba que si el mar trataba de decir algo, no podía ser que a lo largo de miles de kilómetros nadie lo escuchara, nadie lo entendiera.
Es agua atrapada, es agua que quiere evaporarse, elevarse de sí. Ser llevada como corrientes por la Antártica, por el Caribe, por los Océanos más profundos; y así ser libre como un simple animal, un animal salvaje. Sin embargo, el inmenso mar brama, ruge aún cuando no tiene con quien luchar.
Lo escuchamos, lo vemos como enloquece durante las tormentas, en los tornados ¡Cómo se eleva de sí, arrastrando cuanto ser viviente ó cosas (para él es lo mismos) encuentra a su paso. Sólo confía en su fuerza, en su poder. Tiene que, de vez en cuando, demostrar ese poder, que con frecuencia olvidamos.
Luego uno ve las playas del caribe, esos inmensos pañuelos extendidos. Los dos, el mar y los de la arena parecieran estar de acuerdo, como en un estado de reposo.
Pero es así como es el carácter de las personas, hay momentos de ira, de destrucción. Así después nacen y brotan los Huracanes; aquellos que arrasan, que abrazan lo que consideran suyo, luego se vuelven a dormir.
Cuando siento la ira, la cólera de que algo no es o no ha salido de acuerdo a lo planeado, a lo soñado, es el espíritu el que se abalanza sobre las cosas queriéndolas cambiar, destruir; pero tenemos pocas fuerzas, nuestro animo por lo general se diluye rápidamente, como el del Huracán.
El alma del hombre, ¿brotó como recinto, o se fue formando como recinto a medida que las cosas llegaban, necesitando lugar, morada? Esto no lo sabemos.
Lo que podemos imaginar y a la vez presentir, es que todo cuanto existe dentro de nuestro ser, de nuestro cuerpo, de nuestra alma, ha llegado desde afuera de nosotros. Más aún, se ha posado, se ha depositado como metáfora, como imagen capturada, reflejada.
Luego allí en nuestra alma, en nuestro cerebro, esas imágenes físicamente se depositaron en las neuronas. Esas células que tienen la habilidad, la capacidad de relacionarse con otras a través de ramificaciones llamadas sinapsis.
Podemos llegar hasta allí, más allá es ya otro tema. Bueno, esas sinapsis se fueron componiendo como enramadas, como tejidos, relaciones; eran y son relaciones. Físicamente se convirtieron en luz, como cuando brota un rayo o como cuando del agua de un dique brota energía eléctrica empleando una máquina. Todo esto no nos debe de sorprender.
Esta luz, es una suma de luces, una constelación de luces que ilumina un recinto invisible, hermético. Como un cielo invertido, como un casco que no deja salir ni penetrar otras cosas que no sea ésta luz, ésta constelación de luces. Bueno, esa es nuestra mente.
La materia, ¿se volvió invisible? Invisible solo para el hombre que mide. No hay duda qué es energía y un tipo especial de materia que todavía no la podemos pesar, ni menos medir; solo comparar.
¿Qué sería de nuestro mundo, de nuestro planeta, sino hubiera atmósfera, si no existiera el aire? Esa masa que transforma los rayos del sol en luz. ¿Qué sería de nuestra mente si no hubiera razón, entendimiento, orden, organismos vivos como los genes que amortiguan, que transforman la energía pura que nuestro cuerpo emana en idea, en pensamiento, en conciencia, en razón, en amor, en odio, en temor, etc.?
Todo un mundo nuevo brotó dentro de nuestro cerebro, dentro de ese cielo invertido que ya no deja escapar a la sangre.
Allí, en nuestro cerebro, en donde el agua hecha sangre, hecha líquido encéfalo raquídeo, no puede escapar. No puede volver al universo abierto, desde donde vino. Pero ahora esa parte (nuestra de vida) de agua, golpea como las olas del mar contra este casco. Contra ese caparazón que no permite que la vida se vaya, que el agua del cuerpo, del cerebro, huya.
Así como brotó en la tierra la naturaleza y aun el hombre; también ahora, del cerebro del hombre, de esa constelación de cerebros de la cual está constituida la humanidad, brota mundo. Un mundo de ideas, de sentimientos, de pensamientos, de amor, de odio, de fulgor, de pasión. Un mundo nuevo, una naturaleza nueva ha brotado desde nosotros
Somos solo el capullo desde donde está brotando el gusano, la nueva mariposa, que surcara los cielos del universo.

Karigüe

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