Estamos, vivimos, existimos, en esta tierra, en este mundo, en este universo. ¿De donde venimos? ¿A dónde vamos, después de la muerte? La muerte en si se nos aparece, como un pasar ó en último caso como un desaparecer.
Pero en este universo, todo lo que se crea no desaparece, solo se transforma ¿Será cierto este postulado? Ó es como nos decía Pesoa: “… nada es verdad, todo es imaginación…”
Imaginamos y es como si anduviéramos con un bastón, probando, tocando con la punta a aquello que nos vaya dando señal, indicación que estamos en lo correcto, que por lo menos creemos no fallar, no errar.
Qué otra cosa tenemos sino es la prueba, la verificación, primero para nuestro camino, después para el camino de la mente. Pareciera que físicamente hemos creado un cuerpo capaz de moverse con cierta seguridad, correr por ejemplo, aunque esa velocidad es poca para un felino; pero hemos hecho, nos hemos creado miembros, sentido, bastones con los que vivimos, con lo que logramos una cierta seguridad de vida.
Ahora con la mente, con la inteligencia, con la memoria, vamos construyendo algo más sólido, más seguro: el mundo; allí con la técnica hemos creado los blindados, los aviones; con la ciencia hemos creado los medicamentos, los tratamientos; los ambientes más seguros y más agradables, más confortables, y todo por seguridad, todo por placer también.
Estamos por buen camino, estamos además limpiando la maleza de los caminos; estamos no sólo convirtiéndonos en el rey de la naturaleza sino en su dictador también; ya estamos creando las lluvias artificiales, las tormentas y porque no la destrucción también.
Pero hay un aspecto interesante, las ciencias virtuales, como son la Filosofía, la Psicología, etc., nos están creando un mundo, el mundo de las ideas; las ideas que van siendo creadas, por ahora, por las palabras; ellas nombran, la palabra vida, como existencia, como Dios, como hombre, como mundo, como amor; son sentimientos, pensamientos, que van siendo puestos, almacenados, en ideas, es decir en un enramado de palabras, en donde se ponen, en donde se tejen, conceptos, percepciones, intuiciones; y se mezcla todo como una ensalada, como una mazamorra y he allí el conocimiento, he allí ese mundo virtual en el que no solo vivimos sino existimos, pero mas aún forma parte de nuestro cuerpo; como es la memoria, como son los sentidos.
Se podría ver por este camino que somos seres que se están expandiendo, creciendo como se ve cuando se explota una bomba, cuando se formó el universo, el famoso big bang.
Vamos adquiriendo experiencia, conocimiento, sabiduría, paz, plenitud; es decir si bien comenzamos con un mundo físico, luego un mundo virtual, mental, ahora estamos expandiéndonos en una atmósfera, en un mundo espiritual; lo interesante es que no hemos dejando ninguno de los dos anterior, ó vaya a saber cuanto más, sino que los conservamos, es decir nos expandimos hacia afuera, no dejando en ningún momento el centro, ese centro al que siempre volvemos, particularmente en nuestros momentos de meditación, de contemplación deberíamos decir.
Desaparecemos, es cierto, del árbol de vida, como lo hace el fruto; pero queda el árbol que sigue dando frutos ¿Podrá desaparecer el árbol también? Yo creo que si, así como podrá desaparecer el universo y el universo de los universos. ¿Qué quedaría entonces? La verdad que eso está afuera de los límites inclusive de nuestra imaginación.
Pero volvamos a algo interesante que dejamos en el camino transitado. Dijimos que el ser, el hombre, no deja su centro, que ese centro referencial siempre está, lo hemos probado, por lo menos los que meditan desde hace ya tiempo. Pero es centro ¿realmente existe?
Tal vez lo percibimos, más aún con esfuerzo podemos recordar algunas de las cosas de nuestra niñez, y si podemos pasarlas, es decir, digerirlas, podremos entrar al mundo puro del niño, al mundo que pertenece al cosmos, si cosmos es el viento, las nubes, los árboles, las montañas, el cielo, la tierra, la lluvia.
No es así como el hombre entra en ese mundo que es puro cosmos, pura naturaleza, pura existencia; puro estar, puro compartir, puro juego.
