Por Rubén Fernández Rienzi
Habían pasado más de cinco años, parecían muchísimos.
No se había atrevido, alguna vez lo pensó. Pero había sido su lugar, merecía respeto o simplemente le tenia temor.
Una noche estiró una mano, otra durmió casi con media pierna en la otra mitad. Alguna mañana se sentó del otro lado para ponerse las medias, pero incómodo, rápido, se levantó y fue a su lugar a ponerse los zapatos.
A veces apoyaba un libro o una parte del diario pero siempre en falta, como pidiendo permiso, en realidad disculpas, por invadir lo que no le pertenecía.
Esa noche, no estaba bien, no comió ni tomo nada, la radio quedó en silencio. El libro estuvo en la misma página más de una hora. Apagó la luz y pretendió dormir, pensó, en realidad repaso su vida, hasta llegar al entierro.
De ahí no paso, estaba raro, algo extraño pasaba.
Se decidió y fue al otro lado, se acomodo y cerro los ojos sobre la otra almohada, durmió, soñó que soñaba, pero no era su sueño, nada resultaba conocido, nunca había jugado con muñecas, ni llorado al ver un sapo. Abrió los ojos y se dio vuelta, él no sabia dibujar, ni saltar la soga. Por qué lloraba cuando murió el gato, si él no lloró, ni le importaba, es más le tenía celos.
Vio la mano de Julia, su mano, en el bolsillo del saco de su marido, qué era su saco. El pequeño pañuelo con el otro perfume.
No podía contener las lagrimas, se despertó llorando. Hundió la nariz en la almohada y siguió soñando, nunca se despertó.
Hacía más de cinco años que Julia, tampoco despertó, en ese mismo lugar.
Justo esa noche había descubierto el otro perfume.
Estas líneas fueron enviadas por Rubén Fernández Rienzi a quien agradecemos por su aporte. Si usted escribe y quiere compartir su material, puede enviárnoslo a info@karigue.com.ar y lo publicaremos en la sección “Amigos”.
1 comentario:
MUY BUENO!, DEBERIAS PUBLICAR MAS Y COMPARTIRLOS.
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