El ameno lenguaje que se emplea, que se dice, por lo general, en un grupo de amigos, de familiares, en donde está clara la buena intención. La intención de decirse cosas, cosas agradables, de contarse cosas que les pasaron, cosas que les gusta, que les gustaría, de una manera clara y sencilla.
Lo ameno, la conversación amena es tan agradable que sólo está, para pasarla bien, para pasar esos momentos de encuentro, lo más agradablemente posible.
Que se miente, que muchas veces se dicen cosas no tan reales, no como suceden en realidad; bueno pero eso pasa en todas las conversaciones. Las cosas que se quieren decir, no se las presentan desnudas, se las visten, se la revisten con detalles, y he ahí, la habilidad, la del don de la conversación, de hacerla amena, de ponerle buenos condimentos; entonces aparecen los buenos conversadores, aquellos que da más gusto escucharlo que a los demás.
En esos momentos lo más agradables son las cosas, los detalles sutilmente socarrones: los olvidos, los gustos exóticos, la poca atención que alguno les ponen a las cosas, que para otros es importante, las cosas que por distraídos, hacemos todos.
Hay un lenguaje, el de los afectos; es ese conjunto de palabras, esa forma de decirlas a las otras personas, que están en nuestra memoria afectiva, en nuestro corazón como se suele decir.
Es cierto que algunas personas, están en nuestra memoria afectiva. Cuando conversamos con una amigo o una persona que apreciamos, es como si entráramos en un jardín; y lo que tratamos, lo que conversamos fuera en parte ese jardín y en parte la otra persona. En realidad ese jardín es cultivado por ambos.
Cada persona es como si tuviera una pequeña parcela, cada persona que vive en nuestro corazón; y que ésta parcela fuera diferente para cada persona. Entonces cuando se conversa se está allí, rodeado de todo lo que fuimos capaces de cultivar y de cuidar y de regar; y lo más importante: plantar.
En este tipo de relaciones, si bien las palabras son importantes, pero en realidad son embajadoras de ese mundo rico, hermoso. En este caso es como si muchas veces no las necesitáramos, los afectos saltan por arriba de ellas, ellas en realidad son como canoas que nos llevan de una orilla a otra; muchas veces preferimos nadar, como es el caso de las caricias, de una mirada, de un abrazo, de un beso.
Pero sin embargo a ellas las usamos, las empleamos, porque parecería que ellas son la tercera pata de la mesa, en donde ponemos el banquete y lo compartimos.
Esas palabras delicadas, que se van diciendo, que van yendo de un lugar a otro, que se van diciendo, son las que crean la afectividad.
Somos como desiertos fértiles, con nutrientes, a los cuales llamamos sentimientos, sentimientos afectivos, de afecto; ellos son las semillas, las semillas que intercambiamos, unas semillas antiguas, originales, como si fueran una tercera presencia.
Digo originales, porque deben ser tan antiguas como nuestro propio conocimiento, entendimiento, son tan antiguas que sus antepasados deben haber sido el roce, el aliento, el cordón umbilical que unía y une aun, al grupo, a la especie.
Semilla que intercambiamos, semillas que tiene su propio origen y que sin ellas no podríamos formar el mundo afectivo, el corazón del mundo.
El mundo es un ser como es un gen, como un hombre, cuyo corazón, en cuyo corazón viven las palabras afectivas, como cosas virtuales de unión, que permiten, que crean los lazos, los más nítidos y fuertes lazos que unen a los hombres, siendo mundo.
Las podemos encontrar en un libro y ellas en realidad no pasan primero por nuestro entendimiento, sino saltan directamente a nuestro mundo afectivo, al mundo de nuestro corazón. Es tal la potencia, la fuerza que poseen, que muchas veces no tienen necesidad de decirse y se convierten en una especie de célula que funda vida en otra persona, por ejemplo en el lector.
Entra en este tipo de lenguaje, el lenguaje del amor entre un hombre y una mujer; pero a la vez de ser complejo es en realidad más simple. De todas maneras necesita un capitulo a parte.
Nos referimos ahora a los afectos entre amigos, entre vínculos parentescos, tan cercanos como son los hijos, lo padres, los hermanos, formando como órbitas, hasta llegar a los amigos lejanos.
En realidad este tipo de lenguaje, es un lenguaje que ha creado, que ha formado el mundo espiritual. Estos pequeños jardines afectivos son formadores del Eden, y el Eden es el mundo espiritual presente y real que existe y vive dentro de todo hombre, por distinto que sea a los demás.
Es la cuenca que sostiene, que mantiene al mundo espiritual; está formado también por algo tangible como es la sangre, es decir aquello que hemos heredado, aquello que por miles y miles de años se forma, se fue formando, dentro de nuestro corazón; y de él brotan, son expulsados, aquello que irriga nuestros sistemas, nuestro cuerpo, a nuestros seres cercanos, con los que queremos pasar nuestra existencia.
Este lenguaje es el que forma, crea los lazos afectivos y vuelven cada uno con sus alimentos o con lo que los otros nos envían o simplemente recoge lo que después tenemos que purificar. Podemos entonces hablar de un sistema afectivo como es el sistema circulatorio del cuerpo.
Bueno este tipo de lenguaje es la sangre del sistema afectivo del mundo, más aun lo más importante, porque ese su latir, parecería que llega desde lejos, tan lejos como es esa fuente desde donde el corazón toma, bebe su alimento. Es en esa misma fuente, en donde el mismo espíritu del hombre, sueña.
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Gracias. Karigüe
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