Cuando se retira la ola, la ola de la vida, deja a su paso vida, vida al descubierto ¿No es una ola, una sola ola, la que se retira, cuando el agua se retira de la tierra?
Podemos imaginar, pensar, suponer, que la llegada del agua a la tierra fue una ola, que ahora lentamente se está retirando. Por otro lado vemos cómo el sol la evapora, los vientos la agitan, la llevan de una parte a otra, de un lugar a otro, mientras ella resiste; ya sea cambiando de estado, agarrándose como garrapata en ese vientre maternal que es la tierra.
Podemos ver su recorrido, sus orbitas, aquí; pero ¿cómo será su recorrido, su amplia órbita, en el universo?
Lo otro, el otro, por ejemplo el sol, la incita, la exista, la expulsa, de su territorio árido por naturaleza.
¿Es entonces el agua algo extraño, es lo otro que ha llagado, que no es de aquí, un forastero podríamos decir?
Sabemos ya que hay cuatro elementos básicos. El fuego (Heráclito), el agua (Tales), el viento (Empedocles) y la tierra (Esiodo).
Cuatro elementos básicos, cada uno de ellos está formando por átomos, electrones, quartz, fotones, etc. La combinación de ellos es lo que está, lo que vemos, analizamos, lo químico, lo físico.
Además, nos hemos ido dando cuenta, que existe, por lo menos dentro del hombre: temores, deseos, necesidades, sueños, esperanzas, amor, odio, venganza, etc. Las sombras como oportunamente las hemos nombrado.
La combinación de estos dos grupos, el intercambio, en último caso el compartir espacios y tiempo, hace lo que hemos llamado vida, mundo.
Hasta ahora vamos bien; pero sucede que hay como una mano que moldea, como un programa ya establecido, pero por sus dimensiones y alcances es imposible que entren en nuestra todavía temprana y débil mente, alma.
Pero no por ello disminuye la necesidad, el deseo de seguir avanzando; de investigar, de soñar, de imaginar, de crear fantasías no solo como goce sino como punta de lanza del conocimiento.
Todas estas cosas secundarias son las que están permitiendo que tengamos una claro en el bosque y allí acampamos, allí convivimos con el semejante, con el otro; con el universo convirtiéndolo en mundo.
Si bien la cultura es convertir a la naturaleza en algo útil: el mundo, la humanidad, es convertir al universo en algo no solamente útil sino bello.
No hace falta más que ver, para entender y comprender que esto es así.
Adentrémonos un poco más en el juego de los elementos básicos.
Recuerdo los vientos de Agosto en mi casa de niño, veía doblarse a los Eucaliptos, emitir como alaridos agudos cuando el viento mismo quería arrancarles sus hojas; ellos se resistía, se doblaba; y, el brillo del sol sobre las hojas, que danzaban, era como cuando el sol brilla sobre el lago, sobre esas olas diminutas que el viento arrancaba de su piel. Y al salir a la calle sentía el golpeteo de granos de arena sobre mi rostro; el viento levantaba el polvo, la arena, y me cubría como niebla, me sentía como dentro de una nube; era como si el mismo viento me empujase, me quisiese derribar, llevarme como a las hojas.
¡Que hermosos recuerdos! Había otro, cuando llovía, cuando las gotas de lluvia caían sobre las calaminas, sobre los techos y hacían ladrar a las chapas de acero; como una ametralladora llegaban las gotas de agua; a veces eran grandes, otras diminutas; algunas veces llegaban de golpe y tenía que correr para sacar la ropa del cordel para que no se mojase, esa era la misión que tenia en la casa; salía corriendo al patio y la lluvia caía, jugaba a saber quién ganaba; si ella alcanzaba a mojarla o yo la salvaba. Quedaba muchas veces totalmente mojado y luego con una taza de café caliente me sentaba en el comedor y veía por la puerta; ahora si, cómo la lluvia mojaba todo, tomando la forma de una serpiente, avanzaba arrastrándose a su lugar, a la zona más onda, siempre hacia abajo, hacia el mar.
Y después; sí así se llama un poema de Karigüe, después de la lluvia el campo es más claro, más transparente, más puro, y el brillo del sol, más nítido. Aquí el poema:
Después…
En el atardecer
después de la lluvia..
el sol:
claridad transparente,
plateada.
Como si brotara luz de entre los árboles,
de entre las montañas,
de entre las nubes.
Como si se hundiera
la naturaleza desnuda virginal
en el horizonte.
Crisol de oro ardiente.