Es en esos instantes en que el hombre vuelve de sí, vuelve así, así mismo, como si diera algunos pasos más atrás, hacia su centro. Ese baño, ese sumergirse nos da señal, nos da huellas de un camino ya recorrido, pero que al volver a recorrerlo, después de haber limpiado la maleza, nos encontramos con un cierto agrado, y tal vez pura sensación, pura percepción, de una paz, de una plenitud, de un paraíso perdido.
Tal vez nuestra mente, como seres temporales no va más allá, porque ir más allá seria encontrarnos en nuestra primera edad, de abrir los ojos, del primer grito, de estar encubando en el vientre de nuestras madres.
Pero, ahora, veamos al hombre, al ser del hombre, del cual somos solo una escama, ó un gen, una célula. Ese hombre que comenzó a salir, a emerger, desde el LUCA; cómo se deslizó por los mares, cómo se arrastró por la tierra, cómo subió a los árboles antiguos, a las montañas, a los bosques; cómo fue su primer grito, su primera palabra, su primera devoración, su primer miedo; que los fue destilado, estilizando, hasta caminar parado y ver el horizonte, luego el cielos y descubrir las estrellas, el universo, el cosmos.
Todo un mundo se fue formando primero en su alma; mejor dicho su alma atizada por una inquietud permanente, de ir adelante, de elevarse aún más y cruzar los mares, los desiertos; y, por qué no los cielos también, a ese ánimo lo llamamos espíritu.
Primero como una órbita pequeña, sutil, la que vemos, sentimos, y en la que creamos, inventamos, tratamos de conocer y saber; luego la otra esa de nuestra existencia como seres que habla sobre la tierra, sus orígenes, sus batallas, sus caídas y sus volverse a poner en pie.
¿Cuantas órbitas más? Tal vez la de la naturaleza, la de la tierra, las del universo, las del universo de los universos.
Pero es el centro que nos debe interesar, tal vez es la nada, la pura nada, la raíz y el fruto de nuestra existencia; tal vez como un latido, un suspiro; y en ese acto, en ese entreacto nuestra existencia, nuestra vida, nuestra presencia en esta tierra, en este mundo.
Se siente, como por lo menos dos sensaciones; la de nuestra existencia personal y la de nuestra especie, la del barro pensativo.
Recibimos del segundo toda una historia, todo un conocimiento, toda una experiencia de vida, de existencia, como si recibiéramos una casa de herencia, un pueblo, un mundo; luego por un tiempo existimos allí, vivimos allí, y deberíamos decir soñamos en él, hasta que alguien nos vuelva a llevar al lugar desde donde vinimos.
¿Es así? Tal vez; pero además es el paréntesis que nos debe interesar, es el presente, el estar aquí que nos debe interesar; pero ¿por qué indagamos? Porque queremos saber lo que está afuera del paréntesis. ¿Es acaso el paréntesis una delgada capa como la piel de nuestro cuerpo, a la cual todavía no la sentimos ni menos la percibimos?
Es así, sólo es un camino, al que irremediablemente vamos. Pueda ser que el animal no piensa, no tiene ideas; pueda ser también que nosotros no seamos capaces de percibir, de sentir, esa piel que separa la vida de la muerte. Nos aterra como aterra el fuego a los animales; pero tal vez es solo un pasaje, un estar en el otro lado, pero ¿Quién?
Ahí está la pregunta ¿Quién es el que puede estar en los dos lados? Es como corrernos y hacer la pregunta del otro lado. Una presencia tal vez, un dios, un ser divino que pude habitar en los dos lados; en la luz y en la sombra, en la oscuridad; podremos tal vez tener otros ojos para ver en la oscuridad, no es así los ojos del espíritu, aquel que ve a la rosa porque sí, aquel que ve a la vida porque si, aquel que se siente cómodo en el silencio, en la oscuridad.
¿No es el espíritu el que trata de ver, para traspasar los muros de niebla, las capas, las píeles con las que estamos cubiertos, solo porque todavía no tenemos los órganos para ello?
Si ha leído este capítulo, me gustaría escuchar sus comentarios, enviando un mail a pensamientos@karigue.com.ar.
Gracias. Karigüe
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