lunes, 10 de septiembre de 2012

Libro "Z" – Capítulo 1

"A partir del día de hoy comenzaré a publicar todos los lunes un capítulo del libro "Z"."
Karigüe
.


VERTICAL

Había transcurrido tiempo, mucho tiempo; como agua de aquel río, mi río. Algo era y aún es, tal vez solo una mirada, una cierta percepción de alguien que estuviera parado arriba del puente, de un puente hecho de barro: tierra, agua y paja; que con el tiempo tomó tal solidez que parecía de piedra. Un puente de piedra, el puente de piedra.
Ahora estoy parado arriba de él y veo el agua pasar, el agua del río, del río de mi vida. Puedo inclusive en este momento, contemplar mi niñez, aquella era, aquel tiempo, que todavía no termino de comprender.
Muchas veces me haz dicho.- Pero si hiciste Análisis, como puedes estar dando vuelta sobre este tema, sobre esta época; ya pasó, ya terminó, ya se fue, no existe mas, ahora eres otro hombre, otra persona.
Pero no digo siempre, sino que de vez en cuando, particularmente ahora que comencé a escribir este libro, me acuerdo de ese niño, que aún soy. No ha muerto, él es una parte mía, la más inocente, la más dulce, la más temerosa. Si aún recuerdo, si aún me viene a la memoria aquel niño, es porque aunque opuestamente a Kiplim, que si bien los niños somos, por no decir son: duros, agresivos, temerosos; pero tiene algo que quiero rescatar, tienen esperanzas, no hay para ellos ese limite, ese frontón, ese paredón, que es la muerte.
La muerte está allí frente a nosotros esperándonos, recibiéndonos dulcemente. Allí está la noche eterna, a donde inexorablemente caminamos, no nos atrevemos a pensar en ella. No pensamos, ni menos sentimos como los Tibetianos: “Todos nos estamos muriendo” Somos fuertes, brindamos por la vida: porque sentimos su inexorable partida, huida. Deberíamos tratarla, tal vez es lo único real e inexorable: nuestra partida. Para qué pensar si cuando estemos allí no vamos a volver, no sirve de nada.
Yo no sé porque cuando lo miro, lo contemplo a través de los recuerdos, a aquel niño delgado, de ojos inquietos y a la vez tristes, que no encontraba referencia, que el mundo para él era sobrevivir, había que pelear, la vida era una pelea casi continua. Los conflictos pasaban como tormentas, pero por arriba de su cabeza, no le tocaban ni menos lo rozaban.
Pero había esperanza; él soñaba, pensaba, miraba, contemplaba aquel inmenso cielo claro, despejado de nubes, aquellas montañas que rodeaban su morada. Aquellos árboles que se doblaban, pero nunca se quebraban, al paso del viento. Aquella arena, tierra, que el viento de Agosto levantaba por las calles, cuando iba a la escuela. La escuela, una profesora llamada Margarita, dulce, delgada, de pelo extenso, negro, encrespado, de tez morena, de una mirada tal que me recordaba a mis hermanas, y que ahora trato de encontrar en las mujeres.
Aquel estanque en donde nos bañábamos, aquel otro en donde murió un amigo, con el cual me peleaba frecuentemente, con el cual jugaba al fútbol, y le tenía miedo, porque era más fuerte y algunos años mayor; pero no importaba tenia que ser fuerte, no podía mostrar el miedo, porque en aquella época, el miedo era una debilidad inadmisible, intolerable, para un chico que sí bien no estaba solo, se sentía solo.
Ese niño ya no tan chico; que creó, que formó la costumbre de hacer las cosas agradables de madrugada. Salíamos, nos levantábamos a entrenar, éramos los compañeros del equipo de fútbol llamado Audax. Nos despertábamos a las cinco, todavía oscuro; unos a otros nos silbábamos, nos despertábamos he íbamos a entrenar, primero ejercicios físicos, luego un partido, un partidito de fútbol, sobre los brotes aún de la alfalfa recién cortada, eran las mejores canchas de fútbol, que encontrábamos no mas allá de unos seiscientos metros de la casa en donde vivía.
Aun cuando contaba con diez y seis años, estudiaba muy de temprano, como ahora escribo. Escribo solo de madrugada, cuando todos están dormidos, cuando el silencio se hace carne en el barrio, en los edificios, en al calle; casi nadie a fuera, casi nadie hace ningún ruido. Solo yo y lo que escribo, solo yo y mis pensamientos. Mis cálculos como en aquel tiempo, esos teoremas que no me costaba mucho trabajo, porque era como un juego, solo había que seguirles el paso, todos tenían pistas, todos te decían como llegar, solo teníamos que rastrear, como ahora rastreo aquello que se quiere decir por si mismo. Solo había que seguir los rastros, las huellas, las señales, las pistas, las palabras, los hechos, las circunstancias y hacer la comida, hacer ese plato de comida con lo que había, con aquello que tengo ahora, en este momento.
