Es limitado nuestro lenguaje, ya que no es correcto hablar de sentidos cuando solamente nos referimos a los sentidos del cuerpo físico; el alma también tiene sentidos, pero todavía no les hemos puesto nombres, no los hemos nombrado. Una pintura o una pieza musical, el hombre las recibe por medio de los sentidos, pero el impacto que estas obras producen en su ser, lo reciben por los sentidos del alma, aquello que lo estremecen, lo conmueven.
Dentro del hombre, de una manera invisible se está produciendo un crecimiento, y no me refiero a la inteligencia que está relacionada con la rapidez de la sagacidad, sino a una capacidad de ver o sentir el mundo con más claridad, de comprender la esencia de lo que algunos llaman realidad; es como una maduración.
El artista es el primero que lo capta, lo atrapa en su obra y es como si en la oscuridad una lamparita más se encendiera. Por ello se hace necesario que el idioma crezca, que tenga también movimiento como todas las cosas del Universo, que el idioma sea una cosa viva. Y así el hombre pueda ir colocando nombres a cada nueva situación o nueva cosa que cree, que se forme, que se le presente, para diferenciarlas de las que ya superó.
JULIÁN.- Es muy poco común que una persona como tú, que cumples funciones netamente prácticas, que estás ocupado casi todo el día en resolver problemas relacionados con cosas materiales, pueda tener una mirada tan clara sobre los temas del espíritu, particularmente sobre nosotros que estamos dedicados casi exclusivamente a este tipo de tarea.
Me gustaría hacerte una ampliación sobre los poetas. El poeta vive con una especial intensidad las inquietudes del espíritu, pero su tema principal es la vida; es ese conjunto de relaciones del hombre consigo mismo, con el mundo, y con la razón suprema que lo supera.
Aquí radica la importancia del poeta dentro de la sociedad, ya que si bien tiene la sensibilidad como para captar la inquietud del espíritu, cuenta también con la capacidad de ver con más claridad que los demás; esas cosas que como ríos subterráneos nos circundan, y no las podemos ver, porque nuestro interés lo tenemos puesto en lo inmediato, lo que habita en la superficie de las cosas.
Tiene o cuenta con una herramienta muy espacial. No se trata de colores, de formas o de notas, sino de palabras, sonidos que encierran significado; la comunicación es una red de cables invisibles que el hombre excita, activa, a través de las palabras; a través del contenido que tienen o llevan las palabras. Ello es como si estuviera circulando una cierta cantidad de sangre por esas venas invisibles que tiene la sociedad; pero esa sangre se desgasta, se consume a lo largo del tiempo; por lo que es necesario incorporar sangre nueva, nuevas palabras, nuevas ideas. Bueno, de eso se ocupan los artistas y, en particular, los poetas.
El camino que toma, que emprende un poeta, es como el de cualquier ser humano, no es un elegido; simplemente ha nacido con el talento de saber poner en palabras lo que hierve como metal fundido en el alma de todo hombre. Él es como un traductor, convierte, traduce lo que siente, lo que está ahí, ya sea como la serena oscuridad o la lava ardiente; lo pone, lo coloca en esos cántaros divinos que son las palabras.
RUBÉN.-Vamos a cambiar de tema. Hoy quisiera hablar sobre la muerte. ¿Qué significa para nosotros la muerte? De lo único que el hombre está seguro es de su propia muerte; esta realidad nos lleva a imaginar lo otro, ¿adonde vamos? Será ello un agujero negro, adonde todo llega, pero nada vuelve.
Yo en particular he visto, he compartido, he convivido con muchos seres, los cuales ya no están, y esto me angustia; si bien tenemos una gran capacidad para el olvido, en este caso no es suficiente. Además, nosotros ya no somos jóvenes, estamos viendo como lentamente nuestro cuerpo se va desintegrando, se va consumiendo.
De la parte física, mejor ni hablar, pero también el alma se va desvaneciendo. La potencia, la energía con la que vivimos se está desvaneciendo. La verdad es que es muy lamentable el estado en que nos deja la vida, más aún ha nosotros, que por momentos nos sentirnos los reyes del mundo. Cuanta razón tenia Goethe cuando nos decía: ‘’El hombre casi siempre quiere tomar el mundo entre sus manos y termina siempre en un espacio de dos metros por uno’’.
JULIÁN.- Hablar de la muerte es hablar del tiempo y de lo que ya no es vida. Porque vida es casi todo lo que somos, cuerpo, alma, espíritu, pensamiento, la reflexión, la fe. Cuando se termina ese estado, se termina todo para nosotros, los hombres que habitamos este planeta.
Puede que exista otro tipo de vida, pero con seguridad, diferente a la que vivimos en la tierra.
Lo que realmente nos preocupa es existir, cualquiera sea la forma. Tenemos miedo, temor a la muerte, porque ella significa no estar, significa no existir. Y además nos han llenado la cabeza con castigos, por lo tanto no solamente tenemos miedo a muerte, sino a los castigos que alguien nos va o nos puede infligir.