También Bosco en su libro “Malicroix” nos entrega una reflexión interesante sobre el fuego:
“Una lengua viva subía, balanceándose en el aire negro como el alma misma del fuego. Esta criatura vivía al ras del suelo, sobre su viejo hogar de ladrillos. Vivía allí pacientemente, con la tenacidad de los pequeños fuegos que duran y ahondan despacio las cenizas. Era uno de esos fuegos de un antiguo origen que nunca han dejado de ser alimentados, y cuya vida persiste, al abrigo de la ceniza, sobre el mismo hogar, desde años innumerables. Esos fuegos tiene tal poder sobre nuestra memoria que las vidas inmemoriales que dormitan más allá de los más viejos recuerdos se despiertan en nosotros ante su llama, revelándonos los territorios más profundos de nuestra alma secreta. Ilumina por sí solos, más allá del tiempo que preside nuestra existencia, los días anteriores a nuestros días y los pensamientos incognoscibles de los cuales nuestro pensamiento no es quizá sino una sombra. Contemplando esos fuegos asociados al hombre durante milenios de fuego, perdemos el sentido de la huída de las cosas; el tiempo se sumerge en la ausencia; y las horas nos abandonan sin sacudimiento. Lo que fue, lo que es, lo que será, devienen, fundiéndose, la presencia misma del ser; y nada más, en el alma encantada, la distingue de si misma, salvo quizás la sensación infinita pura de su existencia. No afirmamos para nada que somos; pero queda todavía un resplandor ligero de que somos. ¿Seré?, murmuramos, y solo quedamos aferrados a la vida de este mundo por esa duda, apenas formulada. De humano en nosotros sólo queda el calor, porque ya no vemos la llama que lo comunica. Somos nosotros mismos ese fuego familiar que arde a ras del suelo desde la aurora de los tiempos, pero del cual siempre se levanta una punta viva por encima del hogar donde vela la amistad de los hombres”
Todo ello, todos ellos, elementos del cosmos, estuvieron antes que llegásemos nosotros. Son como el nido, que alguien preparó para que la vida, el hombre, el mundo, sean.
Por otro lado las sombras, tal vez, estuvieron siempre, estuvieron formando, siendo partes, de ese vacío en donde el big bang se explayó.
El universo, en si, es una ola que se retira para dejar al descubierto, para darles forma a estas benditas sombras. Cómo cuando se retira una ola del mar y quedan algunas almejas al descubierto y presurosas se sumergen en la arena.
Pero lo interesante, por este camino de pura imaginación, sueño y fantasía, es ver a través de él, tratar de ver como se enlazan estos dos grupos de elementos, como hacen un entretejido, capaz de contener al hombre, a la palabra, a la idea.
Al observar a una planta es más simple. Pero imaginar y suponer al hombre parte de este proceso es más complejo, más saludable, más necesario ya que es vernos de una cierta manera.
La savia, que después es sangre en el hombre, se eleva de sí es sacada, es tirada, estirada, extraída de la tierra por esas garras llamadas pelos absorbentes y llevada en contra de la fuerza de gravedad; es por lo tanto, si bien no más fuerte, pero si más sagaz, se esconde dentro del cuerpo, del tronco del árbol y desde allí llega a lo alto, convirtiéndose en flor y fruto o simplemente en perfume.
Pero el hombre ya es como el cactus, saca el agua del medio, del medio ambiente, ya no sale de las profundidades y eleva al éter, a los cielos; sino que su sangre así se llama ahora esa savia roja, circula, recorre su cuerpo, impulsada por un motor llamado corazón. Ya no es más atraída por astros celestiales; ahora esa savia roja es autoimpulsada. Nació, broto, otro astro en el universo: el animal, el hombre.
Si podemos imaginar un poco más, podríamos suponer que la sangre de ese otro ser superior al hombre llamado mundo, es algo más sutil, es el lenguaje, las comunicaciones.
Muy bien, muy, bien pero todo esto es, sí bien físico, también metafísico. La otra vertiente el polen, de él nos podríamos preguntar: ¿llegó de otro lado o tomó su lugar, como el hombre tomó a la tierra, a la cueva como suya, porque estaba vacía o la tierra misma le hizo un lugarcito, le preparó una cuna?
¿No es así el cuerpo físico del hombre para las sombras?
De todas maneras ellas tomaron ésta morada como suya, e hicieron de ella algo útil: el hombre.
Si ha leído este capítulo, me gustaría escuchar sus comentarios, enviando un mail a pensamientos@karigue.com.ar.
Gracias. Karigüe
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