Pero hoy comencé un nuevo libro, siempre suelo decir que éste será el libro en donde exprese de una manera clara, sintética lo que quiero decir, lo que hay en mi y se va diciendo. Éste deberá ser él libro, mí obra.
Pero ahora ya después de escribir solo dos páginas me encuentro que va a ser un libro como cualquier otro. Un libro en donde ponga, en donde escriba, lo que siento, lo que pienso, lo que soy; porque por más que digan uno escribe lo que es, uno no puede escribir lo que no es. Describir algo, por supuesto que lo puede escribir, pero creo que deja de ser una expresión natural.
Decía Horacio: “La razón por la que los seres que se aman, no se aburren hablando, es porque hablan de sí mismos” Es cierto así también pasa con el escritor y su escritura, su obra; lo que hace, lo que escribe, no se cansa, no se aburre y cada vez se enamoran mas de sí, cuando escribe sobre sí mismos.
Con el amigo que tiene, con ese amigo, que unas veces es el niño, otras el viejo, otras el temeroso, otras el aventurero, el miedoso, el atrevido.
El pesar como diálogo del alma con ella misma; que en si no es un diálogo sino un cierto fluir, un cierto dejar ser lo que ya es en uno. Nos alimentamos, leemos, pensamos, observamos, como nos sugería Wittgenstein, luego la digestión, la siesta, el dejar madurar, el hacer una digestión lenta y automática, para que luego la sangre del alma distribuya el alimento a través de las inmensas galerías de la que está compuesta. Allí está un espíritu atento, atrevido. inquieto, como un águila que ve, y que luego va sobre al presa, pequeñas aves migratorias que han perdido su camino, pequeñas aves perdidas, ideas, pensamientos que el espíritu, el espíritu hecho Wittgenstein captura, para un buena digestión, para que un nuevo estómago de nosotros los rumiantes lo destile, y lo convierta en lo que hay que escribir.
Un proceso natural, un proceso desde lo invisible, como son los pelos absorbentes, hasta la idea, el pensamiento pasado por nuestro cuerpo, por nuestra alma y aún por nuestro espíritu.
Como un viento, como una brisa que nadie detiene, nosotros solo los transmisores de vida, de la vida, de una vida que se dice a través de nosotros y que nosotros solo la pronunciamos, la decimos, y a lo sumo la escribimos, es decir la guardamos. De eso creo que tratará este obra, este libro, de aquello que se dice a sí mismo a través mío, de aquello que se me ha dado para dar, de aquello de lo que solo soy transmisor y creo que en la medida que lo haga más patente, más concretamente así, mejor será escrito ese libro y más sagrado y mas nítido, mas pleno será mi placer, el placer de escribir este libro que se llamara “Z”, porque va a ser un viaje vertical a través de todo lo vivido, lo sentido, lo pensado.
Es como si la realidad, la vida estuviera, para mí, desarrollándose en dos ejes, el eje X y el eje Y, el espacio y el tiempo. Aquella niñez, aquella juventud, aquella madurez, aquellos trabajos, aquellos pensamientos, sentimientos, que parecían flotar en el tiempo y en el espacio, del allí presente, del ahora, como si el ahora, el presente fuera como un barco que se desplaza, que se nueve, que viaja imperceptible a través del tiempo, que el tiempo solo son olas que lo mueven, lo desplazan para que este barco avance, para que además los pasajeros especiales que viaja dentro de él, disfruten; y, a la vez alguno de ellos describa el viaje.
Es Z porque será vertical, porque tendrá la libertad de viajar de deslizarse por el pasado, por el presente y por qué no por el futuro, y describa en este viaje lo que está detenido, contenido en esos depósitos de presente, algunos detenidos en el tiempo, otros olvidados, pero nunca desaparecidos, sumergidos así nosotros los tratemos de ignorar, de olvidar; nada muere todos permanecen vivos después de haber sido, después de haber nacido.
Karigüe

PRÓXIMO CAPÍTULO: lunes 17 de Septiembre

Si ha leído este capítulo, me gustaría escuchar sus comentarios, enviando un mail a pensamientos@karigue.com.ar.
Gracias. Karigüe

No hay comentarios: