Viajar, sumergirse en el mundo, batallar contra las olas de ese mar inmenso; por momentos calmo, por otros tormentoso; es vivir, es estar presente, estar vivo.
Tenemos dos puertos, dos puntos; uno del cual partimos, rompemos nuestras amarras y nos entregamos a ese mar; otro es en el cual volvemos, retornamos a tierra, sólo un poco más calma.
El nacimiento, la muerte; en el medio toda una vida, toda una posibilidad de estar, de reír, de llorar, de amar, de sufrir, de hacer, de construir, de modificar.
Somos eso, solo una posibilidad de ser, de hacer o simplemente de estar como una planta, como un animal. Se dice estoy aquí, pienso, siento, sueño.
¿Para qué? ¿Por qué? Se dice que tenemos memoria, que nuestros genes la guardan, que nuestras neuronas nos mantiene despiertos, atentos, para permanecer.
¿No seremos sólo los guardianes, los centuriones de eso millones de seres; sí, de seres que nos habitan?
Se dice también que la mente es la destilación de la memoria, que lo vivido está presente como mente, como aquello que no se recuerda; pero se es, se es de una forma determinada, de hablar, de decir, de comportarse, de actuar.
He vivido – dices. Pero con qué lo comparas, con las cosas que pudieron ser, con las cosas que imaginaste; sino tenemos recuerdo de otras vidas; tal vez algunos patallazos, pero algo con qué comparar no tenemos.
Solo queda el otro, al que se le envidia ó se lo compadece, al que le fue mejor y con el que le fue peor.
No tenemos, cómo se puede decir: base; físicamente sentimos seguridad en la tierra, aún cuando sabemos que ella está girando, que el sistema solar se desplaza a millones de kilómetros por segundo. Viajamos por la oscura masa de nuestra ignorancia, como lo hace el universo sobre esa materia oscura.
¿De qué cimiento, de que base podemos hablar, podemos decir? Sin embargo cuando caminas sientes el equilibrio, la seguridad de tus pasos, de tu andar; la serenidad de tus reflexiones, de eso pensamientos que te hacen imaginar siempre, siempre algo mejor.
Una armonía tal vez, el amor por ejemplo, la belleza de las cosas, de las personas, la delicadez del trato, el perdón, la comprensión y porque no la lucha también.
Esas cosas que tiene el mundo; ese hogar nuestro, ese vientre, regado por los rayos del sol, de la lluvia, de los vientos, de las estaciones; un hogar en donde tratamos de ser felices, de gozar, de amar, de soñar.
Y nos guste o no, lo reconozcamos o no; es así el mundo, ese hormiguero, esa tela de araña en donde nos mecemos, construido por cada uno de nosotros.
Qué hemos recibido mensajes, ordenes, planos, leyes, para hacerlo, realmente no lo sé; sólo me viene a la memoria los millones de seres, ya sean hombres, genes, células, órganos, sistemas, por los cuales estoy aquí, pensando, sintiendo, escribiendo.
Lo interesante que están aquí, sí aquí, dentro mío; tal vez en lo que guarda un gen, una célula, un pensamiento, una idea.
Lo maravilloso y extraordinario del mundo, es que él está en nosotros y nosotros en él; qué simbiosis más espectacular, más nítida, y más tierna a la vez.
En este momento que estoy viendo, escribiendo, lo estoy reconociendo, me estoy reconociendo; tengo una idea y esa idea fue la que pensé, la que leí, la que escuche, alguna vez; quedó en mi memoria y ahora es como si abriera el corral y salieran todas ellas, pero de una manera que salen aquellas que están relacionadas con el tema, con el mundo en este caso.
Qué y quién abre este corral; tal vez una intuición, tal vez un talento, la inspiración. No creo en el yo, porque escribo de una manera natural, como si algo inconsciente se estuviera diciendo, describiendo, describiéndose.
Podemos atrevernos a decir que un espíritu, mi espíritu; pero ¿qué es eso? que se está haciéndose en este momento.
Podemos decir una persona, el mundo mismo; noto eso si que siento satisfacción placer, un agradable placer queda, el ver, el conocer, el reconocer.
Y si, solo como sugerencia somos seres descriptores, que ha llegado un momento en el universo, en el tiempo, en donde es necesario darse cuanta, entender, conocer; y ¿somos nosotros, los hombres, a los que nos ha tocado esa tarea, esa función?
Tal vez es tiempo ya de extender las velas, nuestras velas y dejar que el mundo ya maduro, ya casi estabilizado, nos meza como las olas del mar.
Si ha leído este capítulo, me gustaría escuchar sus comentarios, enviando un mail a pensamientos@karigue.com.ar.
Gracias. Karigüe
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