Por lo general ello no es posible, ya que a medida que crecemos, evolucionamos, los temas aumentan, los asuntos nos retienen, nos dispersan.
Pero cuando el hombre se abre paso en la vida, como un río, es capaz de regar desiertos. Poco a poco estamos dejando de ser pequeños arroyos, algunos de nosotros se están convirtiendo en grandes ríos, de enorme caudal, como es el río Amazonas.
Ríos nos hemos vuelto, portentosos caudales de conocimiento, de información; la velocidad es uno de nuestros elementos. Podemos comunicarnos con China, hablar con Japón, estar es Europa en diez horas de vuelo.
Cada vez más cerca, cada vez más unidos, como si esa común unión ya sería una realidad, como si el lenguaje fuera la sangre y nosotros solo los órganos de esta nuestra humanidad, de este nuestro cuerpo grande, metáfora del que cada uno porta.
Los hombres modernos no nos detenemos, somos ya un poco más potentes que los desiertos, que nuestras ignorancias. Portamos, llevamos cantidades enormes de agua, de conocimientos, de información, de ideas, ya sea en nuestra mochila llamada inconsciente o en nuestra conciencia.
Las desidias que no son sino desiertos que nos retienen por un tiempo, ávidas de nuestra sangre, de nuestra energía. Están aquellos desiertos, aquellos vacíos, aquellos sumideros que nos llevan, que nos hacen desaparecer demasiado temprano.
Pero cuando nuestro caudal es enorme, cuando la energía acumulada en nuestra alma es tan grande que por más que los desiertos, las desidias, nos absorban algo, no por esto detienen nuestro camino. El único camino, el camino hacia el mar.
¿Qué queda de este círculo, de esta órbita: de ser nube, de ser río, de ser mar? Tal vez solo el golpeteo de las gotas de lluvia sobre el empedrado, de las calles de las ciudades, tal vez sólo eso.
Sin embargo ese sólo sonido, ese sólo golpeteo despierta la música en nosotros. Si dudas de ellos ponte a escuchar cuando la lluvia cae, siente su brisa, siente como después las plantas enverdecen, crecen los árboles, las flores, los frutos, la vida y porque no tú también..
Tu brotaste, tú estas brotando, aunque solo quieras escuchar el sonido o sentir la brisa fresca.
Tú eres, tu voz es, el repiqueteo del agua de esas portentosas olas, de esas tormentas, ciclones, tornados; que el agua, que el agua de la lluvia hace, produce en tu rostro, en tu vientre, en tu ser.
El agua primero se transformó en savia, luego en sangre, luego en voz, en idea, en pensamientos. Escucha al mar, al río, a la lluvia y te escucharas.
Escuchaste cuando caía el agua en una quebrada, en un valle, desde lo alto. Es el salto, es el grito, la desmesura; sin embargo escucha cuando el agua de un riachuelo pasa, atraviesa un pedregal; ese murmullo, como no queriendo despertar, como no queriendo perturbar al valle, a lo que habita la quebrada, como respetando el silencio, el silencio sagrado que conserva la piedra, la roca, la arena, el desierto, e inclusive el cielo.
Solo el error, solo el salto. El salto desmesurado de la catarata es lo que es rugido, como la de la fiera, como si algo, como si el agua quisiera hablar; pero solo emite rugidos y brama como perro con rabia, emitiendo espuma.
Las olas también son así; golpean sobre las rocas, o tratan de despertar a la dormida playa, a la quieta, a aquella formada, creada, por diminutas rocas, piedras; pero solo logran dormirse entre sus brazos, adormitarse, y porque no retroceder también.
Es la distancia, es la distancia del tiempo, de la antigüedad del tiempo, la que hace la diferencia, la que da el vientre, la morada, para que lo nuevo ruja, para que lo nuevo sea.
¡Es tan antigua la tierra! El agua también lo será, pero no dentro del vientre de la tierra. Ella hace solo muy poco tiempo que ha llegado, ha arribado.
Más aún, ha quedado atrapada por esa garra invisible que tiene la tierra, pero solo invisible para nosotros, aunque nadie duda de su portentosa fuerza. De la gravedad estamos hablando, de la fuerza de la gravedad.
El agua joven gruñe primero, como un animal libre, y salvaje por ser demasiado libre. La morada del agua es todo el espacio del universo y tal vez de todos los universos también. Ella como sangre transita, fluye, llevado cosas, llevando tal vez aquello que conocemos como vida, a aquello que somos también.
¡Pero hay bendita agua! ¿Cómo llegaste? Fue el destino o fue la vida, una vida más completa la que te inyectó en el vientre de la Madre Tierra y la fecundaste. Fecundaste a este óvulo incandescente.
Somos tus hijos aunque quieras abandonarnos. Dejas este error, para continuar tu huida, tu órbita ciega.
Pero es en el mar en donde rompes el silencio sagrado, aquel silencio en el cual habitaba la Pacha Mama
Siento tu grito en el mar, tus alaridos en el cielo. Tu ira se escucha a lo lejos, arrastras cuanto a tu paso se impone. Llevas hombres, casas, cuando como una garra, extiendes tus brazos frágiles y repentinos.
Y hasta en luz y fuego se convierte tu angustia, tu prisión; no puedes frente a ella y solo te conviertes en esas lenguas de fuego, con las que quemas los bosques, las ciudades. ¿No es la guerra también uno de tus brazos invisibles, extendidos, con el que nos consumes? Del tornado ¿No aprendimos a contener, y luego madurar, soltar a la ira, siendo odio?.
Así, luego de ver, de contemplar, por algunos instantes tu lucha, tu portentosa lucha, he logrado escuchar tus alaridos, tus gritos y solo he podido repetir. El animal de ti aprendió el ruido y yo de él heredé el alarido, para que después de mucho tiempo le diera forma, lo puliera, lo convirtiera en palabras, en la palabra.
Mucho después aproveché esta forma de llegar al otro y puse dentro de ella los nombres, los números, las sílabas, las consonantes, las frases, las oraciones y tantas otras cosas que ya ahora he olvidado. Solo repito, solo digo, que eso que hablo es mío.Aún siendo así, aún pensando así, todavía la sangre, lo poco de ti que quedó atrapado en mi, bulle, brama, siendo espíritu.
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