Es cierto, aún, tememos a la muerte. Pero ¿cómo no temerla? Si por ella no vamos a estar en esta vida que tanto amamos, con nuestros seres queridos, con el campo, con el mar, el sol, las estrellas. Es el estar aquí presentes el que no da algo de seguridad, de confianza.
Tememos perder, tememos morir; tememos no ser tenidos en cuenta, que es casi lo mismo que desaparecer. Es nuestra estructura metal la que nos determina; y, a una cierta edad, sino aceptamos, sino comprendemos que somos seres finitos, que desde que nacemos estamos viejos para la muerte; nos va a costar el echo de que las mismas cosas, los mismos hechos, fenómenos, vayan haciéndonos comprender a los golpes.
Es una realidad nuestra finitud, nuestras limitaciones; y, como decía el amigo de aquel Rey Persa, que lo envió a averiguar sobre los hombres, le dijo: “Los hombres sufren”
Sin embargo, cómo nos levantamos sobre las cenizas, como el ave fénix, siempre estaremos levantando vuelo cada mañana, cada año que comienza, cada instante.
Recapacitamos, reflexionamos y volvemos sobre nuestros pasos andados, para dar el salto, nada mas para eso, como hacen los saltadores para tomar carrera y lanzarse por los aires en el salto.
Todo esto es como una reacción, como darnos pensamientos, ideas, para comprender esta realidad, extraña, todos los días, para aquel que no quiere entender; pero que son y somos mayoría.
Que otra cosa tenemos a nuestro lado, que no es nuestra imaginación, nuestro entendimiento y nuestro poco conocimiento; pero eso es lo que tenemos.
Que estamos solos o no, realmente no lo sé. Tal vez el ser piensa en nosotros cuando pensamos, cuando reflexionamos; pero es así aparentemente solo tenemos lo vivido, lo experimentado, que no es otra cosa que conocimiento, astucia, comprensión, con uno mismo y con los demás.
Pero está lo otro, el amor, la amistad, la aceptación, la moderación, el respeto; tal vez alguien dirá que son armas de los débiles; pero somos débiles, tal vez alguna vez fuertes aguerridos, testarudos; pero la mayoría a la vez somos débiles, e inofensivos.
Sino basta preguntarse uno mismo. El nos dirá cual es el camino; y desde siempre nos lo indica, son esas cosas del alma, del espíritu; las nuevas.
Esa nueva mirada, esos nuevos ojos, con los que vemos más de cerca a la realidad; la vemos con más claridad; ya que la realidad no es otra cosa que nuestro alimento, aquello que necesita nuestra alma, nuestro espíritu.
Y algo que está desde siempre un corazón, un niño dentro de ese corazón, que no es otra cosa que el cosmos; el cosmos desde donde toda vida brota, todo ser, todo universo.
El cosmos como lo sagrado, como aquello que nos contiene, ese silencio sagrado, esa serena oscuridad que nos cobija, que nos da paz y seguridad.
Y sin embargo, fue lo que el niño vio, encontró, jugó y que la misma realidad hizo destilar desde afuera, para que en una cierta edad tengamos un mundo, un micromundo, como un nicroclima en el cual sentimos la armonía de todo lo existente.
Un pequeño templo a donde de vez en cuando llegamos; mejor si decimos que la realidad nos lleva de la mano y quedamos ahí exhaustos, sin energías, como plenos, como si nunca hubiéramos salido, como si siempre hubiéramos estado ahí, en ese centro, en esa esfera en donde todo es y nosotros también.
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Gracias. Karigüe
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