sábado, 16 de febrero de 2008

Libro “El mar” – Capítulo 4

ALGO SE VA, SIEMPRE

Hay momentos en que el mar se calma, parece quieto, como un pozo de agua.
Por lo general el agua permanece quieta en depósitos pequeños, sin olas; pero a medida que esos depósitos son más grandes, se crean movimientos, se crean corrientes. Hay una relación directa entre la formación del viento y la superficie del agua, una relación estrecha a través de los cambios de temperatura y de presión, producidos por los rayos del sol sobre el agua.
Es el calor que se produce en el sol, el que llega. Él es una fuente de vida; es como un espíritu que cambia, que agita a las aguas de los mares, de los ríos, de los lagos, de las lagunas.
El agua está, el calor llega y la evapora, y así el aire incrementa en peso. Hay presión, hay una fuerza resultante que va desde lo pesado a lo más liviano.
Entonces el aire se agita y sé mueve, comienza a estremecerse como un gigante dormido; otra vida nueva, una vida recién brotada como si fuera desde la nada.
Vida que acaricia la piel del mar; la ondula, la estira, hasta romper su continuidad; entonces sí la ola que choca contra la arena, contra las rocas, como queriendo desprenderse, salirse de su cuenca, de su cause.
Se despierta así el mar.
Las nubes -esas concentraciones pesadas- son brazos extendidos del mar, queriendo apoderarse del aire, para así avanzar un paso más en el camino a su libertad. Pero la tierra se lo impide con la potencia de un brazo más poderoso aun: la fuerza de su gravedad.
Ahora sí, las nubes ya en sus órbitas permitidas, comienzan a moverse, comienzan a tomar formas caprichosas. Todas las formas posibles de ser imaginadas por el hombre..
He aquí uno de los más grandes espectáculos en nuestro cielo.
El viento y la vida son hijos del sol, de la tierra y del agua. Son los anillos, los eslabones que unen a los demás...
Tales fue el que concibió como elemento primero al agua. Esiodo a la tierra, Eráclito al fuego y Empédocles al aire.
Tendríamos que volverlos a pensar desde ésta otra visión: visión en donde las relaciones son naturales, una consecuencia de la otra. Relaciones como eslabones de una cadena que no tiene comienzo ni final.
En todo momento los vemos en movimiento. Los elementos primeros y sus fenómenos se convierten en viento, en vida. No podemos clasificarlos a todos con la tabla de Mendeleyev; no podemos considerarlos como materia, energía, átomos, electrones, quartz, fotones.
Tenemos que volver a considerándolos seres. Seres que juegan, que se relaciona, que luchan, que se atraen, que se rozan, que se rechazan. El movimiento, la relación, la transformación, es lo que debemos tratar de ver, de comprender nuevamente.
Para comenzar, veamos que no hay elemento más sutil, más puro, más activo, que el viento. Él es brisa, es huracán, es tormenta. Cuando es tormenta quiere desprenderse del agua intrusa, del agua que se cuelga de su propio seno, de su propio vientre; pero él como un caballo que relincha brioso, corre y en ese correr es en donde cae el agua, que huye al no poder ocupar su lugar.
Cuando desde lo lejos se divisa venir un tormenta, se la ve como si fuera un trompo que gira arrasando a toda cosa que se encuentra a su paso. Las eleva, las arranca, para luego hacerlas caer; ello es solo su demostración, demostración de su poder frente al agua. Lo primero que ocurre antes de ser ella misma, es la formación nubes. Nubes incapaces de tomarse del seno de los cielos, en donde mora el aire. Luego ellas arremeten como jauría de animales salvajes, galopando en el campo de batalla; van, vienen, se elevan, caen, chocan. Es el caos.
Solo así se ve como abre su camino el rayo. Este juez y soberano de todo movimiento, de toda elevación y caída. Él nuevamente ejerce su poder, toma el mando y ordena el estremecimiento final; la caída, la huida, de un lugar que no le pertenece al agua.
Frente a este escenario, frente a esta tragedia, el mar se agita, quiere participar con sus grandes olas. Pero a él solo le está permitido el Istmo, la ola. Las olas sólo son intentos fallidos, intentos fallido de un casi eterno deseo de huir allí a donde y desde dónde el agua vino.
El mar sólo un trampolín, la ola el limite, la nube su sueño derramado.
Pero ya hay algo de lo que estamos seguros, no solo por nuestras ciencias, sino por nuestra propia observación y deducción: el agua está logrando huir.
Algo de lo que la nube fue, se desprendió definitivamente, partió hacia el éter.
Cada vez hay menos agua sobre la tierra, podemos ahora encontrar un pez petrificado a cuatro mil metros de altura del mar.
Algo de agua logra huir cada vez que una nube se eleva a los cielos.

Karigüe

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