Lo que podemos saber es que somos parte del Universo, y Universo significa este conjunto de cosas que están, que nos rodean, que además están en permanente movimiento. El hombre es un ser que habita este Universo, del que es parte; por lo tanto, no creo que desaparezca por medio de este cambio, por medio de este encantamiento que es la muerte; creo que deberíamos ir a otro lado.
Se tiene miedo a la nada, porque hemos entendido que existir es ser parte del movimiento de Universo; más aún, formar parte aunque en pequeña escala, pero activa, de lo que nos rodea. La principal característica de nuestro ser es la acción, es una necesidad profunda la de actuar, la de participar; no aceptamos la inacción.
La vida en ser superior. Formamos parte de ella. Participamos en y con ella, cada uno de nosotros en una fracción de tiempo, y en realidad no hace mucho que estamos participando.
La vida en sí tiene su tiempo asignado. Ella participa de algo superior, que es el Universo; participa de esa gran explosión. Expansión que si no comenzó ya, comenzará a contraerse para volver a ser lo que fue.
Podemos decir que el Universo, la vida, nuestra existencia son como una especie de latidos muy parecidos o semejantes a los que tiene nuestro corazón.
Lo que nos llevaría a pensar que somos muy semejantes al Universo; con lo particular de que cuando termina nuestra expansión, ya no estamos, a eso le hemos llamado muerte.
Ahora vayamos a lo más pequeños, el átomo.
Este elemento está formado por protones, por neutrones, por electrones, quarks.; cambian, se mudan, se transforman, están en constante movimiento y cambio.
El hombre es como un ente que se forma por la unión de algunos elementos; en su crecimiento va tomando y también intercambiando elementos con el medio, hasta que termina entregando todo lo que recibió. En suma, el cuerpo del hombre tomó del medio un conjunto de átomo y al final termina entregándolos. Lo único fue que sobre la faz de la Tierra apareció y desapareció una forma, un cierto tipo de forma.
Haciendo una figura más clara, el hombre es como un fantasma que toma algunos átomos, se convierte en figura, luego los entrega y desaparece.
La parte notable de este acto, que es la vida de un hombre, es que en él hay un deseo profundo de sobrevivir y de obrar. Crea su mundo, sus ideas, sus ciencias y hay algo en él que le dice que ello es posible. En el fondo es como un deseo, es como un destello, en el cual se siente que él es superior al acto.
Así se creó la raza humana. Ella es un ser superior al hombre; es a través de la humanidad que el hombre puede sobrevivir, ya sea por medio de recuerdos o de su obra.
El tiempo es uno de los obstáculos que tiene en el camino de su realización. Tiene dentro de sí un mandato interior que le pide ser lo que ya es dentro de sí. Esto es lo que solemos nombrar como realización personal, cuya raíz, cuya médula, es un innato deseo y anhelo por la búsqueda de la perfección, aquello supremo, es decir, el Ser.
Bajo todo este pensamiento, la muerte es el acto natural menos querido por el hombre, es el primer obstáculo que tiene y lucha con él desde que nace; estamos bajo el designio de lo que nos supera. Sólo a través de la lucha y la superación permanente, participamos en un acto sublime del Ser que es la vida, la vida espiritual.
Fuera de eso queda un silencio sepulcral, la nada nos cubre, nos espera. He conocido muchos ateos cuya resignación era muy parecida a la de los hombres de fe. Somos pequeños universos y vivimos, existimos, en algo superior a lo que hemos llamado Universo y participamos en él también.
Sólo nuestro pensamiento no es de él, es nuestro, y a través de él construimos otro mundo, el nuestro. Lentamente, hemos ido encontrando nuestra razón, seremos, participaremos no solamente en el acto, sino también en lo anterior al acto, en lo que mira, en lo que observa.
Creo que aquí la muerte es sólo un escalón; no el personal, el particular de cada uno, sino de ese ser maravilloso que estamos creando y cuidando constantemente. Él cruza a través del tiempo, a través del Universo. Como siempre digo: ‘’Mi muerte, es la vida que continúa no en mí/ sino sobre mí/ sólo soy un eslabón de la cadena que algún día abrazará al Universo/ fui feliz por instantes/ ahora sólo escribo un sueño lanzado al inmenso mar del futuro/ con el que venceré a mi propia muerte’’
La muerte puede ser vista de una forma religiosa, en la que solamente es un pasar de un estado a otro. Aunque la duda habita desde siempre el alma humana, ya sea un hombre de fe o un no creyente; pero hay un tipo de hombre a través del cual estamos dejando de temer a la muerte: ése es el escéptico.
PRÓXIMO CAPÍTULO: Lunes 14 de Julio
Si ha leído este capítulo, me gustaría escuchar sus comentarios, enviando un mail a pensamientos@karigue.com.ar.
Gracias. Karigüe
No hay comentarios:
Publicar un comentario