lunes, 11 de julio de 2011

Libro “El Corazón" – Capítulo 5

LO DESPRENDIDO

Cómo es posible que parte del mundo, parte del universo, la vida y sus manifestaciones, etc., etc., puedan entrar en nuestro corazón; es tan grande nuestro corazón, tan inmenso, que la memoria es como algo que está sentado en un rincón; y, que de vez en cuando, no siempre, es llamado como se llama a un sirviente; si, si la memoria, la bendita memoria, es algo que solo sirve; aunque sabes que allí, en ella se ha depositado tu historia, la del hombre, la de la vida, la del universo, y la del cosmos.
Recuerdos, solo recuerdos, que sirven, que son útiles, como un auxiliar a quién se consulta o a quién se recurre para ahorrarnos errores, para en otras palabras tener precisión.
Como es posible que allí, en nuestro corazón estén los pensamientos, como vasallos, como quién guía solamente, guía a los sentimientos, a las percepciones, a las presunciones; los guía como si él fuera la luz de una linterna, una luz móvil, que acompaña en los laberintos, en las galerías que tiene la vida; deberíamos decir túneles, por que brotan como de la nada y son tan ramificados, tan complejos, que muchas veces nos perdemos en ellos.
Pero el corazón es algo más que hacer metáforas y así saltar como un canguro, evitándose maleza, obstáculos, dificultades. El corazón es creador de imágenes, de palabras.
Es un poro, una agujero negro, cosa que va allí desaparece; y de él brota otra vida, una vida más pura, más destilada que la porque estamos.
Las cosas en el corazón tienen que tener órbitas, la suficiente fuerza como para resistir no ser devoradas por el; se forman entonces constelaciones, de lo que está, de lo que existe, con aquello que somos.
A veces, solo a veces, el corazón se confunde con el espíritu, pero son diferentes, el espíritu es una fuerza como el de la voluntad; como la fuerza de gravedad de la tierra, pero no es la tierra. El espíritu es la fuerza por la cual nos mantenemos cuerdos; es además una fuerza creadora, porque tiene que crear, como eso que es adrenalina; como si fuera eso una amalgama, que nos mantiene unidos, compactos dentro de lo que podemos ser compactos.
Crea belleza, hasta placer, goce; es decir cosas gratificantes, como para hacer nuestra vida placenteramente pasajera, como para que no nos demos cuenta demasiado de nuestra realidad.
Inclusive el alma, aunque ella es una atmósfera en la que habita el corazón, en la que el corazón respira; la hemos creados, más aún la hemos fabricado, construido, como el pájaro construye el nido, una obra maestra; así es el alma, una obra maestra del espíritu hecho hombre.
Pero el corazón es otra cosa, es algo aséptico, no juega ni convive con melodramas, con la tristeza o con la alegría, menos con la felicidad, el éxito o el fracaso.
Es algo que está más frío que un polo, más sólido que esa masa alrededor de la cual el cuerpo de la tierra gira, se mueve, más aún ella es vida por ese centro, consigue su equilibrio y más aún ella misma se ha construido alrededor de ese centro para que ese centro sea.
¿No es así el hombre? ¿El hombre se esta construyendo alrededor de ese centro, para que ese centro este, para que ese centro permanezca; así pasamos de generación en generación, como escamas de piel que se desprenden?
¿Es solo una imagen profunda, como un oasis, desde donde brota vida, ideas, pensamientos, sentimientos, etc., para que luego se diluyan, se desvanezcan y se pierdan como esos fuegos artificiales, en la oscuridad?
Pero ¿quién lo observa, quién lo trata de ver, de saber algo de él?
¿No es el mismo corazón que se trata de ver, a través de reflejos en lo que se está convirtiendo, en lo que está siendo?
Cosmos como una imagen reflejada en el vacío, en el etéreo y eterno vacío, que está allí, que permanece allí sin hablar, sin decir nada, solo está como un telón de fondo para que allí nos representemos.
Es como si mi corazón, el corazón fuera un átomo de ese vacío eternamente permanente.
Sórdido es el camino hacia el corazón; allí en donde buscamos consuelo; como si no dejáramos de buscar templos en donde descansar, en donde protegernos de la intemperie del absoluto silencio y de una oscuridad que aterra.
Pero he ahí que de vez en cuando se desprende una pequeña escama, un pequeño pedazo de mármol de ese acantilado en donde el mar habla; más aún le sacamos de tanto machacar, de tanto insistir, de tanto clamar. ¿Qué otra cosa hemos hecho hasta ahora que no es calmar, que no es quejarnos de nuestra realidad, de nuestro destino?
Con es pedazo arrancado haremos la nueva morada, lo volveremos maleable con nuestro sudor y nuestras lágrimas, haremos de el como un nido, nuestro nido, nuestra concha y ahí entraremos; por ahora no podemos hacer más, ya hemos hecho mucho.

Karigüe

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Gracias. Karigüe

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