lunes, 29 de noviembre de 2010

Libro “El Hombre"– Capítulo 10

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Otra manera de ir husmeando acerca de él hombre, acerca de lo que somos, es mirarlo cómo se para y va tomando las riendas de la tierra, de su mundo, de una manera muy parecida a lo que fue Atila, el rey de los Unos.
Si bien Egipto, Grecia, Persia, Roma, fueron imperios, fueron tentativas como para tener un rey, un gobierno, un poder que maneje a todos los hombres; todavía estamos en ese intento.
Aparentemente somos ingobernables, todavía en nuestra sangre corre la diferencia. Hay creyentes, y si uno mira el mapa de la tierra, vemos que hay más creyentes que no creyentes, hombres de fe, somos tal vez ahora seis mil millones quinientos mil habitantes, seis mil millones de formas de pensar, de creer, de soñar.
Somos seres finitos, nacemos con la muerte y por más que evitemos pensar en ella, ella está presente, está ahora aquí. Verla a los ojos, verla como telón de fondo, verla que aunque ella sea, nosotros seguiremos peleando, así nos falte una vida, veinte o un año. Tal vez es por ella que somos así.
Nos damos cuanta que sufrimos, que vamos a seguir sufriendo, que vamos a morir, sin embargo está todavía el instante, un instante más de vida.
Tal vez ver una nueva mañana, ver una vez más a los seres queridos, a los amigos; respirar el aire puro, ver esos jardines, los bosques, tomar un café, leer el diario de la mañana, enterarse de las últimas noticias, saber de la guerra; pero saber también que hay hombre que luchan por la paz, por la armonía del mundo, por la felicidad de los hombres, para que los hijos de nuestros hijos vivan mejor.
Y porque no, por nosotros también, por una nueva idea, por un nuevo pensamiento, por un nuevo poema, por una nueva alegría; por un nuevo paso hacia lo hondo, hacia lo profundo, que pareciera que allí, es como un manantial, por donde brota la vida siempre.
La muerte seria como la noche, la vida como el día; un eterno rotar, un eterno y permanente surgir, como desde la nada, para volver a ella; nada, como aquello que desconocemos, como aquello que todavía no somos capaces de ver, de entender, pero es hacia allí a donde caminamos, avanzamos.
Lo hemos vivido como hombres hechos historia; pero, también como hombres hechos persona, como hombres por donde pasa la vida como sangre o como metal fundido quemando nuestras entrañas; igualmente estamos aquí, estamos presentes.
Tal vez, ese, este es nuestro valor como seres que sienten, que aman, que sueñan, que obran; y que si sienten miedo, temor, terror, en lo desconocido, son capaces de seguir, de seguir avanzando.
Porque en sí no solo tememos a no estar más aquí presentes, lo que tememos es a dónde vamos. Ya sé que lo más simple es pensar a ninguna parte, somos porque somos y ahí terminó; pero hay algo en el fondo de nuestro ser, es que pertenecemos ha algo superior, somos uno de los eslabones del presente. Ya sé también que sino estamos no va a pasar nada, tal vez solo algunas lágrimas, algunos recuerdos que el tiempo diluirá; pero es cabalmente a ese olvido que el hombre teme, a ser olvidados, a que hemos sufrido, hemos pelado, por nada.
Tal vez la inutilidad, ser como una rosa, que es, que es así porque sí.
Eckhert, Silesius, San Juan de la Cruz y tantos místicos, lo han sentido así.
Pero el hombre de nuestro tiempo, los nuevos Prometeos, tenemos otra posibilidad de revelarnos ante los dioses, de romper estas cadenas, como es la de la aceptación.
Pero ¿Cómo rebelarnos, frente a quién? Si estamos solos, si hemos matado al Dios, a los dioses, en aras de nuestras ciencias, en aras de nuestras técnicas, de nuestra inteligencia.
No será que tenemos que hacer, como una vuelta de tuerca, avanzar, pero proyectado hacía el futuro es como estar en el mismo punto, salvo que miremos desde arriba.
Si vemos al hombre de nuestro tiempo, lo veremos como un Gladiador, como esos soldados romanos, todos acorazados desde los pies a la cabeza, dentro de un bunquer, que son las ciudades amuralladas, por fronteras, rodeados por médicos, psicólogos y enfermeros, con playas privadas, con plazas amuralladas también.
Mientras otros viven a la intemperie como animales aún, devorándose entre sí.
Si bien estamos juntos, en nosotros está viva la diferencia, hay algo en nuestro ser, que quiere ser diferenciado, que crece pisando al otro, que se eleva de sí pisando la cabeza de otro, del otro, del próximo, del prójimo.
De todas maneras todavía somos unos animales; pero lo rescatable es que hacemos cosas por hacer. Parecería también, que la vida en nosotros, nos gobierna de tal manera que entendemos, comprendemos, que el mayor agradecimiento de estar aquí es haciendo lo que la vida nos ha dado para hacer. Ésta es una gran verdad.
Pero, pero he aquí el punto al que quería llegar ¿Quien agradece a ese espíritu, a nuestro espíritu, que sabiendo que va a morir, sigue, lucha, construye, obra?
Es decir tenemos que hacer otra diferencia, aunque nos cuesta separarnos de sí. Es decir, el hombre como hombre, ese ser que continua en el otro, en el hijo, en los que vendrán, debe agradecer a es otro, al hombre efímero, con tiempo más acotado, más temporal.
Es decir que agradecemos al agua porque es una parte nuestra, es río, es mar, es sangre, pero también es nube, es líquido raquidio, es desde donde brota la idea, es desde donde brota el rayo que es luz, que es fuego, que es demostración de que el fuego está presente, que es vida que se consume también.
El hombre, la persona, como nube, como esas nubes bajas que son niebla, como eso cúmulos verticales desde donde brotara el granizo, esas nubes cargada de millones de toneladas de agua que se elevan, que tratan de elevarse lo mas alto posible, como mensajeras de algo que se quiere ir; pero hay que vencer la mano extendida de la madre tierra, de esa gravedad que detiene y las hace caer, volver a su vientre. La tierra quiere fecundación permanente, si se va el agua, tal vez la tierra muere también, será otro astro errante, frío y sin vida.
La vida para ella es el agua y ¿para nosotros? Es el agua, la tierra, el aire, el sol, la luna, es decir todo lo que nos rodea, somos porque todo lo que nos rodea lo hace posible.
Es decir somos un resultado de las cosas, de los fenómenos que nos rodean y que nos tienen como en un vientre materno; para que soñemos, para busquemos seguir; porque somos parte de esa flecha lanzada al vacío, que es el universo.
Una flecha lanzada sobre el oscuro manto que nos rodea, es a esa serena oscuridad y ese apacible silencio, a donde vamos y volvemos, como el día y la noche, como la vida y la muerte; como cuando se abre una rosa, se marchita, se va; pero, pero en algún lugar debe volver a aparecer.

Karigüe

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Gracias. Karigüe

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