EL CUERPO MUDO
Los días pasan, los años, la vida se va yendo, se va retrayéndose sobre sí misma.
Cuando he escuchado que la vida se va, que la vida nos deja, nos abandona, nos lleva, nos saca; he sentido la sensación de que ella es algo que no es nuestro o si es nuestro, o si compartimos el tiempo, un determinado tiempo, es por que ella nos necesita.
“Somos transmisores de vida” decía D.H. Laurenci. Ella pasa por nosotros, por nuestro cuerpo, nuestra sangre, nuestras venas, nuestra alma. Mientras estamos vivos somos ella, una parte, un tentáculo, un miembro, una ramificación; y cuando no estamos no somos ella; hemos dejado de ser, de existir.
Pero mientras estamos vivos, mientras somos vida; somos, tal vez, aquel ser que ve, que la ve con más claridad que los otros, que sus otras partes. Y la seguimos, seguimos sus rastros, sus huellas; tratando de saber más de ella, de describirla, de entenderla, de saber cómo es, qué es, qué sentido tiene, hacia donde va, hacia adonde quiere ir, quiere crecer.
Es entonces el yo, la conciencia, nuestro refugio. Somos aquel ser que en lugar de hacer crecer alas a su cuerpo, o garras, etc.; está creando un tentáculo que comparte con la vida. Ese nuevo tentáculo es el lenguaje.
Con él nombramos, ordenamos, creamos una forma en la cual cada cosa, cada idea, cada ser, es atrapado, en enjaulado, en un nombre: piedra, águila, mariposa, alma, etc... Con las palabras hemos acortado distancias, cada cosa aunque no esté presente, no esté aquí, en este momento; pero basta que la nombre, que diga su nombre, para que ella este aquí presente, en mi memoria, en un diálogo, en un pensamiento, en una página. Por ejemplo mariposa.
No solo las hemos atrapado sino que hemos formado rebaños, manadas de cosas, de seres, como por ejemplo cuando nombramos mamíferos, aves, vehículos, amor, miedos.
Es como si ahora el mundo estuviera ahí, sea algo ahí, al alcance de nuestras manos, de nuestras palabras. Pero no en si es el mundo real, sino el interpretado, una interpretación; más aún deberíamos decir una representación de él.
Lo que hablamos con los demás es sobre nuestros mundos interpretados. La precisión, la precisión artística que hagamos de ellos, será el resultado de la calidad de vida que podamos alcanzar, lograr, vivir.
La vida cuando no está más en nosotros, está dentro de nosotros, se retrae. Es como si el nacimiento fuera un big-bang, que llega a elevarse de sí, sobre sí, como un istmo, como una ola; para luego volver a ser mar. Un intento, un brumo de sangre y barro que el espíritu, evaporación pura, lo eleva, para luego volver sobre sí mismo y retraerse, al punto, al inicio, a eso de lo cual brotamos. Casi como si ello, fuera un suspiro.
Nuestro yo, nuestra conciencia, es algo limitado. Mejor, deberíamos decir que es un sentido, un tentáculo, un miembro como los demás, como es la vista, el oído, el olfato. Ahora es el pensamiento y con él hemos logrado crear, imaginar, construir, un mundo virtual, un mundo que siendo universo, es más vida, es más imaginado. El mundo es una representación a través de imágenes envasadas, encapsuladas, en palabras.
Una metáfora es solo una sinapsis de las imagines. Enlaces de imágenes; relacionándolas, entrelazándolas, para luego, así atravesarlas, envasarlas, dentro de una palabra. Es casi como cuando envasamos agua o vino, o simplemente un libro.
Este sentido del alma, que todavía no lo hemos estudiado detenidamente, profesionalmente, debido a que no lo hemos considerado un sentido, sino aquello que ha llagado del mas allá. También vemos como Esiodo, quién nos decía que la vida a brotado del barro; pero apareció Tales con que todo provenía del agua, luego Heracclito del fuego, hasta que Parménides nos lanzo a ese oscuro silencio que es el ser, dijo todo proviene del ser, nos envió tan lejos, que todavía estamos tratando de volver.
Ahora Holan dice, nos habla, sobre esa huella, ese rastro que va adelante de nosotros. Ello no es otro que la poesía. Aquello que nos dice, que nos quiere decir, todo lo que hemos llegado a ser, y sin embargo, solo podemos ver, mirar, ya sea con los ojos del cuerpo físico, del alma o del espíritu, insuficientes como para poder ver la grandeza de lo que es vida, de lo que es vida en nosotros. De aquel cuerpo mudo que no puede hablar, que solo tiene un pájaro que gorgorea sonidos, parlotea, dentro del templo que es él.
Templo construido por millones de seres, de células, de genes, que han luchado, que están luchando, desde hace millones de años, por estar aquí, por estar presente aquí. Sostenedores de vida son; montaña de huesos destilados, desde donde brota la palabra poética.
Palabras que seguirán siendo nombradas como por primera vez, como si ellas misma se sumergiesen como las sirenas de Mallarme, delante de la proa, adelante del paso que estamos dando, de aquello ni pensado ni sentido. Nuestro mundo visible, aquel que aun tratamos de ver es insuficiente, es incapaz de nombrar a esa fuerza, a esa fuerza resultante que nos hace avanzar, a eso que nosotros hemos llamado espíritu. Pira que se quema; leña, fuego.
Pero esa fuerza resultante es tan mecánica como si fuera un rueda, no tiene nada de celestial, aún lo celeste lo hemos inventado. Esa fuerza es la resultante de todas las partes que nos componen, y de la cual nuestro yo, nuestra conciencia se queda asombrada, cuando brota adelante nuestro, porque en si ella es más potente que nuestro ser. Es una fuerza oscura que se dice así misma a través de la palabra poética; que el poeta, nombra, dice, escribe, y muchas veces calla.
El poeta solo como sacerdote de ese templo que es nuestro cuerpo; nuestro cuerpo aún mudo. El leguaje solo como un intento, como cuando un ciego toca con la punta de su bastón a las cosas y luego a través de ello, de lo que siente, se guía, vive; y más aún: habla.
PRÓXIMO CAPÍTULO: lunes 3 de Diciembre
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Gracias. Karigüe
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