La arena de la playa, tan semejante a la del desierto. El viento la lleva, la trae, y ella todo mansa se deja suspender por garras invisibles que la hacen formar figuras, montañas móviles, ¡ciénagas tan semejante al agua!; y a donde el beduino cae, se sumerge, como en un pozo de agua.
Y de vez en cuando una isla, un oasis.
Algo diferente que se eleva de sí; como cuando dos amantes intercambian dones, sus presencias. El agua y la arena, dos nombres, dos elementos tan presentes. Uno puede tomar formas: ser lluvia, río, hielo, témpano; el otro, médano, roca, tormenta; los dos movidos por esa mano potente que es el viento; lazo, brazo.
Como si el viento fuera vida; un elemento nuevo, un elemento brotado de la naturaleza que los une, que los separa sólo para volverlos a unir con más fuerza.
Una tormenta de arena, tan semejante a un huracán. Dos remolinos de viento; uno sobre el mar, el otro sobre la tierra. ¡Cuánta vida, cuánta energía puesta de manifiesto! Como en el hombre es la ira, la cólera. Y después siempre la quietud. Mientras nosotros esperando respuestas de los dioses, cada vez más lejanos, más oscuros; y a la vez, en nosotros, cuanto deseo de descansar, cuanta necesidad de quietud.
Con las ideas nos vamos a descansar. No pensamos más, ni buscamos.
Decimos así es, la vida es así. Y no nos detenemos a verla, a observarla, a contemplarla, a disfrutarla. Así como decimos, no doy más, estoy cansado; solemos decir señor que se haga tu voluntad. ¡Cómo acortamos camino! No somos capaces de observar, de mantenernos en pie frente a la tormenta, frente al sol, caminar con la frente en alto y decir: yo soy como ustedes, tengo dentro de mí la tormenta, la calma, el cielo y el infierno. Mi sangre gira ya en círculos. Estoy tratando de acercarme hacia vosotros. Tengo, he construido y estoy construyendo herramientas, zancos con los cuales algún día estaremos tan cerca que podremos hablar, podremos compartir un reino, una comarca que no es de dioses, sino de aquellos que son capaces de desafiar las leyes de la naturaleza, del mundo. Mundo que es nuestra creación y la naturaleza es de lo que estamos hechos.
¡Cuantas cosas por hacer, por decir! Pero nos demoramos con las palabras, más aun, con el pensamiento; ya que ellos nos han encantado. Creemos que a través de ellos podemos saber de nosotros, podremos saber algo, solamente algo; nosotros somos más que palabra, más que pensamiento. Nuestro ser no es pensar, tal vez pensar es solo un tentáculo con el que hemos avanzado hasta ahora.
Este es el tiempo del tejido. De unir relaciones como lo hacen los poetas, los científicos, los artistas. Ni Van Gogh, ni Bach fueron pensadores; ellos fueron relacionadores. Ya el pensamiento nos ha dejado frente a las cosas, frente al ser de las cosas, a lo que son ellas; no solo apariencias, sino elementos constitutivos de un tejido muy especial, llamado mundo.
Mundo es la morada desde donde nos estamos elevando hacia las cosas más profundas, más elementales. Ya no tenemos como dioses al sol, ni a la luna, ni menos a las estrellas. Ellos son elementos constitutivos del universo como nosotros. Así también, ni nuestro yo, ni nuestra conciencia, ni menos nuestra alma, son divinas, llegadas de los cielos; todos brotaron del barro, y lo seguirán haciendo.
Y nuestro ser, nuestro bendito ser no es otra cosa que lo que vamos siendo; aquello que estamos haciendo brotar de nosotros, como sentimientos, deseos, necesidades, sueño, anhelos, afectos, ideas, pensamientos. Todo un conglomerado de cosas, de miembros, de tentáculos, como los del cuerpo. ¿Qué son nuestros brazos, nuestros ojos, nuestros oídos, sino tentáculos, con los cuales nos queremos relacionar con lo otro, con lo que está frente a nosotros?
Somos astros formando una constelación, un mundo, una humanidad. Una zona del universo es nuestra, es nuestra morada, desde donde nos erigimos. Decimos presente, no solo porque estamos sino porque somos hijos legítimos del universo, por que cumplimos su primera ley: nos expandimos dentro de un planeta que solo es vientre. Contamos con una herramienta tan efímera como real: la imaginación. Si inclusive podemos observar, contemplar con ella al universo. Contenerlo, aunque sea con nuestra mente, en nuestra mente como imagen.
Pero ahí no queda nuestro sueño. Ahora sabemos su edad, sabemos la cantidad aproximada de galaxias, de soles que tiene cada galaxia. Ahora preguntémonos, ¿Cómo podemos pensar que el universo se desarrolla en el vacío? Seria ingenuo pensar así. Nuestro universo se desarrolla, se expande, dentro de otro, y así aunque nuestra imaginación no llegue, nuestra razón nos dice que es imposible que exista el vacío. Siempre hay algo desde donde se erige algo.
¿Porqué entonces ahora no pensar en mundos y universos superpuestos, paralelos, englobados, interiores y exteriores? Tememos no pensar así porque sobrepasa nuestra capacidad de entendimiento con las cosas hasta ahora conocidas. Sucede algo similar a cuando no podíamos ver más allá de mil metros. Entonces tuvimos que inventar el telescopio. Ahora entonces, ya estamos escarbando en nuestra materia por medio de nuestras ciencias, los quartz, los genes, las sinapsis y tantos otros elementos que nos circundan, que nos sostienen.
Sin embargo, a una tormenta, a un tornado, los consideramos fenómenos; como si todo lo de afuera fuera de otro, fuera extraño, no fuera nuestro también. Solemos decir lo nuestro es lo que está dentro de nuestra piel. ¡Qué manera simple de ver, de sentir la vida! Algún día debemos comenzar a pensar que lo exterior también es nuestro; que una tormenta, un tornado, el agua, la arena, son parte de nosotros; son elementos que nos constituyen, nos forman.
Estamos comenzando a ver con nuestra mente, a ver lo que somos, lo que es nuestro medio ambiente. Estamos dándonos cuenta que nuestro vientre real es lo exterior, ya que de ahí hemos brotado, hemos nacido, para ser más claros.
Si te digo somos universos, somos el universo, tú saldrías espantado, corriendo, como cuando te rebalsa el mar, como cuando un Tsunami te sumerge en el desierto de tu ignorancia.
Estamos comenzando a tejer las cosas que nos rodean, pero no solo por la parte de adentro de la piel de nuestra alma, sino por afuera también.
Somos como una delgada capa invisible que vibra, que registra esa vibración y emite sonidos, pensamientos, ideas. Y con esas ideas formamos mundo.
El mundo es algo virtual. Una morada que sin ella el hombre desaparecería inexorablemente; así como los bosques sin las plantas, sin los árboles, serían otra cosa, no bosques.
Somos niños todavía. Niños que están aprendiendo a ver, a pensar, a relacionar lo que realmente somos. Estamos comenzando a tener conciencia, a conocer las cosas de las cuales estamos formados, a conocer al mundo exterior, es decir, al universo, encontrando en cada componente del mismo una parte, una pieza del rompecabezas que somos, que estamos tratando de unir, para ver.
Estamos como en el tiempo del carreteo. Hemos pensado, estamos pensado, pero a la vez ya hemos comenzado a tejer, a relacionar las cosas dispersas para formar el manto, la base, la plataforma desde donde saldremos a lo otro, a lo diferente, a aquello que nos de la plenitud, que seremos capaces de crear, de formar: El hombre espiritual.
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Gracias. Karigüe
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