LO MISMO
Las capas, las benditas capas, existen son reales; pero eso sí, difíciles de ver, de ser entendidas.
Uno cree saber, cree conocer, darse cuenta de que una cosa es así, de que tiene una determinada forma, un determinado comportamiento; pero después la realidad nos demuestra lo contrario. No solo cambian las cosas sino que nosotros también cambiamos.
En el fondo es como si nosotros no quisiéramos cambiar. A través del tiempo queremos una cierta armonía, constante, una cierta quietud; situaciones sin cambios; pero no sé por qué bendita razón, por que ley de la naturaleza, las cosas son así, cambian, no son las mismas, nosotros tampoco.
Nuestro organismo, el medio ambiente, el mundo, el universo, son así también, nada permanece quieto, todo tiene que cambiar.
Hay, debe haber, alguna parte nuestra, desconocida para muchos de nosotros que no cambia, que permanece, por lo menos por un tiempo más, tal como es, a través del tiempo, a través de los cambios, de el cambio de las circunstancias.
Yo soy yo, siento que soy, siento que existo; que estoy aquí frente a mis circunstancias, frente a las circunstancias, frente a las cosas. Veo al mundo, al universo, a los otros, a las cosas, a lo que está sucediendo dentro de mí; aun con las ideas, los pensamientos; puedo verlos, y a algunos hasta los entiendo, los digiero y me dejan un sabor, un alimento, que por un tiempo calman a mi espíritu.
Pero yo soy el que mira, el que registra, el que siente, soy afectado por lo que sucede; pierdo cosas, gano cosas, se desprenden de mi afectos, palabras, gestos, caricias, quiero dar y recibo, amo, tengo bronca, envidia, amor, amistad, cariño, miedo, rencor, temor, angustia, alegrías, sufro por lo que me pasa y por lo que pudiera pasarme; pero tengo, siento, placer, ese alivio temporal, que algunas veces deja algo y otras nada, otras solo el amargo sabor del tiempo perdido.
Sin embargo ese soy yo. Ese hombre que en este momento escribe, dice cosas sobre si, tratando de conocerse, de saber no quien es el sino cómo es él.
¿Quién es él? ¿Quien soy yo? Es una palabra, una pregunta que no tiene sentido de ser hecha, de plantearse, ya que nunca va a ser contestada, nunca va a ser una respuesta, porque ella en si es la respuesta.
Hay preguntas que son respuestas, como respuestas que son preguntas. Todo interrogación, es como enviar un satélite afuera de nosotros, no solo para que pueda ver mejor, desde más cerca de las cosas que están afuera de nosotros, sino para desde allí vernos, como si fuera una Luna, algo que desde allí nos observe, pero con nuestros propios ojos.
Somos, soy, un ser que se abre, como se abre una rosa, para luego ser marchitada por ese implacable e inaudible mounstro que es el tiempo. El nos cría y el nos devora, bajo su yugo estamos, no hemos logrado todavía nuestra libertad, estamos como una planta que depende directamente de la tierra, por medio de ese cordón umbilical que son las raíces.
Todavía ni eso podemos hacer, no podemos darnos cuanta de esa dependencia a la cual estamos sometidos.
Las religiones hasta ahora, esa perdida de libertad se la han donado a los dioses. Unos dioses inventados, los cuales, frente a los cuales, Prometeo no pudo, ni menos los otros grandes semi dioses que lo siguieron, por lo menos es ése el más grande los atrevimientos, romper primero con el temor, luego romper las cadenas con las cuales nos han atado por miles de años, sacerdotes representantes de la más grande y la peor fantasía que hasta ahora ha vivido el mono que piensa.
Teníamos que ser domesticados, teníamos que aceptar al otro. Cada uno un astro de una galaxia que se va aglutinado a través del tiempo, para enfrentarlo, para luchar, y dejar de ser ovejas, ganado, que pastorea en ese campo llamado naturaleza, ese manto en donde no sólo dejan de llagarse nuestro pies de tanto caminar errando, errados, sino que de ese paño nos alimentamos, para estar mejor, para ser y para hacer el disfrute de algo que está allí y que hasta ahora nos tiene encadenados.
Frente al mundo, frente a los demás, atados como Prometeo, sobre ese peñasco, sobre el que las olas del mar chocan, se abaten, haciendo brotar esa espuma, esa niebla que no nos deja ver, mirar, ni lo que está enfrente de nosotros, ni la imagen que la claridad del aire nos devuelva.
Estamos ciegos, parapetados, inmóviles, porque las cadenas ya no están, sin embargo hemos tenido que crearlas nuevamente a imagen y semejanza de las otras, de aquellas que nos hicieron brotar la sangre con las que escribimos las sagradas escrituras.
Ahora que estamos convirtiéndonos en astros, ahora que la libertad toca a nuestras puertas, ya no nos acordamos de ella, ya la hemos olvidado, como aquel que por muchos años estuvo entumido, agarrotado a esa roca que el temor al otro, que el temor al otro, infundido dentro de nuestro ser, de lo que hasta ahora hemos logrado ser.
Caminaremos en silencio, el es nuestro aliado, comenzaremos a pensar nuevamente, no podemos continuar con ese tejido de araña, aquel que nos ha formado, aquel que hemos creado, ese claro en el bosque, esa placita alrededor del cual formamos el pueblo, ese fuego, esa fogata alrededor de la cual nos sentamos, no solo para calentarnos por el frío de la noche, sino para mirar al otro a través del fuego, del calor y la luz que infunde el fuego.
Ya que eso somos y seguiremos siendo: un fuego, alrededor del cual se formó, se está formando lo que somos, ese fuego es aquello que nos infunde animo, animo para crear a nuestros dioses y espantarlos, con esa lenguas de fuego, esa lenguas que van mas allá del fogón, cuyas brasas, cuyas cenizas, llegan más lejos viajando, siendo llevadas por el viento, por esa masa de aire, por esa alma de la tierra que se nueve al compás de su rotación, por esa alma que silba en los pajonales como instándonos a hablar, a decir, a que esa lenguas de fuego, a que esa brasas sean otras.
Puedan brotar en otras tierras, en desiertos, en montañas, en bosques, y vuelvan a ser otras, otras semillas, algo de lo que mismo vuelve a crecer, por doquier, a los que reconocemos, a los que aceptamos, como nuestro, como si nosotros fuéramos ellos, como ellos fueran los que vencieron al tiempo. El pensó, creyó, que nos había consumido, que nos había devorado por completo ó será que el sigue, o será que el es el que nos volvió a plantar, será que nunca podremos verlo, porque cuando nosotros pensamos en él, él ya se fue, se fue con la pregunta, y volvió con la respuesta, como cuando se eleva el agua y vuelva a caer, siendo la misma.
PRÓXIMO CAPÍTULO: lunes 22 de Abril
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Gracias. Karigüe
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