Somos finitos, tenemos un tiempo de vida acotado; la inmortalidad para nosotros no solamente es un sueño quimero, sino una irrealidad.
Pero ¿por qué no nos gusta ésta finitud? Tal vez porque nos gusta ésta vida, sino en realidad, por qué queremos más vida, más tiempo de vida, tiempo de existencia.
Ó simplemente por inquietud, por saber que hay más adelante, por conocer más, por saber más de lo nuestro. Un hombre que tiene la inclinación de pensar, de hurgar en su ignorancia por ir sabiendo mas, para ir clarificando las cosas de ésta nuestra existencia; pero él sabe que tiene un limite, no en si de saber, no de su conocimiento, sino del tiempo de vida, que él sabe que tiene.
Mirándolo de lejos es puro huevo, pura inquietud; un aventurero debe ser el hombre, un atrevido, no mira las consecuencias ó será que el conocimiento es un placer, que aunque es limitado en sí además acotado por el tiempo de existencia, aún así resulta, le resulta al hombre interesante y placentero.
Podríamos ser más simples y dedicarnos a la contemplación, a disfrutar las cosas como son, como están dadas; seria como estar suspendido sobre una balsa de totora, haciendo plancha, dejándose llevar por las olas, por las mareas, por los vientos.
Pero sin embargo el hombre a construido barcos, trasatlánticos, acorazados etc., y ahora disfruta de sus viajes, de las comodidades que ha sido capaz de crear, de fabricar; así lo ha hecho en todos los campos con los que comparte su existencia.
¿Qué es entonces eso? Un espíritu, algo que dentro de nosotros nos lleva a hacer cosas, a construir, a crear, a formar; pero lo interesante es que un hombre que tiene hijos, es más comprensible en él, que obra para sus descendientes; pero se ha visto muchos ejemplos, como el caso de Beethoven, que no los tuvo, pero sin embargo siguió construyendo, siguió obrando; podemos decir que fue por el placer de obrar, porque tenia dentro de él no solo la capacidad, el talento, sino la necesidad de, por ejemplo, transportar los sonidos del bosque a los de un instrumento ó varios instrumentos musicales.
Se suele decir que la tierra tiene al hombre, lo ha creado y lo mantiene, como para que haga de ella algo virtual, algo invisible, algo que se pueda transportar, llevar de un lugar a otro.
¿No será así, en todos los campos de nuestra existencia? Pero más aún ¿Eso que ha creado a la tierra, al universo, que hasta podemos decir, eso que salió, que brotó, del big bang, no estará haciendo eso, no seguirá expandiéndose, explayándose; y, ahora en nosotros, en los hombres, se está transformando en arte, en algo no tanto físico, aunque no debe de dejar de ser físico, sino más sutil, más virtual, más bello?
Podría ser que si, pero indudablemente para alguien debe ser bello, alguien tiene que decir esto, es bello o no lo es.
Es decir que estamos frente a dos cosas, dos seres tal vez, uno el que crea y el otro el que observa, un yo y un tu: naturaleza y espíritu, alma y cuerpo; casi como dos manos para atrapar ha algo. ¿Qué es entonces eso tercero, eso que queremos atrapar, lograr saber, conocer; tal vez es el creador de los dos, el formador, el que tal vez los ha expulsado? Pero por otra parte, por qué solamente echó al hombre del paraíso, a quién entonces más echó, tal vez a la vida.
Pero a la vida como algo que es contenida por el hombre y que además contiene al hombre; pero el hombre en sí como espíritu.
En un poema dije, que el hombre tiene como padre al cielo y como madre a la tierra, está tensado por ello, le queda solo al hombre el horizonte, que es como un sueño de esperanzas o un calvario.
Algo que resulta interesante, porque vida es lo que tiene la tierra, lo que tiene el hombre y los seres que lo acompañan; y cielo es todo aquello inmenso, inconmensurable, poblado de astro y estrellas, pero más aún poblado de oscuridad y silencio.
No hay duda que hemos llegado a un campo de patinaje, por donde ir en varias direcciones a mucha velocidad, construiremos figuras, nos entretendremos, pero avanzar creo que no.
Hagamos entonces un salto, miremos a todo esto por fuera, como si estuviéramos en un instante antes del big bang. ¿Qué tenemos allí? Tampoco lo sabemos, pero podemos ver al universo como un organismo, con sus partes, con sus sistemas, con sus organismos, con su alma y con espíritu.
Bueno el cuerpo en sí no sería difícil describirlo, solo haría falta un poco de tiempo; pero ¿podría tener alma, espíritu? Sí, por qué no, ¿cuales serian entonces? La vida como alma, eso que es capaz de multiplicar y tener memoria y ¿el espíritu? El hombre, el espíritu del hombre, el hacedor por antonomasia, el fabricante de sueños, de ideas, de cosas nuevas, que hasta ese momento no existen, es decir nacen de las manos del hombre, como es la música, la poesía.
¡Qué interesante metáfora! Lo que pasa es que este espíritu es como una luciérnaga, se prende y se apaga en el espacio libre y oscuro de la eternidad. Y aquí entra el tiempo, el tiempo de existencia de un hombre, del hombre como hombre, de la tierra, de la vida, del universo. Es decir que lo que se acota pertenece al tiempo, lo otro no, ahora si podemos decir que lo otro es lo eterno, lo sin tiempo; pero que pasa si én realidad, sí estamos hablando de la realidad, en realidad el Dios es tiempo, es el tiempo.
Es el tiempo sentado a la diestra del Dios padre. Y aquí si nos perdimos, pero creo que lo he hecho con intención; porque nuestro dios es el hijo de otro dios más inmenso, más grande, más poderoso, más desconocido, que a todos contiene y que está ahí, si ahí adentro en el corazón de todo hombre; está, no haciendo, no creando, está disfrutando su creación y entonces ¿por qué no compartir con él dicho placer?
Si ha leído este capítulo, me gustaría escuchar sus comentarios, enviando un mail a pensamientos@karigue.com.ar.
Gracias. Karigüe
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