lunes, 12 de noviembre de 2012

Libro "Z" – Capítulo 10


Z
Es verdad que el mundo exterior tiene sus leyes, sus relaciones de fuerzas, sus adaptaciones, etc.; el mundo interior también. Pero lo interesante que no son muy diferentes, ni las relaciones, ni las intensidades; más aún hay una complementación.
Es decir que el mundo exterior e interior tal como los estamos concibiendo, se complementan y son partes de otras relaciones, de fuerzas; más potentes, más grandes, más intensas, más superiores.
Vemos, estudiamos en forma directa y cada vez con mayor precisión a los fenómenos que nos rodean. La física, la química, la biología, etc., nos están dando datos, información, muestras, de que este nuestro mundo, de que en este nuestro mundo, hay una armonía tan clara de ver, que cada vez, en forma directa y a través del arte estamos disfrutándola, estamos sintiendo un placer, un gusto de estar entre ellas, de que ellas intervengan de forma directa e indirecta en nuestra vida, en nuestra existencia diaria.
Pero este nuestro mundo interior, nuestra alma, nuestro espíritu, nuestro ser están en constante y profunda formación, transformación, tienen sus leyes, sus relaciones, semejantes a las leyes físicas, químicas biológicas etc.
Lo que sucede, lo que nos sucede, es que este mundo interior es nuestro, no lo compartimos con los otros, es de una manera u otra nuestra responsabilidad, casi total. Casi total porque aparentemente creemos que es nuestro, de nadie más, somos el jardinero del mismo, su constructor, su amo por así decir.
He aquí que una parte de nuestro ser, puede ser el yo, la conciencia, se siente amo y señor de este mundo interior. Su amo y señor de todo cuanto brota, de todo cuanto encontramos. Si es un tesoro, es nuestro; si es una idea, un sentimiento, un pensamiento, es nuestro; si queremos o decidimos no decirlo a nadie, a nadie se lo decimos.
Se ha llegado a decir, por ejemplo que “Toda virtud que se ostenta, es falsa”. Pareciera que la globalización, aquello que nos está haciendo ser parte de una constelación llamada humanidad, mundo, es a la vez causa, acción, que produce una reacción; una introducción del ser sobre sí mismo, dentro de sí mismo, con una fuerza e intensidad semejante, equivalente.
Es decir que nosotros, nuestro yo, nuestra conciencia; como personas, como conciencia, como mundo, vemos crecer, erigirse un mundo cada vez más nuestro, cada más intenso, más potente, más poblado, más vivo, más real.
Esta piel que vibra, esta piel del alma, desde donde podemos contemplar a los dos mundos; vivirlos, sentirlos, amarlos, gozarlos, se erige como un istmo, como algo que se eleva de sí. Cómo si dos olas se encontrasen, como si estas dos olas nos elevaran, a un lugar cada vez más alto.
Como si se estuviera formando un eje Z. Algo creado, formando, compuestos, de y por estos dos mundos, para formar un tercero. Un eje, un mundo, desde donde contemplarnos, desde observamos, desde donde vemos, no ya como aquello que ve nuestro sueño cuando soñamos, sino como aquello, como aquel, que ve su vuelo despierto, presente, en el ahora, ya sea el ahora un sueño, o simplemente un ver y observar, lo que estamos siendo, dentro de un universo cada vez más nuestro. Cada vez más dueños de él, aunque suene a ridículo, aunque sea solo un milímetro lo que tomamos del universo, pero es así, el hombre, el mono que piensa, así como se está adueñándose de la tierra, ahora se está adueñándose del universo también.
El corazón y el espíritu, son relativamente nuevos, para la vida, para el mundo. Mejor aún ellos son los formadores del mundo, de ese mundo real formado, creado como morada, como casa, como choza, del hombre; de ese mono que está pensando, de esa especie viva, que trata de lograr el dominio, que se implanta como un condado, como una comarca y en donde, a la vez, se erige rey.
Su reino es la humanidad, en donde hay capas, niveles de intereses. Primero está la especie, luego las razas de esa especie, y así sucesivamente hasta llegar al hombre individual, al talento.
Y desde allí, desde esa tormenta encapsulada llamada idea, se forma, se imagina, se crea, otro mundo. El mundo del espíritu, en donde el combustible, la leña, es el propio corazón: los sentimientos almacenados, guardados en el alma desde hace mucho tiempo, muchos años, siglos milenios y porque no millones de años.
Es así, hoy vemos como el espíritu se eleva en raudo vuelo, se despega del nido, que es el corazón del hombre. Un ave cuyo vuelo se pierde en lo infinito, en lo eterno.
Es él, el que ha creado la palabra, la lengua, es el mismo que se ha sumergido en ella, y esta fecundándola. Está nombrando con ella a las cosas, a los objetos, infundiéndoles nueva vida, una vida nueva, una vida espiritual.
Somos hijos de la naturaleza, del universo, pero somos padres, creadores, de un mundo nuevo, un mundo espiritual, un mundo acorde a nuestra experiencia, a lo vivido. A los recuerdos, desde donde hemos destilado lo vivido, en ello construimos ese mundo en el cual tanto el hombre occidental como oriental, hoy se unen.
Un mundo de plenitud temporal, temporal del ahora, del escalón logrado, alcanzado. Esa ola erigida, alcanzada, como su suelo, como un artificio imaginado que el tiempo ha solidificado.
Un nuevo mundo del que brota, no ya sólo espíritu, ni alma, ni menos corazón. Es algo que se sustenta así mismo, a través del lenguaje, de las ideas, de los sueños, de los deseos, de las pasiones, de los pensamientos; cómo si todos ellos fueren elementos, elementos como lo son los que componen a la tierra, al universo.
Elementos nuevos, de una nueva naturaleza, para la cual todavía no tememos ni sentidos, ni ojos para poder ver. Solo presentimos, ni siquiera sentimos que este mundo nuevo late dentro de nosotros, se sumerge dándonos presentimientos y se emerge como una mano que crea, que forma, lo nuevo, un mundo. En donde lo presentido levanta su vuelo siendo poesía, siendo amor, siendo miedo, un nuevo miedo, en donde la muerte es solo un volver al silencio, es un llamado al silencio, un volver hacía sí mismo, un arrobarse en si, un replegarse dentro de ese silencio en donde el universo, la vida, el mundo, el hombre, son sólo la luz de un luciérnaga.
Una luz que además de iluminar, ve. Y no solamente ve, se describe, escribe su paso, su recorrido, su elevación de sí mismo. Una punta de lanza que penetra en el tiempo, en el vacío, fortaleciéndose, formándose, y cuya estela que deja a su paso es el mundo, el mundo del espíritu, un mundo espiritual, cuya luz es conocimiento y cuyo calor es el amor.
Karigüe

PRÓXIMO CAPÍTULO: lunes 19 de Noviembre

Si ha leído este capítulo, me gustaría escuchar sus comentarios, enviando un mail a pensamientos@karigue.com.ar.
Gracias. Karigüe

No hay comentarios: